Revista Política
En los últimos días Siria se ha incorporado al grupo de países árabes con graves problemas internos. Masas de sirios se han lanzado a las calles sobre todo en el sur, una región que cíclicamente se ve sometida a levantamientos populares que suelen ser acallados por el régimen sirio con la dureza acostumbrada en estos casos.
Enric González dedica hoy un amplio artículo en El País a analizar la situación en Siria. Dice el corresponsal del diario madrileño en Jerusalén que el problema más grave que padece el país árabe es "la división entre la élite alauí y la mayoría suní", remarcando que "más del 40% de los sirios tiene menos de 15 años y el empleo escasea". A juicio de los israelíes, según González, el régimen sirio vive sentado en un barril de pólvora, consecuencia de los graves problemas religiosos y sociales que supuestamente sufre el país.
No fue esa mi percepción durante el viaje por Siria que hice en el verano de 2008. El ambiente en la calle que viví era de tranquilidad general y no se percibía signo alguno de tensiones, y menos de carácter religioso. Hablo de núcleos de población como Damasco y Alepo, pero también de pequeñas poblaciones situadas en la ruta. En Damasco por ejemplo, vi con mis propios ojos como un viernes las masas de fieles entraban en una mezquita a orar mientras en la puerta un grupo de radicales se desgañitaba reclamando sin éxito alguno la atención de los fieles, que entraban en el templo ignorándoles.
Más tarde en una estación arqueológica situada a menos de 300 km de la frontera con Irak, la única persona que permanecía en el lugar (la campaña anual de excavaciones había terminado) respondió entre sonrisas cuando le preguntamos sino tenía miedo de estar allí, solo en mitad del desierto, desarmado y expuesto a ser atacado por elementos de Al Qaeda, que según las televisiones occidentales en aquella época se infiltraban continuamente desde Irak. No había peligro alguno, nos contestó, porque "¿quién lograría atravesar a pie aquel desierto? Además, concluyó "Al Qaeda no existe, sencillamente", opinión que sustenta la inmensa mayoría de los sirios. La verdad es que en todos los días que permanecía en Siria no vi un solo militar o policía uniformado en las carreteras y pueblos del camino, y su presencia en las ciudades no era mayor que en cualquier población europea.
Los sirios forman un pueblo antiquísimo, una mezcla increíble de culturas y religiones que conviven/coexisten en un país de fronteras aleatorias y caprichosas, como sucede con todos aquellos estados cuyos límites fueron trazados a cordel por las potencias hegemónicas durante los procesos de descolonización habidos en el siglo XX. Al margen de las convicciones personales, los sirios son un pueblo amable, tolerante y curioso, que gusta de establecer contacto con el extranjero.
Un europeo puede pasear solo por los gigantescos bazares de Damasco sin sentir sensación de peligro en ningún momento, y desde luego sin ser acosado y agobiado como suele ocurrir en la mayoría zocos árabes árabes. El sirio por contra es cortés y respetuoso, y la hospitalidad que ejerce con el forastero no conoce barreras, ni siquiera las idiomáticas. Recuerdo como en Damasco una calle entera se revolució para encontrar una persona que hablara inglés y pudiera orientar a este despistado. Al final trajeron a una muchacha que al parecer estudiaba la lengua de Shakespeare, y que desde luego la conocía infinitamente mejor que yo. La chica, completamente ruborizada y rodeada por sus sonrientes y atentos vecinos, me dio las indicaciones que yo necesitaba.
Otro día también en Damasco, necesitaba llamar por teléfono a mi guía a una hora determinada. Como yo no llevaba móvil ni tenía idea de dónde encontrar un teléfono público, el guía me dijo que a la hora convenida entrara al azar en un comercio cualquiera y pidiera que me dejaran telefonear. Así que cuando necesité hacer la llamada me dirigí sin tenerlas todas conmigo a un tipo grande que observaba la calle desde la entrada de lo que parecía una relojería, y con un poco de inglés, otro poco de francés y mucha mímica le expliqué el caso. El comerciante primero me escuchó muy serio, y luego con gran solemnidad me hizo pasar a su diminuto negocio. Tras hacerme tomar asiento me explicó que se llamaba George y que era cristiano. Tras hablar de algunas generalidades, llamó a sus dos hijos varones, dos chavales adolescentes, los presentó como John y George, y les pidió que se sentaran y escucharan nuestra conversación. También hizo que me sirvieran un gran vaso de agua fresca, y finalmente tras unos minutos más de charla puso en mis manos un enorme teléfono móvil de modelo antidiluviano pero que cumplió eficazmente su función. Fueron veinte minutos de hospitalidad, sosiego y por decirlo así, de intercambio fácil entre dos personas de mundos que oficialmente tienen dificultades para comunicarse.
Las carencias de Siria son muchas obviamente, comenzando por las políticas. Pero tengo una cierta confianza en que más allá de la resistencia a los cambios que pueda ofrecer el régimen imperante, los sirios sabrán encontrar una salida que les conduzca a la democracia sin que se de ese baño de sangre que anticipan los agoreros.
La imagen que ilustra el post es una fotografía del interior de una tienda en el bazar de Damasco, tomada en 2008 por el autor.