Un poema de Ervigio Díaz Marrero
In Memoriam De los que amaron esta Roca Solitaria Y en sus profundidades huecas duermen.
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La soledad del mar es infinita Y los que viven junto a él ya la conocen; Saben que sus profundidades esconden, Bajo la densidad, en la oscuridad abismal De los salados silencios submarinos, Las calaveras de las civilizaciones desaparecidas Hace millones de años Y las formas que en el futuro poblarán la tierra, Cuando el mar retome para sí Lo que surgió de lo profundo…
2 Y la roca solitaria platica con las olas Y a cada nueva marea el océano la encuentra allí, Separada por un brazo de tierra del continente, Con sus cien ojos enfocados al crepúsculo, Al horizonte inenarrable de colores Donde nada permanece, Salvo el deseo, incubado generación tras generación, El indomable deseo de libertad Que asalta a los que viven junto al mar, Rodeados de corrientes Y obligados a permanecer, Estación tras estación dentro de la roca, Cavando sus túneles y levantando sus murallas, Regando con su sudor un suelo infértil, Sombras de lo que fueron, Ojos que miran el horizonte, La curvada ballesta del infinito azul.
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En este silencio ultraterreno Los recuerdos pugnan con las emociones Y quiere abrirse paso la esperanza; Mas por toda respuesta las olas, Que baten perennemente la peña, Avanzan y retroceden, Como si la duda también existiera Y nada pudiera sucederse Al eterno ciclo de las mareas… Envejecen cada día Se apaga el brillo de sus ojos en plena juventud Y sus columnas vencidas No son más que las huellas de sus mentes; Sobre sus hombros arañados acarrean Las piedras con que levantan las murallas, Y sus ojos, ya hechos a la oscuridad, Escudriñan dentro de los túneles El agujero por el cual Dios ha de colarse.
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Mas Él no quiere saber nada De estupros ni de asesinatos Y por eso los ha recluido a todos Dentro de la roca Y ha querido que el mundo no mirara Sus imperfecciones; Y los ha puesto frente al infinito Para que sueñen con otros mares Y puedan así sobrevivir A la angustia de la reclusión. Y ellos cavan túneles, Forcejean con la piedra para abrirse paso Y no cejarán los picos Hasta que la roca suene a hueco. Después se recluirán dentro, Temerosos de la luz, Y esperarán a desprenderse de sus conchas, Que el mar arrojará a otras playas…
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Verticales sobre la mar, Crecientes en los abismos, Las piedras se amontonan Sobre lo que carece de solidez Y sólo sabe moverse. Decidme Si no son un mosaico gigantesco En el que están incrustadas mudas vidas; Si no es verdad que este ganar terreno al aire, Sobre los abismos, No es un empeño de dementes; O si no es de un extático misticismo Amurallar por fuera y cavar por dentro, Eternamente rodeados de agua Y condenados a permanecer.
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La bandera negra ondea al poniente, Regresan las naves cargadas de sangre, Las manos, acostumbradas a hendir el cuchillo, Acarician los cuellos morenos De las mujeres de los asesinos; Que aman tiernamente y salan sus heridas E ignoran en qué abruptos agujeros Han enterrado ellos los tesoros… Ahora, estos valientes No pueden hacer otra cosa que hendir el pico En el corazón de la roca Y donde antes los piratas escondieron sus tesoros Ellos desentierran, convictos, sus delitos.
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La memoria de la peña está en sus piedras, Cada una tiene grabado un nombre Y dentro de los túneles Viven aún, flotantes como espectros, Las emociones intensamente sentidas Y los deseos, Escuálidos a fuerza de no ser satisfechos, Pero vivientes aún, Esperando a que alguna mano descubra Los muros ciegos que hoy ocultan los pasadizos de la roca; Los deseos, que quieren ver la luz del día, Y se resisten a morir, Porque saben que si no alguien, Al menos el tiempo, que todo lo derruye, Arruinará los muros ciegos Y el mundo no tendrá más remedio que horrorizarse Ante la inédita visión de los deseos Escapándose afuera de los túneles.
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Las murallas derruidas. Los viejos torreones, Las almenas carcomidas de la roca… Sus cien ojos de piedra, Que esparcen en torno suyo una mirada de pulpo. El sol, Que se levanta cada día detrás de la montaña Y se hunde tras la línea del infinito. Las centellas brillando Entre las ruinas de las fortificaciones Y un nebuloso rastro de leche Que vela el sueño pesado De los habitantes de las cuevas. El levante silba Proveniente de atrás de las montañas resecas Del continente; Y se encañona por el valle de tuneras Y trae los canturreos gimientes De la raza del desierto. El mar resuena adentro de los túneles Y las bandadas de sardinas Se refractan verdinosas a la luz de la luna. El viento bate el cementerio, Sobre el acantilado; Colgantes sobre el océano, las tumbas Respiran la brisa de las olas, Que restallan contra la cueva. Adentro de los blanqueados nichos, Diez niñas sueñan con la infancia que nunca tuvieron.
