Revista Ilustración

La peor canción del mundo

Por Davidrefoyo @drefoyo
"Podría hacer daño el agua y no el licor" Los Enemigos "Cuando te pones encima, te juro que no sé qué hacer" Los Suaves
LA PEOR CANCIÓN DEL MUNDO
foto extraída del magnífico blog de diseño ffffound. La música es un estado emocional permanente, una búsqueda apasionada de la decencia, de la droga dura de tu equipo cayendo eliminado, en busca de volver a levantarse a base de portadas y periódicos que bien podrían venderse al peso durante las interminables semanas del fin de temporada. El peso, las dos toneladas y media de hormigón armado cayendo sobre mi pecho lo que impide acelerar el paso, lo que importa realmente es el estado de salud, saber que ahora puedes correr, saltar, bailar y escribirlo todo y desear, por un instante, ser un maldito jubilado sin prestación social ni sanidad gratuita: quedarme quieto, aquí y ahora, escuchando el rumor de las hojas en medio de la selva, acariciando perros que no tienen maldad en su mirada absorta. Esperar no sé muy bien qué y mover los pies al ritmo salvaje de las canciones de moda, esas que salen en televisión y acompañan a las chicas más guapas de la pasarela, como si de verdad nos importasen algo, y lo que es más grave, como si nosotros, o más bien yo, que se jodan los otros, les importáramos una mierda ahí arriba, con sus luces y sonrisas esmaltadas. Tintanlux. He olvidado cómo se pedía en los restaurantes, la amabilidad francesa que observé en las películas. He olvidado de qué manera se colocaban los dedos para tocar aquellos acordes sencillos que tanto me gustaban, que tanto me hicieron soñar. He dejado cientos de libros a medias, sin estrenar, sin retirarles el plástico que los envolvían, como un preservativo al borde del colapso deslizado, de forma suave y anti-higiénica, a lomos de la vergüenza por pasillos que no te pertenecen, laberintos confusos y respuestas fáciles con el analista de turno: obvio Punto Pelota, por supuesto. He permanecido en un estado embrionario de Antonio Vega durante demasiado tiempo, sin posibilidad de obtener heroína para pasar el trago, pero con la Lucha de Gigantes acechando en la sombra, en un bosque de dudas tan inmenso que no envidiaría en nada al más difícil de los sudokus: incluidos aquellos del periódico del domingo. LA PEOR CANCIÓN DEL MUNDO
foto extraída de Google Images Estas son aquellas cuestiones que nos obligan a realizar, el patrocinio, cumplir con el mecenazgo, con los tipos de interés al 6%, con las letras mensuales para conseguir un pequeño margen de libertad. Estas son las cuestiones que deberíamos plantearnos como prioritarias, pero hay meta-cuestiones, un nuevo campo del conocimiento que se eleva por encima de las despedidas, de los plantes, de las revoluciones. Ahora que todavía no es delito sentarnos delante de los tanques, sin adoquines levantados para comprender que la playa, la arena y el mar, podrían estar justo debajo de nuestros traseros. Quiero huir de los delitos. Quiero ser el mejor de los hombres. Quiero levantar el puño, por fin, y denunciar todas las atrocidades que en nombre del orden y las dinámicas sociales, se han cometido. LA PEOR CANCIÓN DEL MUNDO
foto extraída de Google Images Un motor de 1600 c.c. es suficiente para hacer temblar la estabilidad financiera internacional y la mía propia. Lo que más me seduce de sus llantas de aleación deportiva, de su inviolable espíritu de competición, es que no están fabricadas para nadie en concreto, esa total ausencia de destinatario me fascina, porque el anonimato, la velocidad, las fotos de radar de la Guardia Civil donde brillan nuestros dientes blancos entre sonrisas sofisticadas de marca nacional es la utopía. Enviar una postal desde el buzón de otra ciudad, donde no dejar huellas, donde poder permanecer escondido el tiempo necesario para ser un hombre nuevo, un cristiano más en estos tumultuosos momentos de pérdida de fe. Adiós, Pep, tú nos enseñaste el valor de las decisiones valientes, no de las correctas. Ahora me toca a mí recoger tu testigo.

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