Imagínense un bosque solitario, un bosque cubierto por un húmedo cielo verde naturaleza que arropa al paisaje con una vasta sombra brillante. Un bosque en el que sólo se escucha un ruido sordo, un único sonido: el del agua corriendo entre los helechos ¿Se lo imaginan ya?
En un lugar como aquel, en el confín de nuestro bosque, se habla de la magnífica existencia de una montaña en cuya ladera se levanta un palacio de cristal guardado por cinco leones de marfil que resalta altivo y maravilloso entre el paisaje sombrío.
Aquella visión sólo existe para unos pocos privilegiados que como yo, han tenido el honor de conocer aquel paraje no precisamente de mano del azar sino del canto susurrante y firme del viento.Multitud de leyendas existieron y existen en torno a él y a sus ocupantes, de los que nada se supo, se sabe, ni se sabrá, a no ser que se sepa mirar de la forma adecuada, con la otra mitad de que está compuesto el ser humano: el alma; cuyos ojos pueden ver más allá de las montañas y del mar.
Durante mis exploraciones acordé llamar a este paraje encantado: “El Palacio acristalado de marfil”.
En una extraña biblioteca, escondida en un lúgubre y oscuro monasterio renacentista, encontré un libro polvoriento en el cual se narraba en una de sus páginas lo que a continuación refiero: “Llegado el momento, el tiempo y el lugar oportuno, un espíritu elegido descubrirá y deshará el hechizo que envuelve el bosque de su reino interior”.
Mi nombre es Claud D´András y esta es mi historia:Un relato extraño y mágico que ahora me remito a contarles.
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