Revista Expatriados

La primavera coreana (1)

Por Tiburciosamsa

Durante años nos ha gustado congratularnos por nuestra Transición a la democracia y exportarla como modelo. El pueblo y los políticos españoles, por una vez, estuvieran a la altura de las circunstancias, aunque con una ayudita de las Embajadas de EEUU, Francia y Alemania, porque las cosas estuvieron más planificadas de lo que nos queremos creer. He leído que ya ha habido quién ha sugerido que España comparta su experiencia de transición democrática con los países árabe que están en pleno proceso de transformación política. Loable idea, pero equivocada. La Transición española apenas tiene puntos en común con lo que está ocurriendo en el mundo árabe. Si los árabes quieren ver las experiencias de otros en una situación parecida, es más bien a Corea del Sur adonde deberían dirigirse.
Corea del Sur nació después de la II Guerra Mundial en circunstancias dramáticas. Después de varias décadas de sufrir un régimen colonial japonés brutal, que intentó borrarle la identidad, se encontró con el país dividido entre los soviéticos y los norteamericanos. La situación era parecida a la de la Alemania dividida, pero con dos diferencias de peso: 1) Mientras que EEUU y la URSS tenían claro que en Europa liarse a guantazos era un lujo que no se podían permitir, no ocurría lo mismo en otros continentes; 2) Después de la caída del nazismo habría sido impensable no instaurar en la República Federal de Alemania una democracia genuina, en cambio para pueblos más tostaditos y de ojos rasgados, cualquier remedo serviría.
Desde el principio, para EEUU en Corea lo esencial fueron las consideraciones geopolíticas. Necesitaban una Corea del Sur fuerte y estable, que sirviera de dique de contención a la expansión del comunismo. Y pijaditas democráticas, las justas. EEUU tuvo la suerte de encontrarse con el hombre fuerte que necesitaba, Syngman Rhee. Syngman Rhee estaba hecho de la misma pasta que el filipino Ferdinand Marcos y el survietnamita Ngo Dinh Diem, otros líderes apoyados a muerte (las de sus opositores) por EEUU: fieramente anticomunista, ambicioso de poder y sin escrúpulos a la hora de mantenerlo, manipulador… Por las buenas y por las malas,- más bien por las malas-, Syngman Rhee controló el país entre 1948 y 1960.
En marzo de 1960 se celebraron elecciones presidenciales en Corea del Sur. El candidato de la oposición Cho Pyong-ok tuvo la gentileza de morirse poco antes de las elecciones. Aunque Syngman Rhee concurrió a las elecciones compitiendo sólo contra sí mismo, el 97% de los votantes surcoreanos sintió el deseo de acudir a las urnas y de éstos cerca del 90% votaron por él. En las elecciones a la Vicepresidencia, que se celebraron simultáneamente, el candidato oficialista obtuvo el 79’2% de los votos, mientras que el opositor Chang Myon sólo logró el 17’5%, a pesar de que los sondeos preelectorales habían predicho resultados muy distintos. Los estudiantes se mosquearon como bastante y salieron a la calle. Tras varias semanas de manifestaciones, Syngman Rhee se vio forzado a dimitir y marchar al exilio a Hawai. Otro dictador amigo de EEUU, Ferdinand Marcos le copiaría el guión 26 años después: asesinato de político opositor, elecciones fraudulentas, protestas callejeras y exilio en Hawai.
Tras la caída de Syngman Rhee se cambió el sistema político de uno presidencialista a otro parlamentario. En julio se celebraron elecciones parlamentarias y en agosto las presidenciales. Fueron unos meses tumultuosos, que pueden recordar un poco al Portugal posterior a la Revolución de los Claveles. La sociedad coreana quería disfrutar de la libertad que no había podido disfrutar en varias décadas. ¿Y fueron felices y comieron perdices el pueblo coreano y la joven democracia? ¡Qué pregunta! ¡Estamos en Corea del Sur!
El 16 de mayo de 1961 el general Park Chung-hee dio un golpe de estado apoyándose en la oficialidad más joven. Park Chung-hee justificó el golpe con una serie de argumentos que encontraron eco en la sociedad coreana: la inestabilidad política, la corrupción y el faccionalismo de los políticos y la mala situación política. A ello se unió el hecho de que las FFAA profesionalizadas y tecnocratizadas sintieron que podrían dirigir el país mucho mejor que los políticos incompetentes que estaban al mando. Park, que era un maniobrero y un manipulador muy fino, se ganó para su campo al Presidente Yun Posun, quien le apoyó frente al Primer Ministro democráticamente elegido Chang Myon, le dio una pátina de respetabilidad y, más importante, persuadió a EEUU para que no interviniera.
