Revista Psicología
Ramón Fuentes, cuarenta años, casado, dos hijos, una hipoteca, veinte años en la empresa, maneja una transpaleta y controla el SAP WM de gestión del almacén. Posee un valioso conocimiento logístico que ha acumulado a lo largo de los años. Controla el conjunto de procesos de movimiento y mantenimiento de stocks, abastecimiento de pulmones de producción, picking y cualquier otro aspecto relacionado. A su manera, es bueno resolviendo los problemas que surgen de forma inesperada en su área, analiza, genera solución, decide y ejecuta aunque de forma discreta. Estas situaciones le proporcionan mayor dominio y conocimiento. Cuando llegue el momento de su jubilación, abandonará la empresa , el lugar en el que ha transcurrido gran parte de su vida. Quizás celebré una cena de despedida con sus compañeros más cercanos, es posible que asista el jefe de sección correspondiente, hasta puede que reciba un pequeño obsequio como recuerdo de su paso por la organización, pero seis meses después, nadie, absolutamente nadie recordará que una vez estuvo allí. En su lugar, llegará Pablo González, veinte años, soltero. Apenas posee conocimiento. Confía en que sus compañeros le ayuden con los pequeños problemas que vayan surgiendo. De vez en cuando, alguien le dirá que su predecesor hacía esto y aquello aunque lo saben de oídas. La vida continua… Ramón Fuentes poseía Conocimiento, pero también Pensamiento que expresaba en su particular talento para resolver situaciones problemáticas del entorno profesional. Nunca llegó a saberlo, quizás lo intuía cuando decía que era bueno en sus “chapuzillas” pero esa habilidad jamás pasó más allá del área de descanso entre café y café trufados con algún bocadillo de chorizo o tortilla. Un día alguien le dijo que “los de arriba” se reunían cada quince días para hacer algo que llamaban “Best Practices” o algo así, un enterado explicó en qué consistía y no acabó de ver la diferencia entre aquello y las conversaciones del comedor entre garbanzo y garbanzo. Un día su jefe anunció que se iba a colocar un buzón de sugerencias en el punto de información de la planta. Allí podrían participar en la mejora de la empresa. Su opinión era importante. Durante dos meses, depositó puntualmente todos los lunes ideas para mejorar los recuentos de material, sugerencias para hacer más accesible el almacén automático, ocurrencias para ahorrar tiempo en los picking especiales que siempre acababan por descontrolar los envíos programados. Nunca llegó a saber dónde acababan sus ideas y después de pensárselo dos veces dejó de acudir al buzón los lunes cuando se incorporaba al puesto. Pasaron los años y llegó el día en que Ramón Fuentes alcanzó la edad de jubilación, ese momento que algunos esperan durante toda una vida y otros confían en no alcanzar. Cuando apenas faltaba una semana, una mañana se presentó el jefe con un joven con cara de circunstancias. Pablo decía que se llamaba y sería quien ocuparía su puesto al cabo de unos días. Había que hacer bien las cosas y era importante que pusiera al día a Pablo, informarle de los procesos, enseñarle esto y aquello, “acompañarle en el relevo” le llamaban a eso. Más que entenderlo, aquello fue como un insulto para Ramón. Toda una vida de conocimiento resumida en cuatro días. Habló con el departamento de RRHH y propuso quedarse unos meses más, sin cobrar por supuesto. Aprovecharía ese tiempo para enseñarle a Pablo todo lo que había aprendido. No te preocupes, todo está en los manuales le dijeron. Ahora disfruta la vida le recomendaron como si todos aquellos hubieran sido un castigo. Tu eres tonto o qué le espeto el delegado sindical, un individuo que apenas conocía. Nadie le preguntó nunca qué sabía, sólo se esperaba que hiciera su trabajo. Al principio, durante los primeros años, había tenido grades ideas. Desarrolló algunas de ellas, aquellas que no necesitaban inversión ni permisos. Y funcionaron aunque nadie se interesó por ellas salvo quienes le rodeaban. Es la gripe del recién llegado, ya se te pasará, le comentó uno de los veteranos mientras le daba una palmada en la espalda. Pero la gripe no cesó y la necesidad de aprender resolviendo esto y aquello siempre fue más fuerte que la sensación de sentirse ignorado, como si el hecho de ser uno de los del mono le condenara a realizar una y otra vez las mismas tareas sin preguntarse por qué o para qué. En todos aquellos años conoció a cuatro responsables de área y tres directores de Recursos Humanos que veía por Navidad, poco más. Entregó la llave de su taquilla, la tarjeta de control, un mono descolorido y unas botas a medio reventar. Allí quedaba su conocimiento, su talento, sus ideas y sueños. La vida continua…