Revista Espiritualidad

La Vida como Deseo o como Destino

Por Av3ntura

Hay personas que nacen para vivir, mientras otras lo hacen para quejarse de que están vivas. Las primeras pueden ver luz en la más densa y tenebrosa oscuridad, cuando las otras se apagan a plena luz del día, siendo capaces de apagar también a aquellos que las rodean.

Las que nacen para vivir pueden morir muy jóvenes aunque hayan superado los cien años, porque nunca dejan de esperar que la vida les sorprenda y siguen explorándola y aprendiendo de ella mientras les siga latiendo el corazón. Por contraposición, las que nacen para quejarse, ya empiezan su camino como niños viejos, resabiados y repelentes que se convierten en adultos insatisfechos, cuya intolerancia hacia todo y hacia todos va in crescendo con cada año que suman a su existencia.

Estar vivos es un regalo que todos creemos merecer, pero que no todos apreciamos y agradecemos de la misma manera. Mientras algunos consideramos que debemos exprimirlo al máximo y aprender a disfrutar de cada momento y de cada día como si fuese el último, otros lo consideran un regalo envenenado que les obliga a permanecer en una realidad que les asfixia y de la que querrían huir, pero no del todo. Porque no saben ver otra salida que la propia muerte y a ésta le temen más de lo que se atreven a admitir.

La Vida como Deseo o como Destino

A partir de una imagen encontrada en Pixabay


Algunos creen que vivir es un deseo; otros, en cambio, lo entienden más como un destino. Los primeros nunca pierden del todo la esperanza de que su situación, por penosa que sea, pueda reconducirse y mejorar. Los segundos sienten su propia vida como una condena de la que no pueden escapar. Creen que todo lo que les pasa obedece a un plan preconcebido que el universo ha trazado para ellos desde antes de su nacimiento y que, por mucho que intenten hacer para revertir sus circunstancias, nada cambiará. Estas personas se rinden antes de tiempo y aceptan su indefensión, pero lo pagan con todo aquel que pase por su lado y acaban culpando a cualquiera de su supuesta mala suerte.

La suerte es la excusa más recurrida cuando alguien no se siente dueño ni de sí mismo ni de ninguna de sus decisiones.

Una persona optimista, que se responsabiliza de cada uno de sus actos y que entiende su vida como un largo camino de aprendizaje continuo, difícilmente le atribuirá sus éxitos a la ambigua suerte ni culpará de sus fracasos a su "mala estrella". Lo que hará será analizar los pros y los contras de cada situación, analizando sin hacerse trampas al solitario dónde se ha podido equivocar y en que punto sus decisiones fueron acertadas para valerse de lo aprendido cuando tenga que enfrentarse a nuevos retos.

Los problemas, de los que nadie queda exento, pueden interpretarse como una crisis o como una oportunidad. Los que permiten que la palabra crisis les meta el miedo en el cuerpo, de alguna forma se empequeñecen y acaban limitando sus márgenes de maniobra. Se vuelven demasiado prudentes, pasando del "modo vivir" al "modo sobrevivir". Los que, ante la misma situación, ven una oportunidad, lejos de acobardarse como los primeros, lo que hacen es expandir su foco, ampliando así su espectro de miras. Descubren así, que en su horizonte no todo son nubarrones y que el sol se asoma por algún rincón aunque a simple vista no se deje ver. Apuestan por esa luz y van de cabeza a por ella. A veces les sale bien y logran cerrar grandes acuerdos de negocio o establecer fuertes lazos sentimentales con nuevas personas que aparecen después de una tormenta emocional. Otras veces fracasan, pero no pierden la compostura, no tardando en volver a usar su particular telescopio para ver lo que puede haber más allá de las sombras y de los miedos.

Obsesionados con la idea de asegurarlo todo para correr el menor riesgo posible, cuando nos vemos ante una situación que nos desborda y se nos acaba escapando de las manos entendemos que la vida es lo único que nadie nos puede asegurar. Nos pone ante el dilema de "o lo tomas, o lo dejas, esto es lo que hay" y no tenemos otra opción que aprender a bailar con la música que toca en cada momento. Aunque los más optimistas pronto entenderán que, si se trata de bailar, mejor hacerlo con ganas y dándolo todo que permitiendo que los demás bailarines les pisoteen.

A veces nos engañamos con los tiempos y acabamos escapándonos demasiado al pasado o huyendo al futuro, sin darnos cuenta de que el único tiempo que existe es el presente, el aquí y el ahora. Nada de lo pasado va a volver ni nada de lo que imaginamos tiene por qué pasar. Es bastante absurdo dejar pasar de largo el momento que estamos viviendo sin disfrutarlo, por dedicar todos nuestros sentidos a evocar aquello que no podemos cambiar o a fantasear con lo que nos pueda deparar el mañana.

Si fuésemos más conscientes de lo breve que, en realidad, es la vida, tal vez aprenderíamos a vivirla con mucha más intensidad y sin preocuparnos por tantas nimiedades.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


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