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Independientemente de que en la familia haya ocurrido o no la muerte de un ser querido, los niños suelen tomar contacto con la muerte generalmente en torno a los cuatro años.Debemos tener en cuenta que la concepción de la muerte va cambiando a lo largo de la vida. Hasta los cinco años más o menos, pueden pensar que la muerte es algo reversible o temporal. Alrededor de los nueve comienzan a entender que es un fenómeno irreversible y que todos los seres vivos mueren.
Desde la pubertad se desarrolla la percepción de que es algo que puede suceder a uno mismo.
Sus dudas y temores les llevan a preguntar. Como padres, maestros y otros cuidadores, debemos estar preparados para ayudarles, NO es válido no contestar. Tenemos que aclarar sus dudas de una forma sencilla, honesta y con lenguaje comprensible y adecuado para un niño.
La explicación puede apoyarse en la fantasía y en nuestras creencias religiosas, pero debe quedar claro que este ser querido que ha muerto no volverá a estar con nosotros físicamente presente, aunque nos acompañe siempre en nuestros recuerdos y en nuestro corazón.
Debemos trasmitir un mensaje de consuelo, seguridad y tranquilidad.
Hoy les propongo el cuento “Buscando estrellas” de Pedro Pablo Sacristán (cuentosparadormir.com), que les puede ayudar a responder sobre estas dudas.
Carlos había oído a su abuelito contar aquella historia muchas veces:
El alma de cada uno de nosotros es un bicho inquieto. Siempre está buscando estar alegre y ser más feliz.
¿Lo notas? esas ganas de sonreír, de pasarlo bien y ser feliz, son la señal de que tu alma siempre está buscando. Pero claro, como las almas no tienen patas, necesitan que les lleven de un sitio a otro para poder buscar, y por eso viven dentro de un cuerpecito como el tuyo y como el mío...
¿Y nunca se escapan?, preguntaba siempre Carlos.
¡Claro que sí!, decía el abuelo. Las almas llevan muy poquito tiempo dentro del cuerpo, cuando se dan cuenta de que el sitio en el que mejor se está es el Cielo.
Así que desde que somos muy pequeñitos, nuestras almas sólo están pensando en ir al cielo y buscando la forma de llegar allí.
¿Y cómo van al cielo? ¿volando?, preguntó Carlos.
¡Pues claro!, decía alegre el abuelito. Por eso tienen que cambiar de transporte, y en cuanto ven una estrella que va al cielo, pegan un gran salto y dejan el cuerpo tirado.
¿Tirado? ¿Y ya no se mueve más?
Ni un poquito, explicó el abuelo. Aquí decimos que se ha muerto y nos da pena, porque son nuestras almas las que dan vida a los cuerpos y hacen que queramos a las personas.
Pero ya te digo que son bichos muy inquietos, y por eso en cuanto encuentran su estrella se van sin preocuparse.
Muchas almas tardan mucho tiempo en encontrarla, ¡fíjate yo qué viejecito soy! Mi alma lleva buscando su estrella muchísimos años, y aún no he tenido suerte. Pero algunas almas, las que hacen los niños más buenos o los mejores papás, también saben buscar mejor, y por eso encuentran su estrella mucho antes y nos dejan.
¿Y yo tengo alma? ¿Está buscando su estrella?
Sí Carlitos. Tú eres tu alma. Y el día que encuentres tu estrella, te olvidarás de nosotros y te irás al cielo, a pasártelo genial con las almas de todos los que ya están allí.
Y entonces Carlitos dejaba tranquilo al abuelo y se iba alegre a buscar una estrellita cerca del río, porque en toda la pradera no había mejor sitio para esconderse.
Por eso el día que el abuelo les dejó, Carlos lloró sólo un poquito. Le daba pena no volver a ver a su abuelito ni escuchar sus historias, pero se alegraba de que por fin el alma del abuelo hubiera tenido suerte, y hubiera encontrado su estrella después de tanto tiempo.
Y sonreía al pensar que la encontró mientras paseaba junto al río, donde tantas y tantas veces había buscado él la suya...
Los cuentos, ya ustedes saben, son una forma de explicar las distintas situaciones con las que nos toca enfrentarnos. En la infancia nos enseñan y ayudan a manejar la experiencia emocional. Para comenzar a tratar temas difíciles, como la muerte, resultan una buena herramienta.
No obstante, nunca debemos ocultar o negar a un niño que alguien ha muerto, esto supone apartarlo de la realidad.
No hay que evitar hablarles de la muerte, aunque sí procurar explicarles con términos adecuados a su edad.
Emplear la palabra muerte es necesario!! Algunos niños confunden la muerte con el sueño, por ello debe quedar claro que el cuerpo que ha muerto no respira, no come, no duerme... ese ser querido se ha ido y no va a volver. Así evitamos la confusión por la que el/la niño/a puede empezar a tener miedo a dormir.
Es importante que realicen algún ritual de despedida. Si por su edad los papás consideran que no va a asistir al funeral, pueden escribir una carta o hacer un dibujo para despedir a quien murió.
A su vez, debemos darles el espacio para expresar cómo se sienten (tristes, enojados, etc.), acompañar de palabras su llanto, y darles un fuerte abrazo que los contenga.
No debemos tener miedo de expresar nuestra pena o llanto delante de ellos. Decirles que los adultos también estamos tristes los hace sentir acompañados y que los entendemos.
Podemos, y es muy útil, enseñarles estrategias para recordarlo/a. Por ejemplo recordar anécdotas juntos, guardar una foto u objeto de este ser querido que ya no está. Esto los ayuda a regular sus emociones.
Dentro de lo posible, es importante mantener la normalidad en la dinámica familiar. Así no exponemos al niño a otro factor de estrés e inseguridad. Dosifiquemos, de a una crisis por vez.
Los niños pueden reaccionar a esta situación con tristeza o rabia, pueden tener dificultades para dormir, perder el apetito, volver a hacerse pis. Estas reacciones en un tiempo acotado son esperables, pero si perduran será necesaria la consulta con psicólogo.
Créditos// Autor: Lic. en Psicología Valeria Reyno Tel. de contacto: 094 162353