Revista Cultura y Ocio
"¡Oh Capitán, mi Capitán!" lamentó Walt Whitman y grabó sus palabras para la eternidad. Las palabras eternas surgen sólo una vez en la vida de la profunda garganta y cruzan el tiempo como la dulce mitología de los pueblos extinguidos. Y no hay remedio para aquellos que quieran hacer callar el llanto desesperado de la esperanza oculta de una vida mejor. No hay mares que puedan detener la perversidad de la pobreza bajo la cínica mirada del que no pierde nada mirando el espectáculo de la muerte diaria sin inmutarse un único músculo. Son los hijos de los hijos, los que acabarán sucumbiendo sobre los rescoldos de los hombres que habitan en el "Infierno" de Dante, como no habrá poema de amor que no lleve el nombre de Petrarca. El Mundo es tan siniestro como maravilloso ante la belleza y la severidad de la Naturaleza. Y todo pasa por el más allá del bien y del mal, y sin embargo, nos empeñamos en bailar, tal akelarre, dentro de sus círculos. "¡Oh, Capitán, mi Capitán!