Revista Cultura y Ocio

La posible bailadora de la Saikyo

Publicado el 26 noviembre 2012 por Japangaijin @japangaijin

Sábado al anochecer. Es noviembre, por lo que diremos que ya hace frio aunque el sol me haya dado en toda la cara durante el almuerzo a base de sandwich del conbini. Como ayer. Ya no me acuerdo la última vez que me senté a mesa para comer.

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Ozaki. No muy lejos de los lavabos. Mi cuerpo yacía en una esquina de una butaca de piel amarilla. El sandwich no me había sentado bien, por lo que a mi alma vacía se le había sumado mi cuerpo.

La ventana daba a la calle. Un enorme letrero de estilo victoriano inglés en el último piso de uno de los edificios anunciaba noseque. Sus ribeteados me trasladaron a tiempos pasados, en aquella noche con ella.

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- Jordi, ponte debajo que la cosa no llega a más.
De acuerdo - le contesté. Nunca entendí como algo tan diminuto podría estar lleno de tanta energía. Desde que nos conocimos por primera vez, siempre me daba una parte de ella, y le quedaba suficiente como para tener que cambiar las sábanas a la mañana siguiente y no tener que preocuparme al mes siguiente.

- Jordi... ¿porqué eres tan bueno?
Me preguntó cuando casi se había hecho de día.
- ¿A qué te refieres?
Le dije como si no supiera a que se referia.
- Bueno, ya sabes. 
- Quizás porque alguien que no tiene futuro, el pasado siempre es lo peor, por lo que siempre me quedo con el presente.

Entonces alguien gritó en Ozaki. La escalera mecánica se estropeó, y mientras un operario intentaba arreglarla, una chica a grito limpio se disculpaba a los pasajeros por las molestias causadas.

Una hora después, decidí subirme al tren, y en Ebisu entró alguien. Se sentó en las butacas de enfrente. Llevaba unas botas de ante veige terminadas con unas pieles como de zorro. Unos leotardos a medio camino del rosa-magenta, una blusa negra, una rebequita que casi no distinguia y un chal de estampado dorado y de flores. En una mano llevaba una bolsa. Tenia el cueño y la parte superior de pecho descubierto, y el pelo recogido en un moño. Me dió la sensación de una bailadora recién terminada de bailar.

De nariz larga y ojos un poco redondos, creo que su padre era extranjero. Me hice el dormido, y cuando entreabrí los ojos, la vi mirándome. El trayecto hasta Shinjuku fue un intercambio de miradas. Ahora tu, ahora yo.

También se bajó en la misma estación. No importaba que hubieran miles de personas entre los dos, los veía a todos en blanco y negro, y a ella en color. Entonces, desapareció. Tuve miedo de hablar con ella. Algun día podría llegar a decirme lo buen chico que soy.


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