Revista Arte
No, el título no hace referencia a la Universidad de Córdoba entregada por negligencia y complicidad del pasado gobierno a una facción paramilitar. Tampoco trata sobre alguna corporación universitaria de garaje que se quiere hacer pasar por universidad; ni es sobre la “Universidad Chrevrolet para taxistas” que quiere sacar a los taxistas de su empirismo de garaje y promociona el "goodwill" de su “institución” con un título engañoso que se cuida de demandas con una astuta aclaración pegada al final de sus infomerciales: “la Universidad para Taxistas Chevrolet, junto con el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), ofrece un programa de formación técnica, no educación superior.” Es decir, señor estudiante, señor chofer: esto no es una universidad.
No, la “universidad ilegal” es un título al que por estos días hacen honor todas las universidades en Colombia (y en otras partes) o al menos esas donde los profesores que dan clases van a las fotocopiadoras o envían a sus monitores con abultados arrumes de libros para copiar. ¿Será que no han leído los libros que sí ponen a sus estudiantes a leer? Es raro el libro que no tenga en su página legal la siguiente cláusula: “Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.” Y aún así, los profesores, en aras del conocimiento, incitan a los estudiantes a delinquir.
Algunos dirán que ya existe una ley que favorece este tipo de copias, una licencia que toda fotocopiadora debe adquirir a cambio de una compensación económica que luego le será retribuida a las editoriales, que la culpa es de la fotocopiadora, no del que fotocopia. Pero tengan o no la licencia, paguen o no el tributo, los negocios de fotocopiado, internos o externos a las universidades, exceden, bajo el dictado insaciable de los profesores, los límites del permiso. Si la ley dice que “se puede fotocopiar hasta el 14% de un libro que se encuentre en venta al momento de realizar la copia” o “hasta el 30% de un libro que al momento de realizar la copia ya no se imprima”, o que no se pueden fotocopiar “libros completos”, basta con ver los cerros de fotocopias que reposan en cualquier fotocopiadora para darse cuenta de que nadie respeta o tiene el tiempo para observar la minucia legal. Una vez comienza el semestre académico las universidades se ven inundadas por un tsunami bíblico de intelectualidad ilegal.
Más allá de un debate sobre el costo de los libros en Colombia o una crítica a la leyes fiscales, o un enjuciamiento a la poca iniciativa que tienen la grandes industrias editoriales, o evidenciar el pírrico 3%, 5% o 10% que reciben los autores por derechos de autor, a la luz del título de este texto, las universidades también propician la ilegalidad; pero no sólo porque sus profesores manden a copiar libros sino porque el conocimiento que generan y hacen público las mismas universidades se enmarca bajo el mismo contrato antiguo que impide su reproducción. Y es ahí donde las universidades son aun más ilegales y no responden a una ley tácita que está en su razón de ser: difundir las ideas, mostrar con hechos que lo que se hace en la universidad no es de la universidad, que su producción es un bien público que debe buscar tener incidencia en la vida nacional, y no sólo incidencia en el puntaje del escalafón profesoral: “publique o perezca” parece ser el único motivo que lleva a muchos académicos a publicar.
Son pocas las universidades a las que les interesa este asunto y el marco legal de su actividad editorial está hecho por una red de tinterillos que finalmente son los que deciden lo que se puede o no publicar. Estos abogados con su uso apocado y endogámico de la ley se encargan de cercar los lotes de engorde donde pasta el conocimiento, son los intermediarios que una licencia de acceso abierto dejaría sin trabajo (al menos del trabajo que ellos sí saben hacer: decir "no").
Son pocas las voces dentro de las universidades que proponen alternativas a este modelo y menos aun las publicaciones que se generan con su derecho libre de reproducción, una licencia que convertiría a la fotocopiadora o a la copia digital en aliados de la difusión de las ideas, que es lo que realmente son —la prueba es el uso que ya se les da en las clases—, y no en dispositivos piratas, marginales y aliados del crimen.
Sobre este punto sería conveniente preguntarle a los profesores de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard por qué en 2008, por votación, adoptaron políticas de acceso abierto para toda su producción intelectual. Pero tal vez muchas universidades prefieran no hacerse esas preguntas y estén más cómodas al mismo nivel de sus pares de la “Universidad Chrevrolet para taxistas”.
BONO. En TED, esa "universidad" virtual sin notas, inscripciones o exámenes dedidada a esparcir ideas que merecen ser oídas, hay varias conferencias que dan una mirada divergente al "copyright", entre ellas la siguiente:
Johanna Blakley: Lecciones de la cultura libre de la moda
(se puede ver con subtítulos en español)
Publicado en La silla vacía