Resulta estimulante que en una calurosa tarde de julio y entre tanta repetitiva basura cinematográfica aparezca una pequeña perla (casi olvidada) que demuestra que, a pesar de la coprofagia a la que nos tiene acostumbrados gran parte del cine actual, existen películas sencillas, que no alardean de ensordecedores efectos especiales ni se hallan protagonizadas por el actor/actriz de turno. La piel dura (1976) del maestro François Truffaut es un buen ejemplo de ello y una verdadera sorpresa en la apática parrilla televisiva.
Ese señor bajito de claro acento francés que flipaba en colores comunicándose con los luminosos extraterrestres de Encuentros en la tercera fase (1977) de Steven Spielberg era nada más y nada menos que uno de los directores más influyentes de la nouvelle vague con títulos como Los 400 golpes (1959), Jules y Jim (1961), Fahrenheit 451 (1966), El pequeño salvaje (1970), La noche americana (1973), Diario íntimo de Adèle H. (1975) por citar sólo algunos ejemplos.
La piel dura gira en torno a la infancia y mientras una se deja atrapar por sus imágenes, es difícil que no recuerde “Los cuatrocientos golpes”, Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999), Ser y tener (Nicolas Philibert, 2002) o ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976), aunque todas ellas por razones diametralmente opuestas.
Truffaut nos sumerge en Thiers, una pequeña ciudad cercana a Limoges, en la que los protagonistas son un grupo de niños que no sólo comparten la misma escuela en pleno mes de junio sino que, durante 105 minutos, nos invitan a asomarnos y ser testigos de pequeños retazos de su vida, algunos obvias pinceladas autobiográficas del realizador francés.
Es así como conocemos a Patrick que debe hacerse responsable de su padre discapacitado y que comienza a despertar a los primeros escarceos amorosos (junto a Bruno), aunque sin olvidar la atracción que siente por la madre de Laurent.
Los despiertos hermanos Deluca; la angelical Sylvie cuyos padres dejan encerrada para comer en un restaurante o el pequeño Gregory que protagoniza la escena más espeluznante y, a la vez, inverosímil de toda la película, pero que sirve como trasfondo para entender el porqué del título del film, un porqué que la embarazada esposa del profesor Richet se encarga de desvelarnos.
Y, por fin, Julien Leclou, un niño maltratado por su alcohólica madre, delincuente en potencia y mentiroso que los servicios sociales han derivado a la escuela. La historia de Julien es la única que ensombrece una cinta cargada de optimismo, de ganas de vivir, de ternura y de superación. Leclou bien podría haberse convertido (y con razón) en uno de los capitostes de ese grupo de aterradores críos que protagonizaban la magnífica cinta de Chico Ibáñez Serrador.
Los niños de Truffaut (desconocidos todos ellos a excepción de su propia hija Eva) viven en su mundo infantil sin acabar de encajar en ese universo adulto que les rodea, un universo que tampoco se esfuerza demasiado en romper el muro de la incomprensión que les separa. La mayoría de los “mayores” que aparecen en La piel dura se mueven por el egoísmo, pero Truffaut se encarga de “castigarlos” retratándolos como seres casi ridículos y convirtiendo a los pequeños habitantes de Thiers en los verdaderos y creíbles héroes de esta película. El realizador francés deja su cámara junto a ellos sin interponerse entre las imágenes y el espectador, permitiéndonos saborear, y rememorar con añoranza, largas tardes de junio a la salida del colegio.
Pero no todos los adultos son fustigados en la película, puesto que el profesor Richet se erige (como una especie de alter ego de Truffaut) en el gran defensor de sus alumnos a los que no solamente enseña, sino que “habla” con ellos. Junto a él, y a modo de personaje contrapuesto, encontramos a la señorita Petit, una autoritaria (y algo amargada) maestra a la que poco importan las personas que tiene en su aula. En este sentido son reveladoras las palabras esperanzadoras que Richet pronuncia ante sus alumnos para explicarles qué ha pasado con Julien y aleccionarlos sobre lo dura que puede resultar la vida (qué bien lo sabía Antoine en Los 400 golpes…). Ese tipo de profesor empático y comprensivo se ve reflejado en el Daniel de Hoy empieza todo o el Georges de Ser y tener.
Deliciosamente sincera y hasta entrañable, interpretada con total naturalidad por actores noveles (con breves cameos de Truffaut y de su otra hija Laura), La piel dura nos enseña que los niños son de goma. Se chocan contra todo, contra la vida, pero lo hacen sin lastimarse. Y encima tienen la piel dura…
Briony
Para ver la ficha de la película, pincha aquí.
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François Truffaut, L'argent de poche, La piel dura
This entry was posted on 14 julio, 2011, 00:35 and is filed under Reseñas. You can follow any responses to this entry through RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu propio sitio.