Revista Arte

La obertura del mundo

Por Felipe Santos
La obertura del mundo

Hay un cierto aire de extrañamiento en los primeros compases que se escuchan tras un largo tiempo sin el fenómeno físico de la música penetrando por los oídos y la mente. La pandemia nos ha traído una sobreexposición a la música grabada, al espejismo del verdadero alimento, como si uno y otro fueran lo mismo. Tenía bastante razón Celibidache, que tantas veces dirigió aquí, cuando decía que nada podía compararse a la experiencia de la música en la sala de concierto, y que tratar de hacerlo en una grabación se convertía un intento vano y banal.

En la era de la reproducibilidad técnica, los primeros compases de Le nozze di Figaro parecen la obertura del mundo en re mayor, el inicio de la gran comedia. Primer tutti orquestal y primer vuelco del corazón. Sir Simon Rattle es un director muy inteligente con la elección de sus programas. Siempre hay un "algo más". Y aquí fue este juego simétrico entre cuatro compositores como un juego de espejos de ricos timbres y variados temas.

El sonido aparece desperdigado en una orquesta desperdigada por todo el escenario del Gasteig. La distancia de seguridad obliga y con ella, un esfuerzo añadido a los músicos por escucharse y mirarse aún más que antes por el rabillo del ojo. El espacio disponible, en una sala ya de por sí seca, lleva a explorar un sonido con más vibrato del habitual, que en Mozart se ajusta hasta el sitio justo en que empieza a empalagar. Se llega escuchar cada instrumento si se agudiza el oído. Así es cómo suena una orquesta después del confinamiento: trasparente, ligera, reconocible.

El programa se decidió hace tres semanas. Este concierto no estaba previsto, pero la disponibilidad de todos hizo que se pudiera cerrar la temporada de la Sinfónica de la Radio de Baviera con este concierto, en espera de lo que depare los próximos meses. Tras el fallecimiento de Mariss Jansons, un maestro que se ha ido agigantando aún más en el recuerdo de los muniqueses, cada concierto se convierte en una oportunidad para explorar quién podría ocupar el podio de esta orquesta deslumbrante. Novios no faltan, pero el Olimpo que lo precede puede llegar a asustar al postulante. Subido ahí, el cielo puede tocarse con la mano. Rattle es uno de ellos, quizá el hombre oportuno en el momento preciso, aunque suenan también Harding y Welser-Möst. Pero el preferido -como contaba el Merkur esta semana-, el que la orquesta votó hace algún tiempo como el maestro con quien deseaban trabajar más, es Yannick Nézet-Séguin. Será difícil por las tres orquestas que simultanea, pero los efectos de la pandemia pueden trastocarlo todo.

Tras la invitación al optimismo de Mozart y del propio Rattle, el programa se adentra en el universo personalísimo y humanista de Gustav Mahler, con las cinco canciones de Rückert. La mezzo Magdalena Kožená no tiene un volumen óptimo para algunas canciones de este ciclo, como ocurre en Um Mitternacht, cuya orquestación incorpora más metal y deja la cuerda reducida al arpa. El primer verso de Ich bin der Welt... se queda un poco ahogado, pero el juego de pianissimi y medias voces le dio ese pathos interior y existencialista que demanda el final de este lied, donde sobresalió en espléndido corno inglés de Tobias Vogelmann.

Gustav Mahler conoció a Paul Dukas en el año anterior a su muerte y charlaron largamente tras una representación de Ariane et Barbe-bleue en la Opéra Comique de París. El programa los hermana con esta breve fanfarria para el Ballet La Péri, que parece compuesta para un Gasteig semivacío y con la fama de difícil acústica que la precede. Trompetas, trompas y trombones juegan con la reverberación caprichosa de este lugar, hasta desperezarla por un breve lapso de tiempo. El justo para internarnos en el bosque animado de Ravel y su espléndida Ma mère l'oye, donde vuelve a escucharse el corno inglés. Soberbia interpretación de toda la madera y la cuerda de esta orquesta, con su concertino Tobias Steymans a la cabeza y la excelente arpista Magdalena Hoffmann en la cadenza de Laideronette. El final de Jardin féerique fue tan inspirador como se podría desear en el bellísimo crescendo de la cuerda, sección por sección, hasta el último compás.

Foto: Astrid Ackermann

Publicado por Felipe Santos

La obertura del mundo

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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