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Al crepúsculo, la roca Semeja un cangrejo de contornos rojos; Oscureciéndose en silencio, Pero quizás a punto de retirarse para siempre A los abismos interiores del fondo del océano. Mas allí no podría dormitar entre la espuma Ni recibiría los rayos del sol; Se oscurece Y en derredor suyo el agua brilla Con los últimos violetas de la tarde. A través de sus túneles respira… Se la oye En las calmas luminosas de primavera Como un silbido; Y en invierno, durante los días ventosos, Es semejante al resoplar de la tortuga. En su contorno submarino viven los pulpos, Ojos que miran desde la oscuridad de la cueva, Los mejillones, entrelazados en la rompiente, Los meros de boca grande, Los centollos prehistóricos Y los zafíos chupadores; Mas ninguno sabe desde cuando El cangrejo está en esa posición, O hacia donde empezarán a moverse Sus patas atrofiadas.
10 Las sombras reviven por la noche, Al soplo de los céfiros, En las viejas explanadas se reúnen Y mirando al mar sueñan… Estuvieron tanto tiempo ahí Deseando su libertad Que aún después de muertos ya no la conciben Si no es con la vista puesta en estos horizontes. Hoy, Que la luna brilla plateada sobre la piedra, Puede verse a una sombra escuálida Atisbando desde la explanada sobre el cementerio. Más tarde Otra sombra se escurre a través de las paredes Y se llega hasta él. Juntas reviven una pasión malsana Como en los ancianos días Cuando el centinela aguardaba cada noche A la sombra caliente de la hija del desierto. Y de nuevo los celos Cruzan por su mente de mujer arena Y se sabe repudiada; Y antes de verle vivo y lejos, Amante de otros cuerpos, Ella, que lo quiere para sí, Lo hace morir en sus brazos. Se oye un quejido de bestia acorralada Y la sombra femenina se aleja, Manchando las paredes Con la sangre del ladino.
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¡Qué hueco es el silencio de la roca Y cuán lejano el mar que la circunda! Las gaviotas que anidan en sus grietas Vuelan encima todo el día Y se carcajean como sólo sabe hacerlo Este ave que se alimenta de desechos. El incansable golpeteo de los picos Adentro de los túneles Y los pies que se arrastran Vencidos por el peso de las piedras, Todo ese hormigueo laborioso Se silencia al mediodía delante de los cuencos. A esa hora de calor Una pesadilla mil veces repetida Engulle a la roca solitaria; De lo alto de la peña se yergue el mástil de una vela Y en medio de una mar tempestuoso, Los vientos, Arremolinando en torno suyo la espuma de las olas, Sueltan un gran lienzo Que se hincha, preñado de esperanza Y la roca navega…
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Cuando había sido olvidado tanto odio Y en la negra noche la roca dormitaba… Sus pasos sigilosos cruzan el puente, Sobre un mar contenido, Que junto con la brisa que dispersa La humedad en las fortificaciones, Son los únicos testigos de sus movimientos. Adentro los ronquidos de los hombres de mar En la atmósfera volátil de sus sueños Quecambia de color Con la presencia inconfesable; Manos de arena tapan las bocas saladas Y los cuernos afilados sesgan sus cuellos. Después las chilabas se alejan de allí Y como sierpes reptan por las escaleras. En sueños ven sus cabezas colgantes, Que miran en cualquier dirección Y aún continúan mandando aire A unos pulmones que ya no lo reciben.
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La roca es una tortuga Sobre la cual han levantado una ermita. Elviento la envuelve semanas enteras Y la hace casi fantasmal, Con su aspecto de caparazón habitado Por sombras de otros tiempos. Y los turbios ponientes, Cuando el mar bate agrisado Y miles de medusas rodean a la isla; En esa hora terrible también Los vivos y los muertos se congregan Alrededor de San Sabino, Y como si quisieran escapar por arriba, Ya que el caparazón fue abandonado por la tortuga Y yace encallado aquí desde tiempo inmemorial, En lo alto de la roca oran, Mientras abajo el mar bate.
14
La paz y el silencio
De un atardecer estival
Impregna la atmósfera africana de la isla
Y la rocosa montaña que vigila
Con su molino de viento, ya sin aspas.
El mar es ahora nada más
Que el cristal donde quizás mañana
Pueda el movimiento proyectarse azul.
En suspensión,
El polvo se cuela por las fosas
De aquellos que respiran con nostalgia
Y para quienes la luz del día no es ya
Más que el antecedente de la noche
Las paredes ya han sido levantadas
Sobre los abismos,
Pero el vértigo no conoce descanso;
Será necesario todavía
Levantar murallas hasta abolir la esperanza
Y cavar túneles sin denuedo
Para que una noche eterna
Se infiltre adentro de la roca.
15
Y sin embargo amanece cada día
Y en ese confuso instante del despertar
En que por última vez creemos lo que soñamos,
Los hombres se convierten otra vez en los niños que
fueron.
¡Oh inutilidad
De las naves perdidas,
De las acciones nunca llevadas a efecto
Y de los sueños evaporizados
En la atmósfera mareante
De una borrachera temprana!
¡Oh pavor de la roca,
Pasiva por los siglos de los siglos!
Y sin embargo no tan femenina
Como para otorgar a los que la habitan
La ilusión de un orgasmo.
FINIS