Son las siete de la mañana y la vida ya me desagrada. No es que sea una amargada o que haya caído en depresión, es que con mucho pesar me vuelvo a encontrar frente a frente con el capitalismo avasallador de Chile palpable en la tropa de obreros que colman el transporte público, quienes, en su mayoría, se ven infelices rumbo a cumplir sus labores, a “producir”. Los escolares no son un cuento diferente, a las seis de la mañana merodean por la ciudad para cumplir sus obligación de “instruirse” y fingir que aprenden algo para luego encontrarse con único futuro: ser un empleadx obediente y ejemplar.
Siento curiosidad por este Santiago de seres poco vivos y bastante infelices. Y vuelve a mí el eterno cuestionamiento: ojalá hubiera podido darme cuenta antes de mi pasión por las letras y los autores. De esa forma habría elegido mejor. Ojalá la educación que fui obligada a recibir desde los seis años me hubiese encaminado a luchar por mi pasión y no a verla como un pasatiempo. Sin embargo, lo único que me repetían en la cárcel/escuela era que debía ser alguien, o sea trabajar en algo que me deje plata y me entregue unos pesos para fingir un status en la sociedad. Qué pena siento a tan tempranas horas de la mañana. Quién puede ir feliz a su destino así, me pregunto con lágrimas de impotencia en los ojos.
Aun así, quiero mantenerme esperanzada por lo que he de alcanzar en esta vida. Quizás nunca llegue a ser “alguien” tal y cual lo demanda la sociedad, no obstante, con toda seguridad llegaré a ser esa “alguien feliz y tranquila” que siempre he deseado.
Por Cristal