Revista Cine

La piel del gatopardo

Publicado el 21 marzo 2012 por Felipe Santos

La piel del gatopardo

“Si queremos que todo quede como está, es preciso que todo cambie”. Si por algo se conoce la novela de Lampedusa y su adaptación al cine por Luchino Visconti, sin duda es por esta simple y descarnada frase que Tancredi (Alain Delon) lanza a su tío Fabrizio (Burt Lancaster), Príncipe de Salina, justo antes de partir para unirse a las filas de Garibaldi. Cabría pensar que en ella se encierra la secreta aspiración de una clase social, la nobleza, por dejar las cosas como están tras el empuje revolucionario del Risorgimento. A fin de cuentas, como dirá el propio Fabrizio, la burguesía emergente no querrá eliminar a la nobleza, sino ocupar su lugar.

Hasta ahí la tesis de fondo. Pero la deslumbrante adaptación de Visconti nos cuenta algo más. Existen pocas dudas de que encontrara en Fabrizio un alter ego, un aristócrata, como él, enfrentado a un mundo de intenso cambio político y social, en el que apenas queda sitio para andar y poder sentarse entre un concurrido buffet, como nos muestra hacia el final de la película. Un mundo que en el fondo no habría cambiado, según la máxima que le espetó su sobrino, pero en el que poco a poco se descubre ajeno por completo.

Piero Tosi recibió el encargo de arropar ese sentimiento de pérdida que provoca el cínico y descarado sentido del oportunismo de la nueva sociedad entre el inefable paso del tiempo. El resultado fue uno de los mejores trabajos del diseñador florentino. Conoció a Visconti en el rodaje de Bellisima (1951). Cuando le encargó Il gattopardo (1963) ya había vestido a Alain Delon y Claudia Cardinale en Rocco e il sue frattelli (1960). La colaboración con el cineasta italiano se ampliaría luego con películas como La caduta degli dei (1969), Morte a Venezia (1971) o Ludwig (1973). En su vestuario siempre encontraremos una prolongación del carácter de sus personajes, de esa fachada externa que nos dice mucho más de su mundo interior. Las camisas rojas de los partisanos de Garibaldi se lavaron en té, se secaron al sol y se enterraron para que lucieran con ese aspecto desgastado que aparecen en la película, como una señal de una revolución improvisada e imperfecta, hecha con más corazón que cabeza. Don Calogero Sedara, el nuevo alcalde y nueva fortuna de Donnafugata, aparece en la recepción dada por el Príncipe de Salina “¡con corbata blanca y de frac!”, como exclamarán divertidos mientras lo esperan al pie de la escalera, sin apenas disimular la risa que les causa verlo aferrado a la chistera, como si sujetara las riendas de un caballo. Y resulta imposible no desear siquiera un gramo del aplomo que derrocha Fabrizio, vestido con su levita, mientras contempla cómo su mundo se desmorona.

El contrapunto a ese cafre y resbaladizo mundo lo pone la espontaneidad de Angélica (Claudia Cardinale), la hija de Don Calogero. Será difícil no distinguirla entre el concurrido baile del final, como muestra de esa insultante belleza con que la ve la vieja nobleza. La escena del baile que cierra la película se rodó en el Palazzo Gangi de Palermo, con gran parte de la aristocracia de la zona actuando como extras. Dura 46 minutos, casi una cuarta parte de todo el metraje. Para aquella escena, Piero Tosi y su equipo diseñaron un total de 426 trajes. Y para Angélica escogerá un vestido de color nácar, recubierto con una organza de Dior, que le conferirá una apariencia única. Luego dirá que “la belleza de aquel vestido estaba en su propia ligereza”.

Amortajado con el frac de esa noche, Fabrizio vuelve a casa dando un paseo por las calles vacías de Palermo al final de la película. Hay un retrato muy conocido de Verdi con ese mismo aspecto: frac, chistera y una bufanda de seda blanca anudada al cuello. Camina con su bastón y tan solo detiene su marcha para arrodillarse ante el paso del viático. “Oh estrella, mi fiel estrella, ¿cuándo te decidirás a concederme una ventura menos efímera, lejana de todo, en tu mundo de eternas certezas?”. Mientras oímos el tañido de la campana de una iglesia lejana, su figura se disuelve entre el tiempo y las sombras.

***

Artículo aparecido en la revista de crítica cinematográfica FilaSiete.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas