Revista Cine

La tienda de los horrores – Policía (1987)

Publicado el 29 mayo 2013 por 39escalones

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Una historia de amor en un mundo cada vez más hostil. Eso dice el cartel de este injustificable pestiño patrio de 1987 dirigido por Álvaro Sáenz de Heredia, perpetrador, entre otras, de las películas de Martes y 13 y Chiquito de la Calzada, además de una amplia variedad de títulos infantiles y juveniles, así como algún otro con pretensiones de comedia que no haría reír ni a un seminarista rodeado de efebos, y entre cuya filmografía destaca, eso sí, un “clásico”: La hoz y el Martínez (1985), con los “mitos eróticos” Andrés Pajares y Silvia Tortosa. Toma ya. Lo que no dice el cartel (que también se las trae…) es que si tras el visionado de este truño el mundo sí se vuelve más hostil: en concreto, el espectador desea reventarle la cabeza a quien concibió semejante petardo.

La mezcla es explosiva: Emilio Aragón, ex Milikito, cómico oficial desde el éxito de su programa Ni en vivo ni en directo, en su doble faceta, por entonces, de aprendiz de actor (que dura hasta hoy) y músico (suya es la esbafada partitura de la película); Ana Obregón, en su doble faceta, por entonces, de aprendiz de actriz de fama internacional (el Equipo A…; la cumbre, vamos) y bióloga de nula reputación; Agustín González, en uno de sus papeles menos comprensibles pero más fáciles: se limita a interpretar una caricatura de sí mismo como cabo López, aunque los cabreos fácilmente pueden deberse a verse metido en semejante producción… Junto a ellos, presencias “gloriosas” como la de Juan Luis Galiardo (tela), María Isbert (tela marinera), el aragonés Fernando Sancho (secundario y figurante de lujo durante muchos años en producciones nacionales e internacionales filmadas en España, durante la era Bronston y posteriormente) y José Guardiola (el entrenador no, el otro). Lo que se dice una joya.

¿Y la trama? Pues nada, que Gumer (de Gumersindo, Emilio Aragón), trabaja como ayudante de farmacia. Obviamente, es un tipo torpe y despistado. Pero cuando un drogata atraca la farmacia y se carga a su jefe y mentor, se deja convencer por su tío para ingresar en la Academia de Policía (¿a alguien le suena?), a pesar de que nunca ha sentido ninguna inclinación por el servicio público. No obstante, a medida que, una vez superados sus estudios, se ve envuelto en peleas, persecuciones, tiros, atracos y demás, el tío va pillándole el tranquillo y el gusto al tema, y de ser un absoluto incompetente pasa a convertirse en el primo castizo de John McClane-Bruce Willis, sólo que no en ninguna jungla urbana, sino en los Madriles, que es más de andar por casa. En una de esas trifulcas aparece Luisa (la Obregón), que es la buenorra del circo y que, aunque el chico es torpe, feúcho y medio tonto, pues se encandila del muchacho, siendo la cosa mutua (el momento del beso es descacharrante, tronchante, pero OJO, no está rodado para hacer reír…).

En la película todo desprende glamour policiaco, desde las localizaciones (lo más bonito y presentable de Madrid) hasta la caracterización de los personajes (un torpe, una guarra, un cabreado, una parodia de jefes, unos malos de chiste), pasando por los nombres (Gumer, López, Luisa, Tomás, Pepa, Manoli…). Bueno, la cuestión es que las secuencias de acción, además de una cutrez, ni tienen tensión ni son emocionantes, se diluyen en la histriónica composición “ochentero-sintetizadoril” del protagonista y músico; que las románticas no hay quien se las crea (y menos conociendo a la actriz y viendo su posterior carrera en el ramo, tanto en lo personal como en lo artístico, sus espantos de series de televisión, sus pésimos intentos por hacer algo parecido a interpretar, su atribución de personajes veinte años más joven que ella, su indumentaria de puta de tercera o de travestorro borracho…); y que las de humor no funcionan. De hecho, conviene aclarar por escrito lo siguiente: a pesar de estar Emilio Aragón, por entonces cómico, y la Obregón (ruina risible involuntaria con pretensiones de erigirse en la Marilyn nacional), la película no es una comedia, sino que se vende a sí misma como drama policíaco de acción. Conviene advertirlo porque algún espectador no avisado podría confundir las carcajadas espasmódicas que provoca esto con alguna elaborada clase de comedia descacharrante. No señor, la película, más allá del capítulo de metidas de pata del prota para explotar su vena comercial, pretende ser seria. Y claro, como casi siempre en estos casos, provoca el deshueve del personal cuando quiere ser rigurosa y trascendente, y aburre hasta el deseo de suicidio cuando quiere hacer gracia.

En suma, una de las peores muestras de cine español de los ochenta, concebida para el respectivo lucimiento de su pareja central, una sosez en la que la bisoñez interpretativa de ambos pretende camuflarse con el concurso de actores de solera y la ausencia de elementos de interés paliarse con la Obregón enseñando cachas, con una puesta en escena ramplona a más no poder, sin tensión ni interés en su guión, con una conclusión ridículamente absurda, y una banda sonora en que la música y el ruido se mezclan sin orden ni concierto. Especial mención para las horribles interpretaciones de la pareja protagonista, y para su pésima dicción y manejo de la voz, así como su incapacidad declamatoria (no es que sus frases parezcan leídas: es que parece que cuando las leyeron se les había olvidado leer…), horrible hasta la demencia en el caso de ella, de lo más desagradable que puede ser escuchado por oído humano alguno.

En resumen: de esas películas que pueden apreciar los borrachos la gente que acepta su delirium tremens.

Acusados: todos

Atenuantes: …

Agravantes: ¡¡¡99!!! minutos de metraje

Sentencia: culpables

Condena: González y Galiardo, absueltos; Emilio Aragón: hacer obligatoriamente cada año un posado veraniego en bikini; Ana Obregón: ser ella misma, que bastante tiene…; resto: escuchar durante toda la eternidad discos de la Obregón cantando las canciones de José Guardiola…


La tienda de los horrores – Policía (1987)

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