Revista Talentos

La vida moderna y la felicidad

Por Elmonodeharlow @elMonoDeHarlow
A veces, la mejor inspiración llega cuando uno guarda silencio y observa. Esto es a veces complicado en un mundo en el que el móvil te bombardea a whatsapps cada pocos segundos, en el que tenemos una agenda tan cargada que "no nos da la vida", y en general, en el que recibimos tantos estímulos que apenas queda tiempo para pararse a pensar. En el mundo de los blogs o "blogosfera", como lo suele llamar la gente de este mundillo, si no tienes nada bueno que contar, mejor quédate en silencio o publicarás basura. Mejor calidad que cantidad, sí, y en eso me baso para argumentar mi silencio de estos últimos meses en el blog. 
Durante los meses que he estado en Brasil (cuatro y medio exactamente), he podido pararme a observar algunas cosas. Con apenas conexión a internet y una rutina llevada lo mejor posible en una ciudad inhóspita como es Brasília, además de la experiencia maravillosa que es viajar, conocer gente, aprender un idioma y conocer la psicología desde la perspectiva de un país, sociedad y cultura diferentes, he tenido una cantidad inmensa de tiempo para estar conmigo misma. 
La vida moderna y la felicidadHa sido una experiencia muy positiva, no os voy a engañar, pero también me he enfrentado a algo que no esperaba jamás que me podría pasar. Alrededor del tercer mes, creo que coincidiendo con el fin de la visita de mi novio, empecé a notar un cambio en mi estado de ánimo. Estaba triste. Pero no triste de un día de bajón, no. Estaba triste triste. De esta tristeza que piensas que desaparecerá mañana pero que amanece de nuevo contigo día tras día.
Aparte de que esa situación me sorprendiera por completo, pues me considero una persona feliz, sentirse una así siendo psicóloga supone una responsabilidad enorme pues, ¿qué voy a predicar yo y a quién voy a ayudar si no soy capaz de ayudarme a mí misma? (Sí, esa es la presión con la que vivimos los psicólogos, parece que se esperara de nosotros que seamos máquinas en vez de personas). Y ahí comienzan las autoexigencias y las preguntas: "¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento así?", "no debería estar sintiéndome así", "yo debería saber cómo sentirme mejor", "no tengo derecho a estar triste, pues tengo mucha suerte de estar aquí y debería estar agradecida". Y empieza la desesperación, pues por más que luchas contra esa emoción poniendo en práctica todos los recursos que conoces, no desaparece. Te sientes mal por sentirte triste, y eso entristece todavía más. "¿Tendré una depresión? Venga ya... cómo voy a tener yo una depresión...". Lo único que sé, es que sólo quería volver a Europa, echaba demasiado de menos mi vida allí y mi propia negatividad me estaba haciendo insoportable la vida.

La vida moderna y la felicidad

El miedo y la tristeza, dos de las emociones representadas
en la película de Pixar.

