El Servicio Postal de los EE.UU. parece ser la última víctima en la sustitución lenta pero constante de los trabajadores humanos por la tecnología digital. A menos que llegue una fuente externa de financiamiento, la oficina de correos tendrá que reducir drásticamente sus operaciones, o simplemente cerrar por completo. Eso significaría unas 600.000 personas que quedarían sin trabajo, y un ajuste de condiciones para 480.000 jubilados.
Podemos culpar a la derecha por su intento de socavar el trabajo, o a la izquierda por resistir desde los sindicatos los recortes de gobierno y empresa. Pero el verdadero culpable —por lo menos en este caso— es el correo electrónico. La gente está enviando un 22% menos de piezas de correo de lo que enviaron hace cuatro años, optando por el pago electrónico y otros sistemas de comunicación que puedan funcionar en internet, en vez de sobres y estampillas.
Las nuevas tecnologías están haciendo estragos en las cifras de empleo —desde expulsión de cobradores de peaje por culpa de los “EZpasses”, hasta automóviles auto-conducidos controlados por Google, que convertirán a los taxistas humanos, en obsoletos. Cada nuevo programa de ordenador es, básicamente, algo que hace una tarea que antes hacia una persona. Sin embargo, la computadora suele hacerlo de forma más rápida, exacta, por menos dinero, y sin ningún costo de seguro de salud.
Nos gusta creer que la respuesta adecuada a este problema son los nuevos roles humanos necesarios para un trabajo de más alto nivel. En lugar de cobradores de peajes, habrá trabajadores calificados que repararán y programarán los robots del cobro del peaje. Pero realmente, esto nunca podrá funcionar de esa manera: no es necesaria tanta gente para hacer los robots, como la gente que los robots reemplazan.Pero entonces, llega el presidente, va a la televisión y nos dice que la solución al gran problema de nuestro tiempo es: más empleo, más empleo, más empleo… como si la razón para construir los carriles de alta velocidad o arreglar un puente, fuera poner de nuevo a la gente en un trabajo. Pero me parece que hay algo al comienzo de esa lógica. Me pregunto si debemos aceptar una premisa que merece ser cuestionada.
Tengo miedo hasta de preguntarlo, pero ¿desde cuándo el desempleo es realmente un problema? Yo entiendo que todos queremos nuestro sueldo a fin de mes —o por lo menos dinero. Queremos comida, refugio, ropa, y todas las cosas que el dinero nos compra. Pero ¿realmente todos queremos puestos de trabajo?
Estamos viviendo en una economía donde la productividad ya no es el objetivo, el empleo lo es. Eso es porque, en un nivel muy fundamental, tenemos casi todo lo que necesitamos. Estados Unidos es productivo en un grado tal, que probablemente podría albergar, alimentar, educar, e incluso brindar atención médica a toda su población con sólo una pequeña parte de nosotros trabajando.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para los Alimentos y la Agricultura, se producen suficientes alimentos para proveer a todos en el mundo con 2.720 kilocalorías por persona y por día. Y esto es así incluso luego de que Estados Unidos se deshaga de miles de toneladas de cosechas y productos lácteos sólo para mantener los precios elevados en el mercado. Mientras tanto, los bancos americanos sobrecargados de propiedades embargadas están demoliendo viviendas desocupadas, para dejar las casas vacías fuera de sus libros.
Nuestro problema no es que no tenemos suficientes cosas —es que no tenemos suficientes medios para que la gente trabaje y demuestre que se merece estas cosas.
El puesto de trabajo, como tal, es un concepto relativamente nuevo. La gente siempre ha trabajado, pero hasta el advenimiento de las compañías durante el Renacimiento temprano, la mayoría de la gente sólo trabajaba para sí misma. Hacían zapatos, pelaban pollos, o creaban valor de alguna manera para otras personas, que intercambiaban o pagaban por esos bienes y servicios. En la Edad Media tardía, en la mayor parte de Europa, prosperaba esta forma de organización.
