El contrato del dibujante (The Draughtsman’s Contract)
Director: Peter Greenaway
1982
Gran Bretaña
108 min.
Fotografía: Curtis Clark
Música: Michael Nyman
Montaje: John Wilson
Guión: Peter Greenaway
Reparto: Anthony Higgins, Janet Suzman, Anne Louise Lambert, Neil Cunningham, Hugh Frasier, David Grant, Dave Hill.
No había sentido demasiado interés por Peter Greenaway hasta ahora. El asfixiante universo formalista y referencial del galés me repelía. Con su tono obsesivo, altivo incluso, de qualitéal estilo europeo. No de qualité para todos los públicos como la de James Ivory, sino un puro snobismo elitista, más rebuscado que naturalmente excéntrico. Esto, como tantas cosas, está basado en un prejuicio general inducido por un conocimiento (muy) parcial. El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante me había impresionado y aturdido, pero hacía tanto tiempo de aquello que mamotretos como El niño de Macon habían desactivado cualquier posibilidad incipiente de rebuscar en ese universo centrípeto de Greenaway. Pero retuve, hasta ahora, dos títulos, que con su bella sonoridad simétrica parecían prometer un algo diferente: El contrato del dibujante y El vientre del arquitecto. Ya he visto la primera.

Quizás esta vez le he pillado la gracia al chiste, o quizás pasa que, como ya me habían advertido, El contrato del dibujante tiene todo lo bueno sin nada de lo malo del cine, o de la creación no se muy bien como llamarlo, de Greenaway. La pedantería está contrarrestada por el sentido del humor (y por el fervor escatológico habitual del cineasta), la asfixia plástica por la ligereza del conjunto, las pretensiones por la gracia metalingüística y esta por una distancia que compromete por igual observación e ironía. Y, sobre cualquier cosa, El contrato del dibujante es una película deliciosamente superficial que se esconde tras un intrincado dispositivo interpretativo de diferentes niveles entrelazados y no estancos. Un engaño, un trampantojo, un truco de la perspectiva tanto formal como conceptual. Un juego, culterano pero juego, en el cual el cineasta engaña al ojo de las expectativas en un film que no tiene tanto de reflexivo, aun teniendo y bien penetrante, como de flamboyant.


En principio lo que evoca es una suerte de un palimpsesto de Blow-Up, a su vez hábil reescritura sixties de La babas de diablo de Cortazar por parte de Michelangelo Antonioni o incluso de La conversación, variación sobre Blow-Up de Francis Ford Coppola con extra de paranoia. En esta un detective se obsesiona hasta la autodestrucción con una escucha que es incapaz de descifrar y cae en eso que Umberto Eco llama la sobreinterpretación. Construir una teoría a partir de un dato aislado.


Partiendo de ahí de lo que Greenaway dispone es de un tablero (incluso las cuadrículas que el dibujante usa como guía así los indican, ni que decir tiene la dicotomía constante del blanco y el negro) donde calcar desde la realidad, aparente, y manipular a partir de la ficción. Por eso el film incluso trampea la época, estilizándola, barroquizando el barroco y al tiempo leyéndolo todo desde una sensibilidad arty de los primeros 80. La exageración de la ropa, de al manera de moverse y hablar o la genial banda sonora de una Michael Nyman ecvocando a Henry Purcell suman en este sentido de acertijo endiablado, de jeroglífico malicioso.


Pero no solo es simétrica formalmente, también lo es en la disposición dramático-narrativa (prólogo/epílogo y entre medias cuadros vivientes que son espejo unos de otros en cuanto a disposición en la línea narrativa). Basada además en la repetición rítmica de motivos y frases, e incluso en las claves secretas del enigma, esa alegoría oculta (varías, en realidad) en los dibujos a la cual hacen referencia distintos personajes. Un enigma que solo encontrará solución al romperse el ritmo, la simetría: el dibujante realiza 12 dibujos (como los trabajos de Hércules, una de las múltiples alusiones mitológicas de fondo que crean un tapiz mágico que convive en una tensión entre los que se ve, lo racional, y lo que se cree ver, lo irracional, conformando así una de las estrategias del misterio que propone el film) con de la casa de los Herbert. Cuando regrese para pedir un trigésimo dibujo, que rompe la simetría/armonía, descubrirá la verdad y esta será fatal para él.
