Revista Cultura y Ocio

La tercera tarde ii

Publicado el 03 febrero 2013 por Lourdesms
... escuchó una voz que le llamaba a su espalda. Una voz lejana suave y cansada que parecía provenir de ningún lugar. Miguel se volvió pero no vio a nadie. Volvió a su estática y pensativa posición. A los poco segundos volvió a escucharla, pero esta vez, escéptico, no se volvió.“En la soledad debes escucharte a ti mismo, Miguel”, dijo la voz, esta vez haciéndose escuchar clara y segura.LA TERCERA TARDE II
Miguel miró una vez más hacia atrás y se encontró con un hombre que le miraba seriamente subido a una de las ramas del castaño, aquella figura le era tremendamente familiar. La figura de un hombre joven, un hombre de aspecto desaliñado, vestido de labriego y de expresión doliente, abatida, triste.
Entonces, aquel hombre misterioso volvió a hablar : “Debes encontrarte a ti mismo”. Miguel, como si de un espejismo se tratara, volvió la vista al frente.Nunca había pensado en sí mismo. Su persona era un compendio de deseos irrealizados de sus seres queridos. Nunca hizo lo que quiso hacer, nunca dijo que lo que quería decir y jamás habló de sus deseos. Era labriego, si, pero no por vocación. A Miguel le gustaba la literatura y su sueño era ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. Para satisfacer los deseos de su padre dejó la escuela y se hizo labriego, pero en su habitación, en la oscuridad de la noche, aún estudiaba a los clásicos de la literatura en secreto alumbrado por la luz de una vela y guardaba libros bajo las maderas del suelo para que su padre no los encontrara y avivara con ellos el fuego de la cabaña. “Hijo, los libros te separan de la realidad. Has de mantener los pies en la tierra”. Estaba comprometido, sí, con una chica del pueblo dos años menor que él hija del arriero local. El objetivo era aunar los negocios y las ganancias de las dos familias, y qué mejor oportunidad que la de tener dos hijos en edades casaderas, mujer y hombre respectivamente. Miguel no la quería, ella tampoco a él, de hecho, era bien sabido por todos los lugareños, los numerosos escarceos que aquella muchacha tenía con algunos de los hombres del pueblo.No quería ese trabajo, no quería a esa mujer, no quería esa vida. Su cabeza luchaba incesantemente por dar con la mejor solución.“¿Qué harás?”, preguntó la voz.
A la tarde siguiente, la estampa veraniega continuaba igual: Seguía siendo verano, como las tardes anteriores, el calor seguía siendo igual de sofocante. El trigal permanecía estático debido a la acostumbrada falta de aire fresco en los campos sureños. En el cielo continuaba luciendo el sol. Las chicharras continuaban animando la velada estival con su monótona y contemporánea interpretación, pero la piedra bajo el castaño estaba vacía. A la cuarta tarde, Miguel no volvió por allí, ni tampoco las tardes sucesivas. Ni el trigal, ni la bóveda celeste, ni las chicharras, nadie volvió a saber de él. Lo buscaron hasta la saciedad pero lo único que encontraron fueron unos folios de papel a nombre de Miguel Alcázar flotando en el río comarcal, que rezaban lo siguiente: “A la tercera tarde, Miguel se fue a Granada”.

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