
No pongo en duda el valor literario del libro: el manejo del lenguaje, las descripciones del entorno, la gente y hasta del estado de ánimo de la protagonista son precisas y a menudo muy bellas. Pero -es el sino de los tiempos modernos, sin duda- el transcurso del día de la doña se me ha hecho muy largo. Vamos, que como no pasa nada me aburro: que te puede gustar la miel, pero comer un tarro acaba siendo empalagoso. Y que me ha costado un esfuerzo acabar el librito.
Creo que me estoy haciendo mayor, pues desafío con este comentario a mi apreciado Vargas Llosa en el año de su merecido Nobel. Un Mario que se deshacía en elogios de la Woolf en La verdad de las mentiras. Sin duda me estoy embruteciendo.
Supongo que hay un momento para cada libro. Uno de los mejores consejos literarios que he leído se refería al Ulises de Joyce: decía que la única manera de poder leerlo era arrebujado en un sillón de orejas, aislado del mundo y con una botella de whisky al lado en la que ya faltaba contenido. Como no tengo sillón, ni tiempo y además no me gusta el whisky, tal vez tenga que esperar otro momento para disfrutar con ellos.