Revista Expatriados
Hay un personaje en “El libro de la selva” que me encanta. Es el rey orangután que canta la canción de “Quiero ser como tú” a Mowgli. Su sueño es ser un humano. Algo así fue la tragedia del penúltimo rey de Birmania, Mindon, que trató de modernizar el país con el sueño de que los británicos le considerasen como a uno de los suyos. No entendió que hiciera lo que hiciera, para los británicos nunca dejarían de verle como un puto bárbaro pagano sólo bueno para ser explotado y colonizado.
Mindon accedió al Trono en 1853 y heredó un país que acababa de perder la Segunda Guerra Anglo-Birmana y con ella el delta del Irrawady, donde se encontraban las provincias más ricas del país y el acceso al mar. La pérdida del sur fue un desastre inmenso para el país y Mindon dedicaría todo su reinado a mostrarles a los británicos que era un buen chico para que se lo devolviesen. No sabía que los británicos nunca devuelven lo que arrebatan.
El sur había sido el granero del país, con lo que ahora habría que salir a los mercados internacionales a comprar el arroz que antes se obtenía del sur. Muchos miembros de la nobleza tenían allí sus haciendas, por cuya pérdida habría que compensarles. Finalmente, el sur era una tierra de frontera a la que se encaminaban los campesinos del norte. La pérdida del delta no frenaría su emigración, sólo que ahora sería a un país diferente. Con su marcha, Birmania perdería mano de obra y ciudadanos a los que tasar.
Mindon pensaba que era posible modernizar Birmania sobre los dos pilares de la monarquía y el budismo. Se importarían la ciencia, la tecnología y la industria extranjeras. Se crearía una burocracia eficaz. Birmania sería capaz de incorporarse al mundo moderno de la mano de Gran Bretaña de quien sería aliada. Y en el proceso, tal vez, ésta le devolvería las provincias del delta.
A pesar de las provincias perdidas y de que tuvo que hacer frente a una invasión siamesa y a un levantamiento rural, su reinado comenzó con esperanza. Se confiaba que sería capaz de dar un volantazo y sacar al país del estancamiento en el que le habían dejado sus predecesores. Y, efectivamente, desde los primeros años del reinado emprendió muchas reformas. Modernizó el ejército, dotándole de armas modernas y creando una industria armamentística local, al tiempo que lo profesionalizaba. Estableció líneas de telégrafos entre la capital de Mandalay y las principales ciudades. Intentó desarrollar manufacturas de laca, algodón, azúcar y sedas. Introdujo con no mucho éxito la educación occidental y envió a jóvenes de la nobleza a estudiar al extranjero.
Esos cambios fueron acompañados de una profunda reforma administrativa. La administración se centralizó y la capital adquirió un control sobre las provincias que nunca antes había tenido. Se reformó la administración de justicia y se trató de reducir los poderes jurisdiccionales de la nobleza provincial, al tiempo que se luchaba contra la corrupción. Se intentó homogeneizar y racionalizar el sistema de jefaturas hereditarias que existía en las provincias y que era cualquier cosa menos homogéneo y racional. Asimismo se intentó que fueran más eficaces y menos corruptos y tiránicos. También procuró mejorar los sistemas para recabar información sobre lo que ocurría en las provincias. Otro cambio esencial fue introducir un sueldo para los funcionarios. Hasta entonces se había retribuido a los funcionarios otorgándoles las rentas de una hacienda o adjudicándoles una parte de algún tributo.
Todos esas reformas tuvo que hacerlas a pesar de haber heredado un tesoro bastante precario. Cuando accedió al poder, el campesinado estaba muy endeudado y, no teniendo cerca de ningún Montoro de turno que le asesorase, optó por el sentido común y no le subió los impuestos. Sin embargo, necesitaba desesperadamente recursos para financiar su programa de reformas.
Intentó allegar esos recursos mediante el comercio de las principales materias primas del país: algodón, madera, rubíes… Estableció para ello un sistema que equivalía casi a un monopolio estatal del comercio exterior en esos productos. Aunque ese sistema le proporcionaba suficientes ingresos, en la década de los sesenta se vio obligado a reformarlo por dos motivos: una rebelión en Yunnan dificultó los contactos comerciales con China y la presión de los comerciantes británicos que querían libre comercio y penetrar en los mercados birmanos.
Otra fuente de ingresos fue el impuesto “thathameda”, que era teóricamente un impuesto sobre la renta con un tipo del 10%, aunque en la práctica funcionaba más como un impuesto sobre el patrimonio. Se quería que este impuesto más racional sustituyese a toda la turbamulta de tasas y gravámenes tradicionales que existían. Por falta de medios, el Estado tuvo que dejar en manos de los caciques locales la valoración y recaudación del impuesto. Inevitablemente, el impuesto se aplicó de manera muy irregular y recayó desmedidamente sobre la clase comerciante, que ya se había visto afectada por los monopolios estatales y que era la que hubiera debido coadyuvar a la reforma económica del reino.
