Su puesta de largo en filmin significaba también el estreno en España de esta monumental serie de televisión. Una obra épica en la mejor línea de "El Gatopardo", cima de su director en la que la lucha entre clases, las relaciones amorosas y los giros inesperados se suceden en frenesí. Definida por Jaime Pena en Cahiers du Cinemacomo "el personal Inland Empire de Raúl Ruiz", y encumbrada por muchos otros como un "Origen" folletinesco, "Misterios de Lisboa" llegaba el pasado año a nuestras salas de la mano de Wanda Films con sus más de 4 horas de metraje (266 minutos para ser exactos). Un hito al que nosotros dimos continuidad poniendo a vuestra disposición, además de la maravillosa película, las más de 6 horas de metraje que conllevan su originaria serie de televisión. Ambas son indiscutibles obras maestras, ambas parten de una misma novela, ambas están en filmin. La serie de la semana se la brindamos a los "Misterios de Lisboa" del añorado Raúl Ruiz de la mano de nuestro colaborador Daniel Naranjo.
LA POÉTICA DE UN MAESTRO
Apreciar cualquier película del infatigable maestro del cine contemporáneo, el chileno Raúl Ruiz, es asistir, sin duda, a una de las filmografías, además de prolíficas, más apasionantes y maravillosas desde los cimientos del cine. Aunque suene a hipérbole; me remito a los hechos. Para comprobarlo, sólo basta observar detenidamente algunos escasos minutos de su último trabajo, la magistral y complejamente visual, Misterios de Lisboa. Cinta de extensa duración (más de cuatro horas al igual que su filmografía) que hoy podemos ver en formato de miniserie de 6 capítulos en nuestro catálogo. La película estrenada en nuestras carteleras el año pasado, contó con el unánime consenso de la crítica, y fue elegida como el mejor estreno en la Península del 2011. Y no es casualidad, el cine de Ruiz nada tiene que envidiar al oficio de los grandes maestros del séptimo arte, como son: Ozu, Ophüls o Welles. Ahora veremos el porque.
Basada en una novela de Camilo Castelo Branco, escrita y ambientada en 1854, la serie es todo un ejercicio narrativo- temporal del mejor crucigrama folletinesco. A través de flahsbacks, voces en off, saltos de tiempo y, ejemplares, y perfectas planos secuencias, nos retratan las desdichas, pasiones, vergüenzas, e ignominias de una aristocrática familia portuguesa de clase alta, a partir de la historia de un niño bastardo que busca a su madre.
Como todo gran maestro, Ruiz se apropia de esta idea, aparentemente sencilla y predecible, para convertirla en todo un ejercicio cinematográfico de maestría, formidable belleza y de desconstrucción del relato. Enemigo acérrimo de la lógica narrativa clásica, Ruiz pone en práctica sus originales ideas sobre la manera de contar historias, y echa mano de todo su universo personal simbólico: sueños, mitos chilenos, espejos, secretos, pasadizos, metáforas, para (des)componer la historia y crear una fábula posmoderna y barroca.
Este proceso de creación, basado en la idea; que una secuencia es una obra en sí misma, con principio y fin, y que, no necesariamente, debe guardar relación alguna con lo que viene después, Ruiz lo denomina: El proceso del conflicto central. Su propuesta consiste en el desmantelamiento de la clásica premisa narrativa, en la que sólo “debe existir” un conflicto central que actúe como eje dramático de las historias paralelas. Por el contrario, Ruiz cree en una narración de múltiples significados. Esta claro que para el chileno, el principio semiótico de la yuxtaposición de signos, no le acaba de convencer. El quiere modificarlo e innovarlo todo, principio ético de todo gran maestro.
Uno de los grandes méritos de la mini serie (cinta adaptada a este formato) Misterios de Lisboa, que por cierto, son muchos, es su capacidad de evocar los más puros sentimientos de la condición humana y de su alma. Perfecta radiografía poética de seres que deambulan al ritmo de sus pulsiones. Sus personajes parecen moverse como figuras de un teatro de marionetas, como las que observa el niño cuando se imagina a su madre. Ruiz los hace levitar, dejándolos por momentos suspendidos, solitarios con sus pesares y emociones. Oficio sólo visto antes por maestros de la talla de Ozu, y Olivera entre otros grandes. La perfecta precisión de su cámara y sensibilidad, a la hora de crear sublimes imágenes; o, la delicadeza con que ilumina los escenarios en donde sus personajes viven sus vías crucis personales, resplandecen la oscura atmósfera en la que se desarrolla la trama. Todo esto sonorizado, obviamente, por otro gran maestro, su eterno colaborador y compatriota, el gran músico, Jorge Arriagada. Que con sus composiciones (notables) se acerca y retrata, desde la más profunda exquisitez y virtud, el alma de estos personajes que trazan sus melodías a través de sus confusas pasiones.
Tal vez, todo este maravilloso imaginario poético ruiziano se lo debamos a la infancia vivida por Ruiz en el sur de Chile. En aquellas frías y solitarias tierras, llenas de fantasmas, huérfanos, leyendas, y mitos criollos. Tal vez allí fue donde aprendió a escuchar, y a contar cuentos, que no tenían principio ni fin. Que tan sólo eran imágenes que creaba en su imaginación todas las noches antes de dormir. Y que en sus sueños, al igual que el niño protagonista que busca su madre, pensaba que algún día las compartiría con todos nosotros. Todo un misterio.
Disfruta aquí de la interesante charla mantenida por filmin con Raúl Ruiz