En 1975 se estrenó en París la película franco-italiana El Mesías, del antaño neorrealista Roberto Rossellini. La cinta fue recibida comentarios muy dispares. Unos valoraban su retrato humano de Jesús: de hecho, vemos que sigue trabajando como carpintero también durante su vida pública.
Otros, sin embargo, cuestionaron su visión sesgada de los Evangelios, ya que el director italiano rehuye constantemente los elementos sobrenaturales allí relatados: por ejemplo, se olvida de casi todos los milagros. Y, de este modo, la figura que ofrece de Jesús es la de un “Maestro sabio”, de cuya palabra —más que de su vida o de sus acciones— procede la fuerza redentora y el sentido de realizar una misión divina como Enviado del Padre.
En la escena previa a la Resurrección, el tono costumbrista proporciona un aire nuevo al entierro de Jesús. Los hombres llevan el cuerpo embalsamado, mientras que las mujeres agitan sus incensarios. La procesión es larga, y en ella cae la noche. Mientras llora la Magdalena, vemos salir a la Virgen de la tumba y se corre la piedra sobre la entrada del sepulcro. Los soldados sellan la entrada, como recoge Mateo (27, 66). Un escena vistosa y solemne, en la que aparece claramente la Virgen (pocas veces le vemos en el solemne momento en que se cierra la tumba).
Lo siguiente, sin embargo, nos deja desconcertados. Vemos a la Virgen dirigirse al sepulcro (en vez de las santas mujeres) acompañado de un grupo de discípulos. De pronto, se topan con los soldados que regresan a Jerusalén a todo correr, y aún sin reponerse del susto, ven llegar a María Magdalena que grita: “¡Está vacío, está vacío! ¡El sepulcro está vacío!”. La Virgen echa a correr y llega hasta la tumba. Sólo están los lienzos. Se arrodilla, mira al Cielo y el último plano son las nubes blancas que ve la Virgen. Empieza la música de cierre. Fin de la película.
¿Esto es todo lo que el director tenía que decir sobre la Resurrección? ¿No hay mensajes de los Ángeles ni aparición de Cristo a la Magdalena? Es lícito pensar que hay demasiada omisión para una escena tan decisiva. Siendo, además, la despedida del filme, inevitablemente deja un amargo sabor de desencanto.