Revista Opinión

La soledad que deseamos versus la soledad que tememos

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
LA SOLEDAD QUE DESEAMOS VERSUS LA SOLEDAD QUE TEMEMOS

A lo largo de la vida parece que inevitablemente uno va diferenciándose de los demás cada vez más, y aumentando la parte proporcional que vamos rindiendo a la soledad. Y sin embargo, la soledad es peligrosa. Cioran se preguntaba: “¿La soledad no es, sin embargo, un terreno propicio para la locura?”[1]. Y María Zambrano (una mujer “extraordinariamente encantadora”, según Cioran) reflexionaba así al respecto: “Solemos tener la imagen inmediata de nuestra persona como una fortaleza en cuyo interior estamos encerrados, nos sentimos ser un ‘sí mismo’ incomunicable, hermético, del que a veces querríamos escapar o abrir a alguien (…) A mayor intensidad de vida personal, mayor es el anhelo de abrirse y aun de vaciarse en algo; es lo que se llama amor, sea a una persona, sea a la patria, al arte, al pensamiento (…) La pérdida de esta conciencia de ser análogamente, de ser una unidad en un medio donde existen otras, comporta la locura”[2].Así que parece inevitable estar insertados en ese movimiento pendular entre la soledad y la compañía o la entrega, como dice Ortega: “Desde el fondo de radical soledad que es, sin remedio, nuestra vida, emergemos constantemente en ansia no menos radical de compañía y sociedad. Cada hombre quisiera ser los otros y que los otros fueran él”[3]



[1]E. M. Cioran: “En las cimas de la desesperación”, Barcelona, Tusquets, pág. 67

[2] María Zambrano: “Persona y democracia”, Madrid, Siruela, 1996, p. 26.

[3]Ortega y Gasset: “En torno a Galileo”. Obras Completas, Tomo 5, Alianza, Madrid, 1983, p. 62.


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