Los únicos que estaban perdiendo riquezas eran los de la aristocracia, que dependían de sus títulos para extraer dinero de los que trabajaban. Entonces, inventaron el monopolio comercial. Por ley, los pequeños comercios en la mayoría de las principales industrias fueron cerrados y la gente no tuvo más remedio que ir a trabajar en las compañías que tenían un permiso oficial. A partir de entonces, para la mayoría de nosotros, “trabajar” llegó a significar la obtención de un “puesto de trabajo”.
La era industrial en gran parte se trató sobre cómo mantener estos puestos de trabajo en una baja calificación tanto como fuera posible. Tecnologías como la línea de montaje no eran importantes para hacer más rápida la producción, sino para hacerla más barata, y a los trabajadores más reemplazables. Ahora que estamos en la era digital, estamos utilizando la tecnología de la misma manera: para aumentar la eficiencia, despedir a más personas y aumentar los beneficios empresariales.
Si bien esto es ciertamente malo para los trabajadores y los sindicatos, me pregunto hasta qué punto realmente malo es para la gente. ¿No es este el motivo de la tecnología, en primer lugar? La pregunta que tenemos que empezar a preguntarnos no es cómo emplear a todas las personas cuyos trabajos hayan quedado obsoletos por la tecnología, sino cómo podemos organizar una sociedad en torno a algo que no sea el empleo. ¿Podría el espíritu de emprendimiento que actualmente asociamos con hacer una “carrera” ser desplazado por algo completamente más colaborativo, con propósito e incluso con sentido?
Por el contrario, están tratando de utilizar la lógica de un mercado escaso para comerciar cosas que realmente existen en abundancia. Lo que nos falta no es el empleo, sino una forma de distribuir justamente la abundancia que hemos generado a través de nuestras tecnologías, y una manera de crear sentido en un mundo que ya ha producido demasiadas cosas.
La respuesta comunista a esta pregunta era sólo para distribuir uniformemente todo. Pero esto minó la motivación y nunca funcionó como lo anunciaban. La respuesta opuesta, neoliberal (y es la manera en que parecen ir en este momento) sería dejar que todos aquellos que no puedan sacar provecho de la abundancia, simplemente sufran. Cortar los servicios sociales, junto con sus puestos de trabajo, y esperar que las personas se desvanezcan en la distancia.
Pero aún puede haber otra posibilidad — algo que no podíamos imaginarnos hasta que llegó la era digital. Como pionero de la realidad virtual, Jaron Lanier, señaló recientemente, que ya no tenemos que hacer las cosas con el fin de hacer dinero. En cambio, podemos intercambiar productos basados en la información.
Empezamos por aceptar que los alimentos y la vivienda son derechos humanos básicos. El trabajo que hacemos —el valor que creamos— es para el resto de cosas que queremos: las que hacen que la vida sea divertida, con sentido y propósito.
Este tipo de trabajo no es tanto un puesto de trabajo, sino una actividad creadora. A diferencia del empleo de la Era Industrial, la producción digital se puede hacer desde el hogar, de forma independiente, e incluso de un modo peer-to-peer, sin pasar por las grandes corporaciones. Podemos hacer juegos para cada uno, escribir libros, resolver problemas, educar e inspirar los unos a los otros —a través de bits en lugar de cosas. Y podemos pagarnos entre unos y otros, utilizando el mismo dinero que utilizamos para comprar cosas reales.
Por el momento, en tanto lidiamos con lo que parece ser una recesión económica mundial, destruyendo alimentos y demoliendo viviendas, podríamos dejar de pensar en puestos de trabajo como el principal aspecto de nuestras vidas que queremos salvar. Estos pueden ser el medio, pero no los fines.
Traducción al español del artículo de Douglas Rushkoff
publicado en el sito de CNN:“Are jobs obsolete?”
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