Revista Cultura y Ocio
Mi madre quiso poner paredes a la portería, dejó sólo una ventana por la que asomaba su cabeza para hablar con cada uno de los que pedía refugio en el hostal y una puerta que cerraba con llave para que nadie interrumpiera su trabajo.Llegó a sentirse importante en ese espacio, era suyo, nadie más podía entrar en él. Lo decoró con sus recuerdos y buscó una silla giratoria para poder alcanzarlo todo sólo con un pequeño movimiento de remo de su pie derecho.Siempre estaba sentada, así que su culo empezó a crecer tanto que se encasquilló entre los reposabrazos, que terminaron cediendo de tanta presión.Se acostumbró a dormir echando unas cabezaditas reclinando el espaldar de su asiento giratorio y apoyando sus piernas en el banquito de madera que tenía bajo su tremenda falda.Día tras día, encerrada entre sus cuatro paredes, escuchaba las historias de los muchos huéspedes que pasaban por allí, convirtió la portería en confesionario de chismes y consejería de asuntos personales. Todos le traían dulces para agradecer su amabilidad, mamá era muy querida por todos.La tentación fue más fuerte que sus kilos, así que siguió hartándose de chocolate y poco a poco dejó de caminar.Mamá no pudo salir, ya no cabía por la puerta.Llevamos esperando tres meses para poder sacar su inmenso cuerpo de allí, quién le iba a decir que la portería se convertiría también en su tumba.Texto: Inma Vinuesa