Puesto porJCP on Jul 13, 2013 in Autores
Hace cosa de diez años Steven Spielberg tuvo a Tom Cruise corriendo durante unos cien minutos en una película de ciencia ficción bastante solvente llamada MinorityReport. Hacia el último tercio del film, el personaje de Cruise se introduce en una galería comercial donde escáneres de retina situados estratégicamente lo identifican ¿para atraparlo? No, qué va; para programar los carteles que, a su paso por la galería, le muestran anuncios personalizados.
Esta secuencia, que hace diez años era un asunto de ciencia ficción, empieza a no resultar tan descabellada. Porque todo el mundo nos espía. Lo digo por si alguien no se ha enterado y la defunción de Google Reader lo ha dejado sin saber quién es Edward Snowden.
Nos espían, a diario y continuamente. Pero no es la NSA ni las demás agencias de inteligencia norteamericanas quienes más información están recopilando sobre nosotros. Qué va. Es poco probable que nos veamos envueltos en una operación global sobre terrorismo por mucho que usemos la palabra bomba en Gmail. Hay sin embargo, otros actores que sí están ansiosos por tener toda nuestra información al alcance de su CRM: las marcas.
Todo empezó con Google, como casi todo en Internet. Por descontado, ellos no fueron los primeros en rastrear el comportamiento del usuario, ni en diseñar sistemas de publicidad medianamente inteligentes que adaptan la oferta de anuncios a los gustos del consumidor. Sin embargo ellos fueron los que convirtieron esta posibilidad en una oportunidad de negocio real que mueve miles de millones de dólares.
Reducir a un único factor el éxito de la herramienta resultaría simplista pero sin duda uno de los que más pesaron fue su capacidad de pulir lo que después se ha llamado Segmentación por comportamiento (behavioraltargeting): la publicidad se sirve en función de las palabras clave que busca el usuario pero, también, en función del comportamiento que tiene el usuario en páginas similares a las ofertadas (por eso, supongo, les resulta rentable seguir ofreciendo gratuitamente Google Analytics).
Esta tendencia de analizar el comportamiento del usuario para conocer al detalle su comportamiento, sus motivaciones y, por supuesto, sus filias y fobias con respecto a productos y servicios no es exclusiva de Google y cualquier plataforma online con un apellido ‘social’ intenta sacar partido de las interacciones de usuario de un modo u otro. Las mejores tiendas online como Amazon se apresuran a mostrarnos otros productos que seguro nos interesan, al igual que hace la AppStore de Apple. Por no son los únicos. Spotify, por ejemplo, ha dirigido sus últimas actualizaciones a sacar mayor partido del sistema de recomendaciones basado en el análisis de los gustos de sus usuarios.
Facebook empieza a basar su rentabilidad en esta idea. Como poseedores de una de las mayores y más exhaustivas bases de datos de usuarios del mundo, la red de Zuckerberg ha implementado diferentes modalidades de anuncios que explotan las relaciones sociales de los usuarios y nos usan como prescriptores de productos ante nuestros amigos, a veces sin que nos enteremos. Es cierto que Facebook ha dado marcha atrás con algunos de estos formatos pero la red social sigue trabajando en la posibilidad, real, de explotar comercialmente una de las mayores bases de datos de afinidades del mundo.
Por supuesto no es la única. Twitter ha firmado acuerdos estratégicos con varias empresas para que le ayuden a explotar estadísticamente su Big Data. También lo ha hecho Linkedin y YouTube, por supuesto, a través de Google.
Miles de millones de datos que, aunque en la mayoría de las ocasiones son frías cifras sobre el comportamiento de usuarios anónimos, no dejan de ser rastros de nuestra vida que se han convertido en mercancía. Migas de pan de nuestro día a día que pueden rastrearse y seguirse con fines comerciales y cuyo destino final a menudo desconocemos aunque, en la mayoría de ocasiones, su objetivo se dirige claramente a aligerarnos legalmente el bolsillo.
No se trata de una llamada a la paranoia. Es más bien una reflexión en voz alta sobre las consecuencias que trae consigo compartir tanto y tan alegremente en la Red. Nuestros datos están viajando de empresa en empresa sin que realmente tengamos control alguno sobre ellos. Y eso, obviamente, puede llevarlos a un oscuro servidor de Fort Meade, o a hacer que, diez años después, esa secuencia de MinorityReport no esté tan lejos de la realidad.
Marcos García