Revista Expatriados
Desde comienzos de 1981, Chun tuvo el viento a favor en el escenario internacional. En enero de 1981 Ronald Reagan asumió la Presidencia de EEUU, invitó inmediatamente a Chun a la Casa Blanca y le dijo: “Compartimos su compromiso con la libertad [ignoro cuál es el compromiso con la libertad que compartían Reagan y el golpista Chun]. Si tengo un mensaje para el pueblo coreano hoy es: nuestro vínculo especial de libertad y amistad es tan fuerte hoy como lo fue en aquella reunión hace treinta años [alusión al encuentro del General Mc Arthur con el gobierno surcoreano en la recién liberada Seúl]”. Vamos que EEUU a todo le diría amén con la sola condición de que no se cepillase al opositor Kim Dae Jung, al que habían vuelto a detener y a condenar a muerte. Al año siguiente Yashuhiro Nakasone asumió el Primer Ministerio en Japón y buscó mejorar las relaciones con Corea del Sur, sin fijarse mucho en cómo había llegado al poder su Presidente.
La economía también le sonrió. Entre 1980 y 1986 la renta nacional creció al ritmo de un 7’5% anual y Corea se posicionó a nivel mundial como uno de los principales astilleros y productores de productos mecánicos y electrónicos de consumo. El país consiguió unos superávits comerciales nunca antes vistos.
Sin embargo, por debajo había mucho malestar. Los grandes beneficiarios de este crecimiento económico fueron los grandes conglomerados industriales. El sindicalismo estaba prohibido y las condiciones de trabajo eran abusivas. El Gobierno sabiamente procuraba que los salarios subiesen gradualmente para así aliviar un poco la presión, pero los salarios iban siempre muy a la zaga de los aumentos de productividad. Para terminar de irritar a la población, se produjeron algunos escándalos de los cuales el más sonado fue el de la Sra. Chang, envuelta en oscuros tejemanejes financieros, que acabó emitiendo más pagarés de los que podía hacer frente. Mucha gente nunca recuperó el dinero en una historia que le habría sonado familiar a Bernie Madoff. Lo peculiar en este caso es que el marido de la Sra. Chang era un antiguo oficial de los servicios de inteligencia y ambos presumían de sus conexiones con el matrimonio Chun Doo-hwan. El baldón de corrupto que esa historia le dejó, ya no se lo pudo quitar.
Al igual que sucediera en los últimos meses de la dictadura de Park, la presión de la calle empezó a crecer y en las protestas se aunaban estudiantes, trabajadores y clase media. Las reivindicaciones se entremezclaban: las malas condiciones laborales, la corrupción de Chun y de su entorno, la represión política, el recuerdo de los muertos de Kwangjiu… Desde 1985 las voces del cambio habían roto las barreras de la universidad, la fábrica y la pequeña disidencia política; el movimiento democratizador se había convertido en un movimiento social que además supo encontrar una causa unificadora: la enmienda de la Constitución de forma que el Presidente fuese elegido directamente por el pueblo.
1986 fue un año complicado para Chun. Las protestas eran cada vez más numerosas y decididas, pero recurrir a la fuerza bruta para reprimirlas se hizo más difícil que antes. Ese año se celebraron en Seúl los Juegos Asiáticos y en 1988 se iban a celebrar las Olimpiadas. Lo último que necesitaba Chun era una masacre cuando tenía el país lleno de periodistas. 1986 fue también el año en el que la Administración Reagan dejó caer al dictador filipino Marcos. De pronto, el apoyo norteamericano hiciera lo que hiciera dejó de estar asegurado.
