Revista Cultura y Ocio
Hay libros que pasan como si nunca hubieran estado: te echas unas risas, te interesas, y luego dejas que todo pase, sin muertes ni daños colaterales. Pero hay otros que, cuando aparecen, se nos clavan con fuerza en el páncreas, nos atormentan, nos obligan a recordarlos, a volver una y otra vez a ellos para que recordemos quién carajo somos. Hoy, quiero hablar de uno de ésos, aunque lo haya hecho muchas veces: La náusea, del maestro Jean-Paul Sartre. Mucha gente piensa que Sartre ha muerto, y que sus libros ya pueden ser enterrados y en paz. Pero se equivocan, presas de la confusión, pensando que se trata de un autor "pasado y superado", cuando la pura verdad es que lo que tienen es pavor, miedo de encontrarse con el propio rostro sobre aquellas páginas. Lo he dicho en otras ocasiones, pero no me molesta repetirme: La náusea cambió por completo lo que hasta aquel momento yo pensaba que podía llamar mi vida. Antoine de Roquentin se convirtió en un reflejo tan sólido y sórdido de mis propios pasos, respiraciones y temores, que más de una vez me sorprendí temblando. Caí en una crisis existencial tremenda, en la que terminé por curarme de cualquier instinto suicida que pudiera haberme quedado de mis años de adolescente, pues me dí cuenta de que, tal y como están las cosas, hasta el suicidio es el colmo del absurdo. Pero dejemos de hablar de mí. El otro día volví a abrir este libro, me paseé por algunas de sus páginas, volví a escuchar aquella voz, la de Roquentin, que de alguna forma es la mía y la de todos los hombres (pero por separado, de cada uno de ellos, y no de todos). Sigue pareciéndome una obra extraordinaria, de las que sólo puede hacer un verdadero genio. Es lo que siempre me gustó de Sartre: su solidez, su fineza intelectual, su potencia, su ínfimo tremendismo. Un autor en el que es imposible separar al escritor y al filósofo, y hasta nos sentimos agradecidos por eso. Claro que, como decía antes, no es tan sencillo como parece. Sartre es muy duro, y para salir con vida de uno de sus libros (bueno, no estará de más recordar que a la publicación de La náusea le siguió una fuerte ola de suicidios) hay que tener entereza y algo de valor, de paso que ironía suficiente como para reírse de uno mismo (es una costumbre muy sana). El tipo de autor que es valioso, precisamente, porque nos dice lo que nadie quiere saber, aunque en el fondo todos lo sepamos. Demasiado. En fin, que es un libro que recomiendo enormemente. Un solo consejo: antes de empezar con la lectura, alejen cualquier objeto punzante, así como pastillas y armas de fuego. Sólo por si las dudas.