Revista Cine

La tienda de los horrores – Iron Man (2008)

Publicado el 27 mayo 2013 por 39escalones

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El Hombre Sardina vs. El profesor Bacterio. Este título sería sin duda menos glamuroso pero más exacto con el contenido de este megabodrio titulado Iron Man y dirigido por un tal Jon Favreau, insignificante autor de películas de cacharrería insulsa en cuyo contenido el volumen de las explosiones es inversamente proporcional a la cantidad y calidad de la inteligencia y de buen gusto vertidos en ella. El prácticamente unánime (y, por eso mismo, sospechoso) aplauso de la crítica no esconde que se trata de una de tantas películas de superhéroes, adaptación de un tebeo de Stan Lee (que tiene un papelito en la película) con el sello Marvel, en las que sus supuestas notas positivas no son más que antojos publicitarios, amplificados por los corifeos de turno, que no se corresponden más que con un vacío pretenciosamente llenado de humor banal, falsos traumas, tensión hueca, parafernalias y petardeces visuales, y dramatismo de chichinabo. Es decir, lo habitual en una película de superhéroes basada en tebeos.

Como siempre, partimos de una arquetípica y pobrísima explicación de la realidad de las cosas (incluso de las ficticias), ese gran absurdo que supone el combate entre el Bien y el Mal, y de un multimillonario -porque, claro, ser superhéroe cuesta una pasta porque cotiza el máximo en la Seguridad Social- que abomina de lo que representa el capitalismo especulativo y se dedica a hacer el bien sin mirar a quién (eso sí, sin dejar de ser multimillonario y vivir como tal, faltaba más). Exactamente lo contario de los promotores de los tebeos y de la película, que renuncian, claro está, a ganar dinero y hacerse millonarios con ellos… En este caso, el pecado va incluso más allá. Porque el amigo Tony Stark (Robert Downey Jr.) es un bon vivant, frívolo, bebedor, pendenciero y burlón, al que se la trae floja enriquecerse ideando armas y comerciando con ellas, siendo un adalid de la autodestrucción del ser humano. No hay ética ni principios. En esas está cuando, durante una patrulla americana por Afganistán, es capturado, no sin antes hacerse con un “corazón” nuevo. Para huir, crea la Sardina Humana, una armadura de hierro a la que acopla armas como gadgets y con la que le da estopa a los talibanes, que son malísimos. Por supuesto, la película no dice nada que quiénes son los talibanes, quién les llevó al poder en el país y quién los estuvo armando durante años para que lucharan contra los rusos, ni, por supuesto menciona a un cachorro llamado Bin-Laden como agente americano al servicio de la guerra santa anticomunista… Pero claro, es una película de superhéroes: se ponen los calzoncillos por fuera, po tanto, no se les puede exigir que tengan cerebro y mucho menos que lo usen…

Así las cosas, pues el multimillonario decide salvar el mundo, qué narices, y para eso crea una Sardina Humana perfeccionada que dispara mejor que cualquier tanque, vuela más alto y más rápido que cualquier avión, y ametralla que no veas. Todo eso sin que el peso le impida moverse como un gimnasta olímpico en una piscina de bolas. Y es que la experiencia afgana lo ha hecho un hombre bueno y sensato, que cambia de vida radicalmente. Pero, claro está, tiene que haber un malo maloso, que es su socio empresarial (Jeff Bridges), que también vende armas y es malo, no como Stark, que vende armas pero es bueno. Y más buena todavía es su asistente-chica para todo (Gwyneth Paltrow), con la que se abre la puerta a la habitual tensión sexual no resuelta, aunque los dos son ya talluditos para andarse con los tontunos remilgos santurrones con los que el guión los retrata. La bella se verá amenazada, y el bueno se carga al malo. El multimillonario sigue siendo multimillonario, los malos siguen siendo malos, y que viva América. Fin de la historia.Con semejante encefalograma plano, no cabe imaginar las razones por las que la crítica emite sobre ella elogios difícilmente justificables, por no decir directamente infundados. Se dice que es elegante, cuando carece de profundidad, encanto y psicología mínimamente desarrollada en unos personajes que no son más que perchas, y cuando la fotografía, cuando no está extraída directamente de los videojuegos, se reviste de esa asquerosa pátina digital que lo uniformiza todo, plastificándolo con retoques de laboratorio para construir una estética irreal, aséptica, como esas caras de las que se borran las arrugas en las fotos. Se dice que es entretenida, aunque dura más de dos horas en las que el estatismo inicial, bastante aburrido, se convierte en explosión de cacharrería sin sentido, en acumulación de efectismos, explosiones, insensateces narrativas y caprichos de guión al servicio de un falso sentido de la espectacularidad, saltándose incluso  las leyes de la física y del sentido común, para construir una narración plana plana, sin picos de interés, sin desarrollo, sin clímax emocional desligado de su apoteosis de casquería ni complicidad ni química entre su pareja protagonista. Se dice que es intensa y divertida: para crear tensión es precisa la incertidumbre, la emoción, un resultado incierto, cosa que no se da aquí al tratarse de una historia absolutamente previsible (¡¡¡¡que se enteren de una vez!!!!: las secuencias “de informática”, las investigaciones con ordenador y el “suspense” de descarga de archivos, NO ES EMOCIONANTE); en cuanto a lo de la diversión, ésta parece descansar en el supuesto humor que exhibe Downey Jr., al que trabajo tras trabajo (después de que Hollywood le haya santificado gracias a la taquilla una vez recuperado -o eso dicen- de sus coqueteos con las drogas y la cárcel) se le pretende dotar de esa imagen de tipo irónico, ocurrente, mordaz, sarcástico (lo mismo ocurre con su espanto de Sherlock Holmes), que le viene grande, y que le hace flaco favor a un actor más solvente de lo que cabría esperar cuando se limita a hacer su trabajo, que no es otro que interpretar personajes dignos de tal nombre. En cuanto a este plano, el interpretativo, la Paltrow es el esperable florero -algo mustio-, y Bridges… Pues Bridges se limita a emular, involuntariamente, al profesor Bacterio de los tebeos de Ibáñez.

La sensación que deja al film, además de un inmediato vacío, es la de haber contemplado a un gilipollas divirtiéndose con sus millones en una gigantesca máquina de videojuegos digitales, en la que la violencia pretenciosamente metafórica y trascendental huye de cualquier idea de análisis, en la que las armas están presentes pero, curiosamente no el sexo ni el tabaco (ese asqueroso puritanismo yanqui), sin niveles de lectura, ni profundidad, ni riqueza temática ni narrativa de ningún tipo, mero escaparate para una aventura superficial que nunca debió salir de las páginas de papel, o hacerlo para ser encarcelada en una consola para diversión de los niños de cuarenta años que todavía juegan a las maquinitas. La película ni siquiera es una fantasmada agradable, como pueden ser las de James Bond; es pura pirotecnia barata envuelta en oropeles digitales. Lo llaman cine y no lo es.

Acusados: todos

Atenuantes: el homenaje involuntario al Profesor Bacterio

Agravantes: dos horas y pico. Y dos partes más.

Sentencia: culpables

Condena: sustituir a Javier Bardem en su antiguo personaje de Calzoncillo Man en los programas de Pepe Navarro…


La tienda de los horrores – Iron Man (2008)

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