Uuuuhhh… ¿Mantras? Qué místico, ¿no?
Pues no. Puede que hasta hace un tiempo la palabra mantra sólo se relacionara con la religión, ya que los mantras no dejan de ser oraciones repetitivas. Pero hoy ya no. Nuestro cerebro está plagado de mantras, sentencias que nos repetimos todos los días sin que nos demos cuenta.
Yo, básicamente, he conocido la teoría gracias a dos neurólogos, Arturo Goicoechea y Paco Traver; recomiendo echar un vistazo a sus blogs y libros. Si no, hay vasta literatura sobre neuropsicología a consultar.
Por otro lado, la parte práctica de todo esto sólo se puede aprender de un modo: practicando. Y en realidad nunca acabas. La meditación mántrica es un viaje sólo de ida, sin retorno.
Ahí va un resumen…
¿Esos mantras determinan tu vida? Claro que sí. Uno tiene la ilusión del control, de la voluntad, de la libertad, pero las infinitas decisiones que tomamos inconscientemente, mucho antes de pensar que las tomamos, son el resultado automático de esos mantras tatuados en nuestro cerebro –o eso he leído repetitivamente, mántricamente.
Pensando acerca de la ley de conservación de energía a la que tanto recurro al hablar de movimiento natural, es lógico que el cerebro funcione así. ¿Te imaginas lo demandante que sería, energéticamente hablando, evaluar conscientemente la gran multitud de situaciones en las que nos encontramos cada día? Y más cuando hemos creado una cultura que refuerza la conducta insconsciente, el piloto automático, la vida zombi, a través de la educación de la obediencia y el maquinismo humano –como recuerda Sir Ken Robinson, sistema educativo fundamentado en un contexto preindustrial, desde hace más de doscientos años. Para saber más acerca de todos estos automatismos aconsejo leer la obra maestra Por qué las cebras no tienen úlcera, de Robert Sapolsky.
LA EDUCACIÓN MÁNTRICA
Los mantras más potentes, los que más peso ejercen en nuestras vidas, son los inculcados durante nuestra infancia, incluso desde antes de nuestro nacimiento, ya en la placenta de mamá –algo que tiene mucho que ver con el estilo de vida de nuestra madre, que programa la microbiota de nuestro segundo cerebro, el intestino, quien trabajará codo con codo con los mantras que se alojan en el primer cerebro.
Todas las verdades, creencias, juicios, dogmas y reacciones automáticas a todos ellos que recibimos de forma repetitiva mientras somos niños, cuando nuestro cerebro es una esponja y se desarrolla a una velocidad vertiginosa, formarán esos mantras.
Así, si mamá dice constantemente que Pepito es muy tímido, o un trasto, Pepito seguramente será toda la vida muy tímido, o un trasto –hasta el final de sus días. Si nos enseñan que los niños grandes no lloran, nosotros de grandes no lloramos, reprimiendo nuestras emociones –ya petaremos por algún sitio. Y si cada vez que nos inquietamos nos dan una galletita para que nos calmemos, cuando seamos adultos tenemos muchas papeletas de convertirnos en comedores compulsivos.
REPROGRAMACIÓN Y REFUERZO MÁNTRICO
Pero eso no es todo. Durante nuestra adolescencia, e incluso ya en la edad adulta, nuestro cerebro sigue siendo plástico, es decir, cambiante. No tan flexible como el de un niño, que viene casi vacío –porque no viene vacío del todo, que la genética también tiene algo que decir–, pero sí modificable.
La formación que recibimos, la información que consumimos, nuestras relaciones sociales, la publicidad, etc. siguen reforzando los mantras adquiridos o forjando algunos nuevos.
De hecho mamá nunca me inculcó que sin Internet no se puede vivir; sin embargo, hoy es algo que se repite incesante e inconscientemente en mi mente y que yo creo firmemente. Es más, a mí no me apetece nada gastarme el sueldo de un año en un maldito viaje de novios pero… ¿todo el mundo lo hace, no? ¿Magia?
