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La tienda de los horrores – Virgen a los 40

Publicado el 18 septiembre 2010 por 39escalones

La tienda de los horrores – Virgen a los 40

Realmente hiela la sangre comprobar cómo una y otra vez, no sólo críticos norteamericanos -que sería lo normal, más que nada porque allí hace tiempo que la crítica se entregó a la publicidad-, sino también del resto del mundo, especialmente españoles, elevan una y otra vez a Judd Apatow a los altares de la genialidad del siglo XXI en el apartado de comedia. Cuando, tras escuchar o leer interminables peroratas sobre la increíble agudeza e inteligencia de sus películas, su exquisita sensibilidad y la gloria en la que se zambullen una y otra vez los intérpretes protagonistas de sus trabajos, uno se enfrenta a una comedia de Apatow, comprueba sin tardanza la esencial estupidez del argumento, el guión basado en la explotación de tópicos sexuales, los diálogos de caca-culo-pedo-pis y el pestazo conservador que destilan en última instancia sus historias, uno se pregunta: ¿la crítica se ha vuelto imbécil? ¿Tanto poder tienen los estudios para comprarla y tan pocos escrúpulos tienen los críticos como para entregarse a aplaudir semejante bazofia y deshacerse en elogios que no dedican ni por asomo a los que merecen el apelativo de cineastas? Es exactamente lo que ocurre con el bodrio Virgen a los 40, debut de Apatow en el cine tras su paso por televisión.

Steve Carell, uno de esos pseudocomediantes como Adam Sandler, los hermanos Wilson y compañía tan de gusto de Apatow o Wes Anderson, otro que tal, da vida a Andy, un señor de cuarenta tacos que no ha conocido mujer. Eso, en la infantilización desde la que parte todo análisis en la comedia americana reciente, implica que Andy es un capullo: es decir, que por sus aficiones, su forma de vestir, su estilo de vida, su manera de hablar y compartarse y demás rasgos personales, es lo que se dice un capullo o un friki. Todo viene de un trauma de juventud, cuando en pleno juego amoroso con una amiga ésta empieza a lamerle el dedo gordo del pie y él la deja K.O. de una patada refleja en todo el morro. El mozo, además, colecciona tebeos y juguetes, y tiene un trabajo vulgar y aburrido en una tienda de electrodomésticos. Sus amigos, que todos trabajan allí, son una panda de adolescentes perpetuos que, a los cuarenta tacos, siguen hablando, viviendo y comportándose como cuando debían de tener quince: tetas, culos y chistes de homosexuales. Cuando se enteran de que el pobre Andy no ha conocido hembra, pues se ponen manos a la obra para echarle un cable y que el chaval eche un casquete. Sería muy fácil: se llama a una prostituta, o prostituto, se fornica, se paga, y listo, nos evitamos hora y media de película, pero no, la peli apuesta por lo “legal” y lo políticamente correcto y, queriendo hablar de sexo, termina hablando de amor azucarado y romanticismo de tercera división: el muchacho conoce en la tienda a una mujer de la que se enamora (Catherine Keener), para descubrir más adelante que tiene hijas y que no ha sido afortunada en el amor.

Esta “sublime” idea para una comedia (la de veces que argumentos similares han sido tratados por comedias españolas o italianas inmediatamente tildadas de casposas, retrógradas, machistas y un sinfín de cosas más por los mismos que ensalzan ahora la profundidad de análisis de Apatow y su recua de merluzos) parte de un presupuesto dramático para, fallidamente, convertirlo en cómico. Lo que sin duda es una desgracia, que alguien en su madurez no haya disfrutado de las mieles del amor físico con otra persona, sea cual sea su orientación sexual, se toma aquí como asunto de chacota, sin que el supuesto profundo análisis de Apatow se detenga en reflexionar en las posibles causas, la mayoría muy serias, de carácter físico, psiquiátrico o psicológico, que pueden estar detrás de una circunstancia semejante. Hay un detalle esclarededor: pensemos en la misma situación protagonizada por un personaje femenino. Una de dos, o resulta un bodrio almibarado tipo Sexo en Nueva York, o los mismos que elogian el personaje de Carell cargarían las tintas contra una película bochornosamente insultante. Hay quien dirá, “es que es una comedia, no tiene por qué reflexionar en serio sobre ello”. La comedia, cuando se hace bien, es la forma simpática y divertida de abordar temas muy serios, pero nunca para reírse de ellos sino, precisamente, para todo lo contrario: se puede parodiar a Hitler, pero no reírse del Holocausto. La película de Apatow, se ríe de un personaje por encontrarse en una circunstancia que no tiene ninguna gracia.

Por lo demás, el guión, para nada profundo, tiende constantemente a traicionarse. Si durante la primera mitad de su extremadamente largo metraje para lo poco que cuenta (casi dos horas de film) pretende resultar inconformista, transgresor y gamberro, el personaje principal siempre se nos presenta desde un punto de vista sensiblero y edulcorado, notas que van poseyendo cada vez más el tono de la película hasta derivar en un final que, además de pasteleo inasumible, rompe narrativamente con tonos, formas y consecuencias de lo mostrado con anterioridad. Las relaciones de amistad entre el grupo masculino, construidas con la mentalidad del quinceañero, están claramente orientadas al público adolescente que, por fuerza, ve el lado divertido de lo que no lo tiene, y manifiesta la clara voluntad de Apatow de preocuparse más por la taquilla facilona entre el espectador menos exigente que por idear un producto complejo, bien construido y elaborado cuyo contenido realmente sea humorístico y no un catálogo de payasadas y tacos.

Si bien Apatow elude, por poco, eso sí, buena parte de la chabacanería a la que la película parece destinada desde el primer momento, la verdad es que la película no consigue despegar en cuanto a ritmo ni Apatow la maneja con pulso en la dirección. La trama, además de pesada y repetitiva, no deja de resultar previsible desde el minuto uno de film. El protagonista, Steve Carell, por otro lado, como en el resto de sus películas, carece de verdadera gracia, e intenta fundamentar sus características humorísticas en el hieratismo a lo Bill Murray y en el patetismo de sus comportamiento frikis, un presupuesto de mínimos que no promueve ni mucho menos la carcajada y que resulta escaso bagaje para un supuesto cómico de éxito (al menos en su país). Lejos de resultar tan transgresora como intenta, finalmente se consagra a la ideal y conservadora forma de entender la familia y el éxito personal en la línea del más tradicional, casposo y decepcionante moralismo tan querido del cine americano más comercial.

En resumen, Apatow parte de un drama para inyectarnos un buen chute de moralina barata con el pretexto de un puñado de gags, algunos estimables, eso sí, orientados a cerebros adolescentes sin desarrollar y, lo que es peor, sin intención de desarrollarse. La crítica lo aplaude; para echarse a temblar.

Acusados: todos
Atenuantes: ninguno
Agravantes: la película se engaña, se traiciona, a sí misma
Condena: culpables
Sentencia: circuncisión con sierra mecánica para ellos; ellas, ingreso en el zoo (ya que se prestan a ser observadas y utilizadas como simples cachos de carne)


La tienda de los horrores – Virgen a los 40

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