Durante los combates en Bapaum llevaba siempre conmigo en el guardarropas la edición de bolsillo del Tristam Shandy y también figuraba entre mis cosas cuando aguardábamos la orden de ataque ante la localidad de Favreuil. Puesto que se nos obligaba a esperar en la loma donde estaban las posiciones de artillería, desde el alba hasta bien pasado el mediodía, no tardó en invadirme el tedio, a pesar de que la situación entrañaba peligro. Así pues, comencé a hojearlo, y su melodía entreverada y atravesada por diversas luces, se desposó pronto, como una secreta voz de acompañamiento, con las circunstancias externas, en una armonía de claroscuro. Tras muchas interrupciones y tras haber leído algunos capítulos, recibimos finalmente la orden de ataque; guardé el libro de nuevo y al ponerse el sol ya había caído herido.
En el hospital militar retomé una vez más el hilo, como si todo lo acaecido en el intermedio sólo fuera un sueño o perteneciera al contenido mismo del libro, como si se hubiese interpolado un tipo particular de fuerza espiritual. Me administraron morfina y continué la lectura ora despierto ora aletargado, de tal modo que los múltiples estados de ánimo fragmentaron y ensamblaron una vez más los pasajes del texto ya mil veces fragmentados y ensamblados. Los accesos de fiebre que combatía con cócteles de borgoña y codeína, los bombardeos de artillería y aviación sobre el lugar a través del cual comenzaba a fluir la retirada y donde con frecuencia nos dejaban completamente olvidados, todas estas circunstancias aumentaban aún más el desconcierto, de modo que hoy sólo me ha quedado de aquellos días un recuerdo confuso de un estado de excitación mitad sensibilidad y mitad delirio, en el que uno mismo no se habría sorprendido ni siquiera por una erupción volcánica y en el que el pobre Yorick y el honrado tío Toby eran las figuras más familiares que se me presentaban.
Así, en circunstancias tan dignas, ingresé en la orden secreta de los shandystas, a la que, hasta el día de hoy, he permanecido fiel.
Ernst Junger
Tristam Shandy
El corazón aventurero
***
Tristam Shandy es un libro extraordinario en el que su protagonista no quiere nacer porque no quiere morir, al igual que no quería morir yo aquel día en Champs Elysées, aunque llevara mi Tristram en el bolsillo, el mejor pasaporte para la eternidad. Paso revista a mi vida y veo que el cometa Shandy, desde que apareció en ella, me la ha alegrado siempre, porque tiene duende. Me fascina esta novela tramada con un tenue hilo de narración y unos monólogos donde los recuerdos reales —como en la mejor de las hoy tan en boga autoficciones— ocupan muchas veces el lugar de los sucesos imaginados. Donde, como decía Alfonso Reyes, la risa está siempre a punto de estallar y de pronto se resuelve en lágrimas. Donde uno descubre de golpe, al borde del llanto alegre, que la vida puede ser triste. Claro que sí. La vida es shandy.
Enrique Vila-Matas
En el país de Tristam
Letras libres, 31 de marzo de 2004
Foto: Stefan Moses
Ernst Junger, Hermann Prey y Vicco von Bülow
Munich, 1996