1987 comenzó con la muerte torturado del estudiante universitario Park Jeong Cheol, que conmocionó a la opinión pública. Tal vez más que el hecho en sí, lo que conmocionó a la opinión pública fue que la policía reconociera por primera vez abiertamente que hacía uso de la tortura. En los meses siguientes tuvieron lugar ásperas negociaciones entre la oposición y el Gobierno sobre la enmienda de la Constitución. El 13 de abril Chun saltó a la palestra para decir que estaba hasta el gorro de negociaciones, que prohibía todo tipo de discusiones sobre la enmienda de la Constitución y que el próximo Presidente se elegiría como establecía la Carta Magna, es decir, no por votación popular directa. Ese rechazo frontal a lo que había sido la reivindicación de mínimos por parte de la oposición fue el catalizador de las protestas que seguirían después. Chun había mostrado que no se iría por las buenas vía negociaciones. Ya sólo cabía echarlo por las malas.
Con la que estaba cayendo, no se le ocurrió más que designar el 10 de junio a otro General, Roh Tae-woo como candidato presidencial por el oficialista Partido de la Justicia Democrática. El movimiento fue visto como la designación sí o sí del nuevo presidente vía dedazo. O bien Chun era muy chulo, o bien su manejo de los tiempos era pésimo.
La designación de Roh desencadenó masivas manifestaciones por todo el país en las que participaron millones de coreanos. Los principales eslógans eran: “Abolid la constitución perversa” y “abajo la dictadura”. Las manifestaciones fueron cobrando fuerza a medida que transcurría el mes. La del 10 de junio convocó a 240.000 personas en 22 regiones del país. En cambio, en la Gran Marcha Pacífica del Pueblo del 26 de junio, fueron millón y medio en 34 ciudades.
Chun consideró recurrir a la fuerza bruta como en mayo de 1980, pero los tiempos habían cambiado. EEUU había visto el coste que había tenido en términos de imagen su actuación pasiva en 1980 y no estaba dispuesto a que se repitiera y menos con el ejemplo cercano de Filipinas. Ya en febrero, cuando la presión contra Chun empezaba a crecer, el Asistente al Secretario de Estado norteamericano, Gaston Sigur, había señalado el deseo de su país de que Corea tuviera un régimen civil y había apuntado implícitamente que EEUU no vería con buenos ojos que Chun intentase mantenerse en el poder por la fuerza de las armas. En junio EEUU aumentó su presión con una carta del Presidente Reagan a Chun y una declaración del Departamento de Estado, cuyo tenor era que se olvidase de coger la estaca de disciplinar manifestantes.
El 29 de junio Roh Tae-woo hizo una declaración de ocho puntos en la que básicamente aceptaba las demandas de la oposición: se liberaría a todos los presos políticos, incluido Kim Dae Jung, se garantizarían los derechos humanos, habría prensa libre, se dejaría operar libremente a los partidos políticos y se enmendaría la Constitución de forma que fuese posible la elección directa del Presidente.
Roh demostró una gran astucia con esa declaración. Por un lado, el régimen se encontraba en un callejón sin salida y resistirse a lo inevitable sólo habría conducido a un baño de sangre que habría prolongado su agonía. Por otro, Roh sabía que esa declaración le haría popular ante la ciudadanía y le permitiría marcar distancias con el desprestigiado Chun. Al igual que Adolfo Suárez con el “puedo prometer y prometo”, una declaración de intenciones osada, permitía a un hombre que venía del sistema presentarse como el hombre que cambiaría el sistema. También, al igual que con Adolfo Suárez, la ejecutoria de Roh dentro del sistema no era tal que le invalidase. Entre 1983 y 1986 había presidido el Comité Olímpico de Corea del Sur, un puesto de relevancia, dado que el país iba a celebrar los Juegos Olímpicos de 1988, pero también un puesto que le mantenía al margen de las acciones represivas.
¿Se inició así la transición democrática y el pueblo coreano y la democracia fueron felices y comieron perdices? Pues esta vez va a ser que sí. Gobierno y oposición negociaron una nueva Constitución, que fue aprobada en referéndum el 29 de octubre de 1980, y en diciembre hubo elecciones que ganó Roh Tae-woo gracias a la división de la oposición. Y colorín colorado, este cuento ha terminado.