De la verdad a la mentira hay solo un paso. A veces no cuesta mucho darlo. Necesitamos la complicidad de otras personas y basta que alguien empuje un poco para que, encumbrado como te tienen, mientas como un bellaco y la prensa más volatinera, el periódico más leído porque parece el más creíble, porque dicen algunos que no necesita mentir ni publicar historias sanguinarias para vender más que los otros, ese periódico anuncie a bombo y platillo la mentira, retrate al mentiroso, lo felicite, lo encumbre y todos tan felices.
Me refiero a Rigoberta Menchú, premio Nóbel de la Paz, 1992. Resulta que ocho años después de encumbrarla, un antropólogo estadounidense, David Stoll –aseguran los críticos que bien documentado–, echaba por tierra a la anterior biógrafa, la venezolana residente en París Elisabette Burgos, con el libro “Rigoberta Menchú, la historia de todos los pobres guatemaltecos”.
Aleix Vidal–Quadras, en una colaboración para el diario “La razón”, -presidido entonces por el Académico Luis María Ansón-, destripa todas las versiones de Rigoberta y apura su antipatía hacia la indígena de Quiché con alusiones que no llego a entender: "por su vestimenta", "por sus mofletes que la asemejan a la camarera Scarlet O`Hara"...
Yo no sé si cuando proponen a una persona para un premio, y con más razón un premio Nóbel, puede oponerse a recibirlo, puede rechazarlo y recibir la comprensión del mundo, remitiéndoselo al segundo en la lista que vendrá con su verdad y con su mentira preparada. Porque hay una verdad y una mentira y las dos se utilizan, de las dos sacan provecho los periodistas, los escritores, los políticos y los premios Nóbel. Y mentimos piadosa o inocentemente, o a propósito, porque, el mundo, lo que vemos, se mueve por una gran mentira. No es cierto que la felicidad esté a la vuelta de la esquina, no es cierto que se haya acabado la violencia, no es verdad que los nacionalistas que viajan a Madrid nieguen la mano y la palabra al rey, al mismo rey que luego niegan en sus discursos, no es verdad que reciban el premio los que verdaderamente lo merecen. Ocurre, a veces, que todo coincide, que parece que la dicha nos guiña, que el reloj se detiene, que la paz se respira, pero no es más que otro espejismo que acabará rompiéndose con el paso del tiempo.
Dice el malogrado político “...todo absolutamente planeado y construido sobre una mentira descomunal para lucrarse y satisfacer su ego obscenamente desbordado”.
No podemos olvidar que la historia la escriben los pueblos y nadie sabe tanto como quienes viven en ellos. Elisabette Burgos, la primera que escribió la biografía de la Menchú, la primera que creyó en sus palabras, la primera que gustosa publicó "la supuesta mentira" de Rigoberta para su beneficio –porque entonces se frotaría la manos ante la perspectiva de que el mundo supiera de su descubrimiento, del suyo y no de la protagonista de su libro– ha sido una de las primeras en desmentirla, cuando se descubre que, al parecer, no hubo tales muertos, ni tales miserias, y que no fue verdad el analfabetismo entonces presumido.
Un antropólogo jamás podrá escribir toda la historia, toda la verdad que anida en Centroamérica. No debemos olvidar que la historia de Guatemala, por ejemplo, llegó también de la mano de esta indígena. Algo habrá de verdad en su padecimiento. Algo habrá de justicia en su premio, algo de justificación en su ego, algo de verdad en su mentira. Y sobre todo, algo había -como yo presumía en esta serie para la prensa- de interés particular y de mentira en esa nueva biografía del antropólogo norteamericano.
De la sección "Fin de Siglo", en Diario Palentino, 12 Dic 1999.
Imagen: De Surizar, cropped by Jen - Rigoberta Menchu 2009, en Wikipedia.
Cuaderno de Froilán de Lózar