Revista Cine
Pues sí: este era el libro que me tenía entretenido y absorto en la labor de acabarlo y poder recuperar un ritmo más o menos habitual.Una novela que, en otra editorial, en otro entorno, yo hubiera acabado ignorando, injustamente, por su poderoso aroma de best-seller.Eh! Dije aroma, no tufo ni pestazo, ni el teóricamente neutral olor. Aunque ese sentido del suspense pueda recordar a Stephen King o su falso estilo epistolar no acabe de parecer el más adecuado, al principio, Tenemos que hablar de Kevin es una especie de thriller de terror, tan psicológico y tan eficaz como lo mejor de la trillada y sobrevalorada trilogía Millenium, pero inmensamente mejor planteado y escrito. Sin tono naïf, sin pretexto polítizante o social, sin absurdo sentido del misterio y, por tanto, búsqueda estéril y desesperada de la cuadratura matemática de la trama, ésta es una auténtica novela de terror, a la que no le hace falta frío, ni nieve, ni vampiros ni hombres lobo, ni desasosiego de isla solitaria.Parece ser que se montó bastante revuelo con esta novela, al que yo fui ajeno completamente. Que si era una crítica demoledora de maternidad y embarazo, capaz de condicionar en tales decisiones a quien lo leyera. Que si ponía en tela de juicio el modelo USA y, por extensión, capitalista de proyección y triunfo profesional. Que si se deleitaba en exceso en el uso de la violencia juvenil e infantil. Bueno: a mí no me va a condicionar lo que se haya dicho de este libro para conformar mi opinión. Este libro es una magnífica novela que parece heredera o secuela de Rosemary's baby de Polanski. Versión actualizada. Este libro reserva magníficos párrafos llenos de crueldad que cuesta concebir. Siempre, siempre parece que el escritor (en este caso, escritora, una Lionel Shriver que habrá que seguir) capaz de imaginar tales niveles de maldad pueda en el fondo situarse como persona en un nivel algo inquietante. La ficción como proyección de las propias filias y fobias. Podremos argumentar que la trama acusa un ligero bajón en ciertas cincuenta o sesenta páginas (las de la hermana como bebé, hasta los cuatro o cinco años), si bien nadie lo reprocharía una vez se asiste a su resurgimiento, al nuevo acelerón que se le imprime hasta llegar al jueves, al momento crucial que se viene anunciando prácticamente desde la primera página. Más de 500 páginas, que vuelan, esperando la concreción, para asistir a los detalles casi técnicos, a la retransmisión casi televisiva y al pequeño gran detalle final, el que explica por qué la madre escribe cartas, por qué su existencia continua prácticamente como detalle de crueldad y por qué este Kevin no es el de las películas de Solo en casa.