NIVELES BÁSICOS DE INFLUENCIA MÁNTRICA
Todos esos mantras determinan, fundamentalmente, tres niveles del yo:
1. Lo que tú eres. Es decir, cómo te ves en el mundo. Son etiquetas y juicios que te repites una y otra vez, sin saber siquiera si esencialmente son “tuyas”, o si esa etiqueta te la puso alguna otra persona, por ejemplo papá, y tú simplemente la tomaste y te agarraste fuertemente a ella para reforzar su juicio, teóricamente el buen juicio, y así asegurarte su aprobación y cariño. Si papá repetía que eres un desastre, serlo es bueno, él manda, tú quieres que te quiera, obedeces; eres un desastre.
No vayamos a crucificar a los padres que, aunque generalmente son la primera fuente de influencia, no son la única. Si nos crió la abuela, nuestro hermano o una vecina, sus discursos también se formalizarán en mantras, así como, por supuesto, lo que nos repetía nuestra señorita en la guardería y en los primeros años de escuela. A más repetición mayor influencia.
2. Lo que los demás son. Es decir, cómo ves el mundo. Son todos los prejuicios que tienes de los demás, de cómo son, de lo que dicen, de cómo visten, de lo que hacen.
Un buen ejercicio para darse cuenta de esto es escucharse atentamente al caminar por un centro comercial. Tu mente es una ametralladora de juicios hacia todo aquel que se cruza contigo.
Una vez más, la pregunta es: ¿esas etiquetas que tanto usas, son tuyas? ¿O alguien te las enseñó a base de repeticiones exhaustivas, mantras?
3. Lo que haces. Esto es, cómo relacionas los puntos 1 y 2, lo que tú eres y lo que los demás són, tú y el mundo, tu conducta.
Todas esas etiquetas y juicios hacia ti y los demás sólo tienen una razón de ser: generar relaciones, respuestas. Ahora bien, no hay respuesta sin mantra sobre esa respuesta. Una vez más, de alguna forma metódica y repetitiva se deben haber impreso en el cerebro todos esos automatismos, tales como “Tengo razón y lo dejo claro dando cuatro voces y un puñetazo en la mesa”, “Aquel lleva rastas; qué asco”, o “¿Cómo voy a crear mi propio negocio si soy un mindungui?”.
Además, otras manías y costumbres, e incluso el camino a seguir por la vida, también se han grabado en tu mente de forma mántrica.
Eso lo sabes bien si eres un maniático de la limpieza –¿quién lo era, mamá o papá? También si observas tu forma de resolver un conflicto social, por ejemplo, no estar de acuerdo con tu pareja. Por no decir ese destino predestinado que no te atreves a poner en duda jamás: escuela-buenas notas-universidad-diploma-trabajo-coche-boda-casa-hijos-pensión.
Todo son mantras.
LAS BUENAS NOTICIAS MÁNTRICAS, DONDE QUERÍA LLEGAR
Que tu vida, hasta justo este momento, haya estado determinada por infinitos mantras, no quiere decir que tu vida esté predestinada a seguir obedeciendo a esos mantras.
Dicen, aquellos neurólogos, que el cerebro sigue siendo plástico, ¿verdad? O sea, puede cambiar, ¿no es así?
¿A qué esperamos?
Si el cerebro, y nuestra personalidad y conducta, se han forjado a base de mantras y cambian a base de mantras, ¿por qué no utilizarlos a nuestro favor?
Gran parte de nuestro bienestar, de tu bienestar, va a depender de una sola decisión, esta vez sí, consciente: ¿vas a seguir siendo esclavo de tus viejos mantras, o tienes lo que hace falta tener para crear mantras nuevos?
Tú mueves, chaval.
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Olvídate de todo lo que acabas de leer. Seguramente ahora mismo pienso totalmente diferente.
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