Park Chung-hee tenía algo en común con el chileno Pinochet y el pakistaní Zia ul-Haq. Al igual que ellos se presentó como la voz del sentido común en una situación inestable y caótica, el hombre que iba a enderezar la situación, pero a medida que el tiempo iba pasando, se convertía más y más en el hombre al que no hay manera de echar del sillón.
Tal vez a Park se le vieran sus verdaderos colores antes que a los otros dos. El 19 de junio de 1961 creó la Agencia Central de Inteligencia Coreana (KCIA) para protegerse de la posibilidad de un contragolpe y suprimir a posibles enemigos. La Agencia recibió amplísimos poderes que alcanzaban incluso a la esfera económica. Su primer director fue Kim Jong-pil, un pariente de Park, que le había ayudado a organizar el golpe. Mientras que el KCIA le protegía de posibles enemigos políticos, hubo tres agencias que le ayudaron a tener un poder casi absoluto sobre la economía: la Oficina de Planificación Económica, el Ministerio de Comercio e Industria y el Ministerio de Finanzas. Finalmente, para no dejar nada al azar, disolvió la Asamblea Nacional y las asambleas provinciales y prohibió todo tipo de actividad política. Para finales de 1961 ya había en el país 3.333 presos políticos.
Durante los años siguientes Park fue sorteando las ocasionales demandas norteamericanas para que democratizase el régimen y las esporádicas protestas internas mediante la calculada combinación de una serie de elementos: 1) Elecciones lo suficientemente amañadas como para que él las ganase, pero no tanto como para que la gente pusiese el grito en el cielo y es que lo de las elecciones de marzo de 1960 había sido demasiado burdo; 2) Anticomunismo como bandera, unido a la despolitización de la sociedad, una fórmula que a Franco le habría resultado familiar; 3) Amedrentamiento y acoso a los opositores, cuyo caso más extremo fue el secuestro del opositor Kim Dae-jung de la habitación de su hotel en Tokyo para llevárselo de vuelva a Seúl en 1973. Sólo la presión internacional evitó que lo matase; 4) Recurso a valores confucianos como la lealtad al soberano y la piedad filial para suscitar la adhesión social hacia su persona. Reemplácese por el nacional-catolicismo y tendremos otra fórmula que a Franco le habría resultado familiar; 5) Los buenos resultados económicos, argumento utilizado por infinidad de dictadores: “si conmigo podéis comer, que más os da que no podáis votar”.
Como Franco, Park pensaba que la economía puede dirigirse a base de ordenanzas como si el país fuese un cuartel. A diferencia de Franco, que dio muchos palos de ciego con la autarquía hasta que se encontró con Alberto Ullastres y compañía y vio la luz, Park tuvo a su equipo de tecnócratas desde el principio. Park, al igual que muchos otros países en aquellos años, aplicó una política de sustitución de importaciones y de fomento de las exportaciones que dio resultados. Entre 1961 y 1971 el PIB surcoreano aumentó un 8’7% anual y las exportaciones lo hicieron en un 36% anual. La renta per cápita entre 1961 y 1978 aumentó un 240%. Ése es el lado bonito de la historia que siempre se cuenta. El lado feo es que parte del éxito se debió a tener acogotados a los trabajadores y con bajos salarios. Las desigualdades sociales crecieron, aunque es justo reconocer que se creó una clase media numerosa. Sólo hubiera faltado que con esas tasas de crecimiento no se hubiese creado.
El ingreso de la República Popular China en Naciones Unidas y el acercamiento chino-norteamericano le dieron mucho yuyu a Park, que de pronto se temió que la bandera anticomunista ya no fuese suficiente para legitimarse internacionalmente. Además, la sociedad estaba cambiando y cada vez soportaba menos la dictadura. Así ocurrió que en los 70, se produjo un endurecimiento del régimen. Park sintió que era mejor prescindir de caretas democráticas y gobernar a base de legislación de excepción y estacazo al que se mueva. En octubre de 1972 Park dio a conocer una nueva Constitución, la Constitución Yushin, cuyo tenor se puede resumir con mucha facilidad: el Presidente Park puede hacer lo que le dé la gana. Al mes siguiente los ciudadanos enfervorizados la votaron en referéndum con el 91’5% de los votos a favor.

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