En 1862 Mindon se sintió lo suficientemente fuerte como para firmar un tratado comercial con Gran Bretaña. Pensaba que por esa vía, acabaría alcanzando el reconocimiento inglés y su admisión como un igual. Si hubiera leído “Confessions of an economic hit man” de John Perkins, habría sabido que el comercio es una de las maneras por las que los Estados poderosos esquilman a los débiles. A la larga el tratado lo que hizo fue reducir las tarifas aduaneras, con lo que redujo los ingresos del Estado, y favorecer la penetración de los comerciantes británicos en el mercado birmano. Para colmo esos comerciantes nunca estarían satisfechos con las concesiones obtenidas y no pararían de pedir nuevas reformas.
Otro aspecto que Mindon reformó fue el de la sucesión a la Corona. En Birmania no había un procedimiento establecido de sucesión real, con lo que lo más habitual eran las rebatiñas, el todos contra todos y el degollarse entre sí de los reales parientes. Bien mirado, el sistema tenía sus lados positivos, aunque no compensaban el caos que acarreaban. Mindon trató de poner freno a eso declarando que su hermano Kanaung sería su sucesor. Eso molestó a todos los príncipes reales que se creían con derecho a la sucesión y en 1866 dos de ellos, Myingun y Myinhkondaing, mataron a Kanaung y se alzaron. Su rebelión se vio complicada por el hecho de que el Príncipe de Padein, que era hijo de Kanaung, también se rebeló. La situación llegó a ser tan grave que en un momento dado Mindon se planteó abdicar.
Los británicos, como buitres, supieron ver la oportunidad que les ofrecían los problemas de Birmania. Por sus riquezas y su conexión con el sur de China, Birmania era un país del máximo interés y en el que no deseaban que se introdujeran otros rivales. En Londres y en Calcuta se pensaba que la mejor fórmula a la larga sería la de establecer un protectorado y gobernar el país de manera indirecta. La comunidad comerciante británica de Rangún, por el contrario, consideraba que lo mejor para sus intereses sería la anexión pura y simple. La rebelión de 1866 les sirvió a los británicos para obtener nuevas concesiones comerciales al año siguiente. En virtud de los acuerdos de 1867, Mindon renunció a sus monopolios, salvo en los casos de la madera, el aceite y las piedras preciosas, redujo las tasas aduaneras, concedió la extraterritorialidad a los súbditos británicos en sus dominios y permitió que los británicos tuvieran un residente en Bhamo y que la Irrawaddy Flotilla Company llegase hasta esa ciudad. A cambio, la mayor concesión que obtuvo fue que podría comprar armas y material de guerra en el Imperio Británico, aunque sometido a la autorización del Comisionado para la Birmania Británica, autorización que, se señalaba, normalmente se dará.
Al año siguiente, los británicos recibieron autorización para realizar una expedición desde Bhamo hasta China. El objetivo era comerciar directamente con los chinos, evitando la intermediación birmana. A estos efectos, los británicos trabajaron para debilitar el control que Mandalay ejercía sobre los shan y los kachin que vivían en las regiones fronterizas con China.
En 1871 Mindon envió una embajada a Europa. Su objetivo era que Londres aceptara tratar directamente con Mandalay y no a través de las autoridades coloniales de Calcuta. De no conseguirlo, sus enviados tendrían que intentar establecer relaciones con otros países europeos. Mindon no sabía que una de las líneas rojas de los británicos para permitir que su país mantuviera su cada vez más ficticia independencia, era que no se relacionara con oros países. La embajada no consiguió ninguno de sus objetivos. Para más inri los británicos dejaron de respetar su compromiso de permitir que los birmanos compraran armas en su territorio.
A medida que avanzaba la década de los 70, la intromisión británica se hacía más y más evidente. El residente británico en Birmania se ingería cada vez más en los asuntos domésticos y apenas escondía que los británicos querían influir sobre la sucesión del rey. Los británicos establecieron vínculos directos con los jefes kachin, shan y karennis y les incitaron a relacionarse más con Rangún que con Mandalay. En el caso del territorio karenni, donde había importantes bosques de teka, Mandalay tuvo que renunciar a ejercer su autoridad de facto.
Mindon murió en 1878, consciente de que su prestigio había quedado disminuido con su pérdida de autoridad en las zonas fronterizas y de que no había conseguido su objetivo de ser reconocido como un igual por los británicos. Ignoro si en su desengaño final se imaginaría que a Birmania le quedaban tan sólo siete años más de independencia.