Revista América Latina

La primera fiesta en el último escondite

Por Isa @ISA_Universidad

La primera fiesta en el último escondite

Publicado el abril 8, 2015 de

Por Rey Alejandro Pascual García, estudiante de 1er Año de Teatrología

¿De dónde partimos? ¿Llegamos luego de unos tragos a consumir arte (en segundo plano)? Arte y fiesta, ese mundo que ha pasado desapercibido: la farándula del suceso cultural. “El último escondite”, exposición colectiva de Dorian D. Agüero, Fernando Cruz y Frank D. Valdés, se enfoca en mostrar el “party expositivo” como herramienta para atraer al consumidor de tragos gratis, de buffet salvador, de música y gente por conocer, haciendo explícito que no ha venido a ver arte, sino a bebérselo.

Un conjunto de pinturas, objetos personales –hasta la carta amorosa de una madre a su hijo– componen la muestra que va de la mano con la producción actual de “la fiesta”, donde música, proyecciones y el humor inteligente y productivo se unen para convertirse a su vez en una pieza más. Al leer la promoción nos encontramos con todo un anuncio de fiesta única, barra abierta, mesa buffet y la compañía de los DJs. El Rabino sobrio, Strawbery y El emperador del helado, nombres en clave de estos tres estudiantes de cuarto año de Diseño Escénico, además de una exposición colectiva dejada en el programa en un segundo plano. Somos bienvenidos a entrar al imperio del no ser, como lo define en el programa de mano Reinaldo (Rey) Castañeda, uno de los organizadores de la exposición: un imperio donde aprendemos a ser en el mundo de la nada.

La primera fiesta en el último escondite

El taller, el primer y último espacio de creación, ese lugar con el peso de tantas gotas de sudor, dolores de cabeza y buenísimos momentos en esa hermosa ciudadela que el tiempo y el descuido han convertido en ruinas, Elsinor. Ese es el espacio, el taller. En una pantalla se muestra el proceso de trabajo, en el ambiente se siente a pesar del calor la brisa contenida de tantas madrugadas, el humo de tantos cigarros, las fiestas y celebraciones que por una u otra razón se sucedieron entre las paredes de ladrillo y cemento, ahora cubierta con los terminados de cada pieza.

Ceder a la vorágine del suceso y no del arte va a ser imposible, queremos saber y defender, como artistas, lo que nos define, lo que no nos llena el estómago pero sí el ego y la conciencia. Queremos sentir, para llegar quizás algún día a entender el mundo. Solo necesitamos que vengan, del resto nos encargamos nosotros, pero siempre desde nuestro arte, con “altos presupuestos estéticos”, evitando convertirnos en el fantasma creativo de nosotros mismos. Eso somos, solo artistas que no buscan el cielo, pero sí bajan las estrellas, de vez en cuando. Al final, como nos provoca Rey Castañeda: “¿Nos signa la imperante y terrible urgencia de trascender?”.


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