Revista Política
1. Todo el mundo en España sabía que se estaba fraguando un golpe de Estado mucho antes de que este tuviera lugar. Jefes militares, de la Guardia Civil y algunos de la policía conspiraban sin recato en cuarteles, comisarías y hasta cafeterías de Madrid. La prensa derechista azuzaba sin rebozo el movimiento militar.
2. El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue una conspiración que implicaba a la inmensa mayoría de mandos del Ejército, la Guardia Civil y del CESID (los servicios de inteligencia), así como a muy amplios poderes financieros, empresariales, eclesiásticos y políticos. El franquismo sociológico en peso, en suma, estaba detrás.
3. En el 23-F confluyeron cuatro golpes de Estado, que finalmente se anularon unos a otros. Del más peligroso y mejor organizado, el golpe de los coroneles, apenas se ha difundido nada; por pura lógica de la carrera militar, los implicados en él son ahora altos mandos del Ejército.
4. El 23-F fracasó fundamentalmente por causa de las peleas internas, las incompatibilidades de carácter, los celos y el vedettismo de los líderes de las diferentes asonadas golpistas concentradas en él. Muy pocos mandos militares se opusieron al golpe, y la mayoría de quienes finalmente lo hicieron fue por obediencia al Rey y no por unas convicciones democráticas que salvo casos muy contados, como el teniente general Saénz de Santamaría, no sentían en modo alguno.
5. En el interior del Congreso hubo complicidades políticas, como lo revela la frase, grabada, que dirigió el coronel Tejero a sus esbirros cuando comenzaron a disparar supuestamente al aire: "¡cuidado, no les vayáis a dar a los nuestros!". No es difícil deducir que los suyos se sentaban en los escaños de Alianza Popular y seguramente también de una parte de la entonces gubernamental UCD.
6. El papel del Rey durante las primeras horas fue esencialmente ambiguo y a la expectativa, en concordancia con el de la inmensa mayoría de los capitanes generales, sus pares y presuntos subordinados. El Rey actuó de modo decidido sólo cuando quedó claro que los capitanes generales no se moverían (salvo el demente de Milans del Bosch) hasta que los demás se arriesgaran a dar un paso adelante "pronunciándose" a favor del golpe. Lo que liquidó el 23-F fue, en definitiva, la acrisolada cobardía que transmiten los pronunciamientos militares españoles desde mediados del siglo XIX.
7. Algunos hechos cometidos por los guardias civiles en el interior del edificio del Congreso definen perfectamente la catadura criminal de los asaltantes: la formación de un pelotón de ejecución integrado por guardias civiles voluntarios (fuente: la diputada Anna Balletbó); la orden del jefe de los secuestradores uniformados, el coronel Tejero, de abrir fuego si se cortaba la luz (El País de hoy); el robo por los mismos guardias civiles ocupantes del bote de las propinas del bar del Congreso (fuente: el periodista Miguel Ángel Aguilar); el haberse bebido literalmente los guardias civiles ese mismo bar a pesar de estar supuestamente "de servicio"; el trato despreciativo cuando no vejatorio propinado a los representantes electos del pueblo; la total insubordinación de los golpistas a la escala de mando (véase la escena en que tres guardias civiles rasos zarandean al anciano teniente general Gutiérrez Mellado, al que por cierto no consiguieron derribar al suelo).
8. El golpe finalizó en la mañana del 24 de febrero con la firma del llamado "Pacto del capó", junto al edificio del Congreso, en el que representantes políticos y militares acordaron la "reconducción general" de la democracia española. Fruto directo de ese enjuague cuyas consecuencias seguimos pagando hoy fue la LOAPA, ley orgánica que laminó la naciente estructura federal del Estado.
9. El juicio posterior a algunos golpistas fue la pura representación de una opereta bufa, que solo sirvió para desvelar guiños y complicidades entre quienes supuestamente debían impartir "justicia militar" y los justiciables. Las exculpaciones y las penas impuestas fueron obviamente pactadas entre unos y otros, con la bendición de la clase política. Y ello a pesar de que con el Código de Justicia Militar entonces vigente en la mano, el mismo que ellos habrían aplicado de modo implacable al pueblo español caso de haber triunfado plenamente en su criminal rebelión, todos los golpistas sin distinción de grados deberían haber sido fusilados inmediatamente.
En la imagen que ilustra el post, un grupo de guardias civiles huye cobardemente por una ventana del Congreso en la mañana del 24 de febrero de 1981, luego de saber que el golpe de Estado había fracasado.