Revista Viajes

La Orihuela de Miguel Hernández

Por Mundoturistico

Capital de la Vega Baja del Segura, la ciudad alicantina de Orihuela se recuesta bajo la Sierra de su nombre, un abrupto paisaje calizo que contrasta con el vecino Palmeral de San Antón y la fértil Huerta que alimenta el río. Por el serrano Monte de San Miguel, cercano a su casa, pedregoso y horadado de cuevas y riscos escarpados, pastoreaba sus cabras el pequeño Miguel Hernández y aprovechaba para leer lo poco que caía en sus manos, soñando con escribir versos y convertirse en lo que luego sería: uno de los grandes poetas españoles y un oriolano insigne, muerto en plena madurez de enfermedad, reclusión y pena por las trágicas circunstancias de la Guerra Civil, que truncaron su vida y su escritura.

Estamos contemplando el imponente lateral del viejo Convento de Santo Domingo, un fastuoso edificio con auténticas dimensiones de Escorial, que ha sido sucesivamente ermita, monasterio, universidad y, actualmente, colegio privado que imparte todas las etapas de la enseñanza preuniversitaria. Y que recoge, también, los principales estilos, del gótico medieval al rococó dieciochesco. Es la hora de las clases y el atasco de coches y estudiantes se hace notar. En el interior, sobresalen los dos espléndidos claustros: el central, del colegio, de elaboración renacentista; el universitario, con predominio del Barroco.

MonasterioHorihuela

Además de la descomunal fachada que, como una muralla, cierra ahora la calle enfrente de nosotros, perforada de vanos y resaltada por un magnífico y labrado escudo de piedra, destaca en el exterior la fachada principal, con tres vistosas portadas correspondientes a la iglesia, el convento y la universidad; en su ángulo superior, aparecen el templo, la cúpula y la colorista torre-campanario de ladrillo.

orihuela

Estamos en los dominios sentimentales del poeta, pues aquí se encuentra su casa familiar, ahora Casa Museo de Miguel Hernández, donde vivió, junto a sus padres y hermanos, los años de infancia y juventud (cursó el Bachiller con los jesuitas en el convento aledaño). Es una vivienda humilde de la época, de reducidas dimensiones, restaurada tal cual era, donde se exhiben las distintas dependencias (entrada, cocina, comedor, dormitorios) con sus respectivos útiles, muebles y ajuar, y se exponen fotografías, documentos, cuadros, poemas, escritos y demás material relacionado con el malogrado autor. Detrás, un patio abierto, con pozo, que da a un cobertizo lateral para el ganado y, al fondo, contra la rocosa pared del monte de San Miguel (arriba, a escasos metros, sobre la inmensa y dificultosa roqueda, se levanta un mirador y comienza una senda de montaña), al diminuto huerto-jardín donde destaca la pequeña higuera a la que la añoranza lírica le hacía al poeta volver “por los altos andamios de las flores”.

MiuguelHernandez

Al otro lado de la entrada, como arropándola, se hallan el Centro de Estudios Hernandianos, más una sala de exposiciones y una tienda que, junto con la casa, pertenecen a la Fundación que lleva su nombre y conforman, bajo la monumental esquina del complejo conventual, una acogedora placita que se conoce como el rincón hernandiano (sus restos, sin embargo, están en el cementerio de Alicante, ciudad donde murió y fue enterrado). También lo lleva la larga y estrecha calle por la que ahora bajamos hacia el centro, monumental e histórico en piedra y arte: plazas, iglesias, conventos, nobles edificios, algunos en penosa ruina, remozados los más para funciones administrativas, hoteleras o culturales.

Como los de los vetustos Juzgados (precedidos por el del histórico Juzgado Privativo de Aguas, un tribunal de regantes similar al de Valencia o Murcia), el decimonónico palacio del Marqués de Rafal (al lado está la oficina de turismo), el renacentista palacio de los Duques de Pinohermoso, que alberga los archivos y la biblioteca pública universitaria, la más antigua de España. O, unos pasos más abajo, el barroco Palacio Tudemir, hoy hotel, que aún conserva su magnífica portada blasonada, su decorado arco de entrada, su tallada escalinata, sus azulejos, sus tapices y los frescos de su admirable cúpula. Aprovechamos aquí para acercarnos al río desde el puente nuevo, donde el meandro forma una preciosa estampa veneciana.

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Continuamos luego hasta la Catedral, construcción gótica sobre mezquita anterior, donde destacan las tres portadas, de distintas épocas, y el claustro renacentista importado; detrás, pegado al río, está el Palacio Episcopal (la diócesis de Orihuela, hoy compartida con Alicante, nació de una escisión de la de Cartagena), barroco de rejas y balcones, que alberga el Museo de Arte Sacro, colección de objetos, muebles, ropaje y documentos apartados del culto. Siguiendo nuestra ruta por el casco antiguo y siempre en sentido contrario al fluir del río, la damos por finalizada ante el Ayuntamiento orcelitano, palacio barroco de llamativo escudo esquinado, ampliado con el edificio anexo de la llamada Peineta; dejamos a la izquierda, junto al río, los modernas aularios del campus universitario.

Foto de Martin Roell

Solo nos queda, para despedirnos, volver sobre nuestros pasos, desandando lo andado, y así cerrar el circuito regresando al punto de partida. Pero aún nos espera, muy cerca, una prometedora sorpresa, frustrada casi de inmediato. Porque en una placa de la calle vemos, casi por casualidad, el anuncio de algo con lo que no contábamos: un refugio antiaéreo de la Guerra Civil, túnel excavado en la roca bajo el caserío, que no llega al centenar de metros. Nos lo cuenta un amable lugareño, pues está cerrado y nosotros, después de remontar una empinada calleja y dudar ante el intrincado patio vecinal donde tiene su entrada, nos quedamos con las ganas.

guerra

Así que continuamos nuestro camino y dejamos la ciudad por la calle de Ramón Sijé, seudónimo del escritor y amigo “con quien tanto quería” el Miguel autor de su conmovedora elegía homónima, mientras la tarde va cayendo, en lo alto a nuestra espalda, sobre la amplia fachada del Seminario y las gloriosas ruinas del Castillo medieval, que parecen trepar monte arriba. 

Dos fotos son propiedad de Martin Roell


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