Como ya es habitual, el diario La Nación editó un suplemento especial para anunciar con bombos, globos y palomas la inminente apertura de la glamorosa feria Arte BA, aspirante a integrar el circuito superexclusivo de las grandes ferias internacionales, donde el gran mundo de la fama, las finanzas y los apellidos ilustres le rinde culto a la utopía más exquisita y codiciada del mundo moderno, aquella cuya poderosa alquimia convierte en espléndidas obras de arte a todas las cosas que nos rodean, incluyendo las más prosaicas y deleznables.
Cuando se levante el telón de Arte BA, la fascinación y el misterio de lo inminente volverán a ocupar el centro de la escena, y nuevas y viejas hornadas de expertos, iniciados en el enigmático fenómeno de la expansión de los límites del arte, nos explicarán una vez más que la naturaleza de lo sagrado no es definible, y que para llegar a la revelación es necesario dejar de lado la vanidad del pensamiento.
¿Por qué deberíamos poner en duda que ese tiburón muerto, ese mapa o ese zapato (que a primera vista parece ser nada más que un zapato usado), son auténticas obras de arte?
Si tantas bienales, museos, coleccionistas, luminarias del mundo artístico y medios de prensa tan importantes como el diario La Nación, nos aseguran que el tiburón, el mapa y el zapato son verdaderas e incuestionables obras de arte, y que esa cualidad del tiburón, el mapa y el zapato está demostrada por el hecho de que un destacado curador o una reconocida galería decidieron legitimarlos como tales, ¿por qué no habríamos de creer?
¿Acaso el avance y el cambio no son las pulsiones más positivas de la sociedad humana, el factor que motoriza los continuos progresos científicos y tecnológicos y mejora nuestra calidad de vida a pasos acelerados?
¿Por qué, entonces, el arte no debería cambiar y avanzar, avanzar y cambiar cada día y a cada minuto, hasta que se cumpla la profecía de la Nueva Forma Definitiva, aquella que nadie conoce, llamada a reemplazar con ventaja a las mediocres imitaciones de la naturaleza realizadas por Leonardo, Rembrandt, Goya, Lucian Freud y otros representantes de una era definitivamente desaparecida?
Los escépticos dirán que la deriva iniciada a partir de Duchamp perdura como un errático viaje a ninguna parte, demostrado por la caótica dispersión de las “investigaciones”, “reflexiones” y “exploraciones” que año tras año convierten a las salas de Arte BA en un indescifrable cambalache, donde la biblia y el calefón se codean con toda clase de trastos, pero el mejor antídoto contra esas imputaciones está en el suplemento de La Nación y en su derroche de lucidez y valentía, que pone las cosas en su lugar y demuestra que Arte BA es una feria decididamente bulliciosa y efervescente.
No se le puede pedir más.