Leo a Michel Barlow en Diario de un profesor novato (Salamanca, 1978) y me lo pregunto sin remedio, acuciado por su prosa.La verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos, improvisaba un estudiante en El club de los poetas muertos. En este caso parece entenderse la verdad como un ente que, de alcanzarse, no es en absoluto liberador, ni reporta alivio. Pero Barlow hace referencia a esa otra verdad inalcanzable a la que, no obstante, todos aspiramos. Nadie debería –y menos un profesor– considerar que existe una sola verdad –y menos la suya. Si no existe una verdad, o si existen muchas, la verdad no existe. Leí una vez (creo recordar que en Patas arriba, de Eduardo Galeano) que no existe más verdad que la búsqueda de la verdad. Buena frase, o buena “verdad” que niega su propia existencia, al menos en su aspecto cognoscible (el máximo al que podría aspirar el hombre). Y aquí tenemos la lección –verdadera o no– que nos da Barlow en su magnífico Diario(capítulo ‘Contra la pedagogía del boliche’, para más seña): nunca se tiene la verdad en propiedad, porque la verdad es una persona o una relación entre personas. Aquel que emite juicios terminantes se cree en posesión de la verdad; pero, como dice Barlow, juzgar algo o a alguien sin posibilidad de apelación es matarlo, ya que lo convertimos en substancia inerte, estéril, simple e invariable, puesto que concebimos que es, fue y será tal cual categóricamente lo definimos. ¡Y qué poco conocería al hombre aquel que así lo juzgase!En las ciencias humanas –sigo con las enseñanzas de este capítulo– no hay que tratar de simplificar las cosas, de pasarlas al blanco y negro (o al espíritu del Western, con buenos, feos y malos), sino que, por el contrario, el ideal es complicar, saber complejo.Hay personas –y peor, profesores, a los que Georges Bernanos llamó, quizá en un mal día, imbéciles y parásitos intelectuales– que, en lugar de esto, adoptan por misión impedir de manera sistemática que la gente piense por sí misma, esto es, ofrecen verdades, problemas resueltos, incluso dogmas. La enseñanza de Barlow es aquí genial: que vuestra primera virtud no sea la certeza (…), acoged con respeto y simpatía todo pensamiento honesto y sincero, aunque en un principio hiera vuestras propias convicciones. Es algo básico ante un compañero de café o ante una clase. Y no sólo eso, también es enriquecedor someter nuestro pensamiento y nuestras convicciones o creencias a prueba, para que cambien a mejor o salgan reforzadas tras entrar en liza. Podemos incluso llevar a cabo el ejercicio solos, ya sea con nosotros mismos o en diálogo con una lectura (justo lo que hacía antes de escribir estas líneas); hacer que el pensamiento dialogue consigo mismo, formulándose a sí mismo objeciones y que se fortalezca triunfando, como el solitario maestro de ajedrez que lucha contra ambos reyes.
Y otra idea –¡no tiene desperdicio este librillo!– es la de “hablar como es debido”, ya sea en diálogo –que no monólogo– particular o grupal. Barlow nos habla de la obligación de ser claros, elemental cortesía hacia los receptores de nuestro mensaje y sana exigencia frente a nosotros mismos. Hablar es movilizar todos los recursos para enriquecer al otro (…). La palabra, como todo lo que une a los hombres, tiene algo de sagrado y no se puede prostituir. Precioso, ¿verdad?
Concluimos la entrada con una frase y un deseo. La frase pertenece al escritor Romain Rolland y nos incita a amar a la verdad –o a esa verdad que es su búsqueda, y perdonad la intromisión– más que a nosotros mismos y a los otros más que a la verdad, lo que es todo un himno a la tolerancia que evitaría muchos disgustos a la humanidad, amén de ser viento propicio a su avance. Cuanto al deseo, algo personal, es sencillo: que no se nos olvide, como individuos y como seres inteligentes que nos dirigimos a otros seres inteligentes (para empezar, a través de este Blog), lo defendido en esta entrada, pues la verdad está ahí fuera –fuera de nuestro alcance– y, si es lícito fomentar el espíritu crítico en los demás, no lo es fomentar el de la grabadora sin autonomía, ni criterio, ni futuro, que nos recibe más que nos escucha.
Saludos