Revista Cultura y Ocio

La trilogía malaya de Burgess (1)

Por Tiburciosamsa
La trilogía malaya de Burgess    (1)


En 1954 Anthony Burgess acudió al Colonial Office para una entrevista de trabajo. Lo primero que le preguntaron con cierta sorpresa fue porqué quería trabajar en Kuala Kangsar. Burgess respondió que dónde estaba ese sitio. Le repusieron que en Malasia y que él había pedido un trabajo de profesor allí. Burgess negó que lo hubiera hecho. Los entrevistadores le mostraron una carta suya pidiendo el puesto. La firma de la carta parecía legítima. Burgess concluyó que debía de estar tan borracho (condición bastante normal en él) cuando la escribió, que la había olvidado. A falta de nada mejor, aceptó el trabajo. La anécdota es digna de la trilogía malaya que escribiría después.

Burgess marchó a Malasia por dos razones: tenía 37 años y una crisis de la cuarentena anticipada y no se le ocurría nada mejor que hacer en Gran Bretaña. Burgess y su mujer Lynne llegaron a Singapur en agosto de 1954. Nada más llegar, Lynne sufrió un colapso, que pudo deberse a una combinación de varios motivos: el cansancio por el largo viaje, el calor, la nostalgia y la culpabilidad por haber dejado a sus padres en Inglaterra y la ginebra. Sobre todo, la ginebra. Mientras Lynne se recuperaba, Burgess ocupó sus horas de la mejor manera posible: se fue a un burdel chino en Bugis.

En Kuala Kangsar los Burgess destacaron como una de las parejas más raras que se habían visto en Malasia. Contrataron un ama china de 20 años que medía menos de metro y medio, llevaba viuda desde los trece, tenía dos hijos y dirigía la casa con la misma disciplina que un guardián de campo de concentración. También contrataron a Yusof, un cocinero homosexual al que le fascinaba vestirse de mujer y que no paró de tirarle los tejos a Burgess. Burgess afirmaría que le había llegado a poner una poción amorosa en la comida, que sólo consiguió provocarle una gastritis. Dos visitantes ocasionales de la pareja, o más bien de la cama de la parte femenina de la pareja, eran el teniente de la policía Donald Dunkeley y su asistente e intérprete malasio.

Burgess era un profesor bohemio (¿había alguna duda?), muy popular con sus alumnos. Uno de los descubrimientos que Burgess hizo en sus clases fue que los valores universales de la literatura no son tan universales como parece y cambian en cuanto uno se acerca al ecuador. Así, los sentimientos encontrados y torturados de un triángulo amoroso que Graham Greene presenta en “El corazón del asunto” no fueron entendido por sus estudiantes malasios: ¿por qué el protagonista no deja de hacerse pajas mentales, se convierte al Islam que permite la poligamia y se casa con las dos mujeres? “Ricardo III” de Shakespeare, con sus asesinatos y conspiraciones, fue interpretada por los malasios como un docudrama de cómo funcionaba la política inglesa contemporánea. Y aunque hubieran llegado a entender el sentido de esas obras, a sus estudiantes no era la literatura, sino la tecnología de Occidente, lo que les interesaba. No es de extrañar que a Burgess le quedara al final la sensación de que había fracasado como profesor.

Burgess duró un año en Kuala Kangsar. Se había enfrentado con el director del colegio en el que trabajaba. Se había ganado la animadversión de los británicos allí aposentados por su excesiva fraternización con los malasios, que incluyó la fraternización una noche a la semana con una malasia en particular. A mediados de 1955 fue enviado a Kota Bharu.

Su estancia en Kuala Kangsar se cerró con dos hechos memorables. El primero fue la borrachera de despedida que se cogieron él y su mujer con Dunkeley y su asistente a base de un licor local que, según Burgess, habría sido excelente si no fuera por su olor y su sabor. El segundo fue el anónimo que recibieron en el que a Burgess se le ponía en antecedentes de las infidelidades de su mujer (nada que le pillase de nuevas) y a su mujer se le informaba de que el club literario al que su marido había asistido una vez a la semana, no había existido más que en su cabeza. Esto sí que fue una sorpresa, que Lynne se tomó bastante mal.

A comienzos de 1956 murió de cáncer la madre de Lynne. A Lynne le afectó mucho. Intentó suicidarse tomando barbitúricos y sólo la salvó la llegada de Burgess que le hizo vomitar. Los siguientes meses los pasó postrada en la cama, leyendo a Jane Austen y bebiendo ginebra. Lo grave venía cuando se levantaba: iba al bar del aeropuerto de Kota Bharu, se ponía hasta arriba de ginebra, se subía a una mesa y comenzaba a bailar, mientras se desnudaba, hasta quedarse sólo con el sujetador y las bragas.

A mediados de 1957 terminó su contrato de tres años y Burgess y su mujer regresaron a Inglaterra. Para entonces ya había publicado la primera de las tres novelas de su trilogía y ya había tenido problemas legales con algún lector que se había reconocido en la novela. Y es que Malasia le había proporcionado tantísimas anécdotas que para escribir su trilogía apenas necesitó utilizar su imaginación.


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