Así pasé el último mes y pico. Pues hace poco, al volver a Múnich, me recomendaron la película de "Inside Out" (buenísima, definitivamente, no solo para niños, sino también para adultos) en la que explican el funcionamiento de la mente humana de una forma muy simple y muy didáctica. Entre algunos de los mensajes que envía la película, se encuentra el de que la tristeza no es mala, forma parte de nuestro repertorio de emociones y es tan necesaria como todas las demás. Y ahí mi mente hizo "click", y sentí un absoluto alivio.
La vida moderna y la obsesión por la felicidad
Dos semanas atrás empecé a trabajar en la unidad psiquiátrica de un hospital aquí en Múnich y una tarde, al llegar a casa, encontré un paquete de Amazon encima de la mesa del salón. Era para mí. Pensé que era una luz para la bici que había pedido y al abrirlo me encontré una sorpresa que me había enviado mi mejor amiga, así, porque sí. Era lunes y había trabajado hasta las diez de la noche así que os podéis imaginar la alegría que me dio recibir un regalo inesperado. Era un libro. Al principio no entendía mucho el motivo, pero al comenzar a leerlo fui entendiendo el mensaje. 
La autora, entre otras cosas, hace una crítica a la vida moderna gobernada por los Smartphones, Internet y sus redes sociales. La crítica se centra en la imperiosa necesidad que se nos ha creado a las personas de compartir cada momento de nuestra vida con el resto de la humanidad. Facebook, Instagram, Pinterest, Twitter... y no solo de compartir cada momento, no. Porque no compartimos los momentos de aburrimiento en el trabajo o las interminables horas estudiando en la biblioteca. No compartimos fotos del momento esperando en la sala de espera del médico hora y media o madrugando para ir al trabajo comiéndote dos horas de atasco y lluvia, pitando como un loco y llamándole cosas bonitas al conductor de enfrente. Eso no le interesa a nadie. Compartimos momentos en los que se nos ve felices, da igual, aunque no lo estés especialmente, hay que venderlo. Parece una especie de competición: A ver quién está más feliz y quién tiene una mayor calidad de vida. De alguna manera buscas que las personas, aunque no te importen un pimiento, piensen en lo increíble que es tu vida y en cómo les gustaría hacer lo mismo que tú, y que además te lo demuestren con un like que llene tu ego de orgullo y satisfación. Un buen desayuno, vacaciones en la playa, lo bien que te lo has pasado con tus amigos de fiesta, los regalos que te han hecho por tu cumpleaños... Lo curioso es que no estás solo en este duelo de egos, pues la mayoría de tus contactos se dedica a hacer lo mismo, con exactamente la misma esperanza de suscitar... ¿envidia? ¿aprobación? ¿agrado? ¿conseguir popularidad? 
¿Por qué no dejamos de comportarnos como gilipollas? Para que ya hay gente que invierte más tiempo en compartir su vida que en vivirla, que vive más para los demás que para sí mismos y algunos están empezando a perder pelín el norte, sin mencionar a aquellas personas que además viven de ello. ¿Se nos está yendo un poco de las manos? ¿Por qué no dejamos de intentar vender algo que sabemos que no existe? ¡Nadie se siente feliz las 24 h del día! Los seres humanos tienen muchas emociones, y parece que esta nueva vida moderna en la que vivimos nos exige tanto ese estado permanente de felicidad, que empieza a parecer un orgasmo. Si no consigues tener uno, lo finges, y si no te sale ni sentirlo ni fingirlo, te sientes peor por no conseguirlo. 
Para colmo las nuevas empresas utilizan como producto la felicidad y letras características para apoyar este movimiento obsesivo pro-felicidad con frases como las siguientes:
La vida moderna y la felicidad
La vida moderna y la felicidad
La vida moderna y la felicidad

La vida moderna y la felicidad
La vida moderna y la felicidad

Son frases motivadoras y muy útiles para días tontos, para momentos de debilidad, yo misma las he publicado en alguna ocasión, pero estamos tan empachados de ellas por tanta difusión en redes sociales y por ese abuso de ellas en el marketing, que luego pasa lo que pasa, llega un día la tristeza y no la recibimos con naturalidad sino que parece que fuese algo malo e inhumano. La reprimimos, la ignoramos, la penalizamos. ¡Vete! ¡Que yo estaba muy feliz en tu ausencia! Pero la tristeza quiere ser escuchada, porque tiene un motivo por el cual ha aparecido.
"Tienes que sentirte feliz" "Sé feliz y harás feliz a los demás", "Si vas a derramar alguna lágrima, que sea de felicidad", "Sonríe y sé feliz", "Sé tú mismo, sé feliz", "Lo que decidas hacer, asegúrate que te haga feliz", "10 pasos para ser feliz", etc. ¿Os habéis dado cuenta de que casi todas son lecciones, frases, con voces imperativas? Haz esto, haz lo otro. ¡Qué agobio! Yo no sé vosotros, pero yo no soporto que me digan lo que tengo que hacer, que me obliguen a sentirme de una determinada manera, y menos sin preguntarme si realmente me apetece en ese momento sonreir o estar contenta.
Igual deberíamos ser más conscientes de que sentir tristeza durante días, semanas o una época es humano, es bueno, es necesario y tiene un motivo, una función. Es útil y qué narices, ¡desahoga que te mueres! Es un estado psicológicamente muy saludable y generalmente suele ser transitorio. Es importante tener presente esto último también. Todo llega y todo pasa. Solo si la época se prolonga más de tres meses (es lo que dicta el manual de diagnósticos de salud mental como tiempo de alarma) es cuando podemos empezar a pensar en un trastorno del estado de ánimo y pedir ayuda, sobretodo si no hay un motivo localizado o identificado por el que sentirse así. ¿Pero si no? ¡Entristécete a gusto! Y permítete sentir... No hay nada más obstaculizante que atascarse en la pregunta "¿Por qué me siento así?" y en las autoexigencias. 
Hay días aburridos, acontecimientos tristes, peleas, discusiones, malas contestaciones, trabajos mediocres, injusticias, frustraciones, fracasos y más fracasos, que te harán sentir triste a lo largo de tu vida. Aprender a convivir con la tristeza natural que causan todas esas cosas es la verdadera puerta a nuestra felicidad.

La vida moderna y la felicidad

La palabra "felicidad" perdería su sentido
si no estuviera equilibrada por la tristeza.


¡Hasta muy pronto!

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