Revista Cine
SINOPSIS ARGUMENTAL.- Guy Carrell vive obsesionado por la posibilidad de ser enterrado vivo; pese a lo que le señala su hermana, él está convencido de que así murió su padre, víctima de un proceso cataléptico, y piensa que puede sufrir el mismo trágico final. Pese a que esa idea recurrente le amarga y paraliza, Emily, su prometida, está empeñada en casarse con él y, a partir de ese matrimonio, ayudarle desterrar esa idea de su mente, contando para ello con la colaboración de Miles Archer, joven y apuesto médico que trabaja con su padre. Pero diversos incidentes parecen conspirar contra esas intenciones, y van abocando a que Guy, lejos de abandonar su obsesión, vea la misma cada vez más reforzada. Para intentar romper esa dinámica, decide enfrentarse al fantasma de su padre muerto, sacando su cadáver de la cripta en la que se encuentra para comprobar cómo murió efectivamente: una determinación aciaga que no hace más que precipitar una serie de acontecimientos funestos…
EN UN PÁRRAFO….- Milland, Corman, Poe. Un trío prolífico y fructífero que, en la primera mitad de los sesenta, ofreció un buen puñado de películas de terror sujetas a un patrón muy específico (y eficaz…): duración contenida, presupuesto en la misma línea, ambiente formal opresivo y apelación a mecanismos emocionales básicos para generar la reacción deseada (el pánico del espectador). Ésta, ‘La obsesión’, constituye, en ese sentido, una muestra canónica de tal línea de producto, y, en poco menos de noventa minutos, traslada a la pantalla un relato del simpar Edgar Allan Poe, en el que la angustia y la intriga, personificados en el rol que encarna un veterano y solvente Ray Milland, siempre moviéndose entre neblinas pantanosas y catafalcos plagados de cretonas y fieltros, termina instalándose en el corazón (y la tripa) de quien se somete a su visionado. Aceptadas sus premisas, formales y temáticas, uno no puede más que caer rendido a la evidencia: la fórmula funciona, vaya que sí…
EN SU HABER.- 1, la extremada armonía de los escenarios físicos (todos de estudio, y, en su inmensa mayoría, en interiores) en que se desarrolla la trama, un conjunto de estancias sobrecargadas y barrocas en las que, pese a lo abigarrado de su conjunto, nada chirría ni desentona, creando eso que un dominical de medio pelo llamaría, sin empacho alguno, un ‘marco incomparable’ y, sobre todo, especialmente adecuado para imprimir al tono del film esa pátina de oprobio y sobrecogimiento con que se induce al miedo: un acierto indudable; y 2, la introducción, en su cierre, y muy sorpresivamente, de un elemento propio de un género ajeno a aquel en que se ha desenvuelto toda la trama, lo cual proyecta una visión diferente sobre la misma; aunque pueda parecer algo abrupto, por el poco tiempo con que se sustancia, no quiebra el equilibrio general de la cinta.
EN SU DEBE.- Puestos a señalar algún punto débil en una propuesta tan ajustada, quizá quepa apuntar el de la tendencia de los personajes, en algunas secuencias puntuales, a moverse de manera un tanto espasmódica, con desplazamientos que no parecen obedecer a otra intención que la de expresar una desazón que no se corresponde con la situación dramática que se desarrolla en la pantalla. El baile de San Vito casa más propiamente con el género musical que con este del terror gótico…
UNA SECUENCIA.- A Guy no se le ocurre fórmula más contundente para aplacar sus demonios interiores que la de construirse un mausoleo muy ‘sui géneris’, repleto de complementos y utilidades con las que poder evadirse de una hipotética situación de ‘muerte ficticia’, derivado de un accidente de catalepsia: todo un derroche de 'gadgets' decimonónicos con los que conjurar su temor más acendrado. Una pesadilla padecida tras una accidentada salida a los jardines de su mansión, le revelará lo absurdo de sus pretensiones: todas y cada una de sus ingeniosas soluciones se muestran absolutamente inanes y quedan desactivadas por el deterioro que el paso del tiempo ha impuesto sobre los objetos en que se basaban. Música hipnótica, imágenes borrosas y desesperación creciente, hasta el clímax final de la escena: no quisiera yo muchas pesadillas así para mis noches de mal dormir…
CALIFICACIÓN: 7 / 10.-