Revista Arte

La voz del arroyo

Por Felipe Santos
La voz del arroyo

Qué difícil resulta alcanzar la intimidad de un ciclo, el de Die schöne Müllerin, de Schubert, con un teatro semivacío, con espacio entre los espectadores, y cuya primera fila se halla a diez metros del escenario. En ese lugar, pianista y cantante resultan engullidos por la boca escénica. Cuesta que se desparrame el calor de un género que surgió de las reuniones de los salones burgueses. Edificado por la mejor poesía de entonces, muchas de las escenas evocaban escenas de campo como si estuvieran contadas a la lumbre de un hogar imaginario.

Hasta Danksagung an den Bach no pudo vislumbrarse una brizna de ese calor, que apareció en sol mayor. Helmut Deutsch lo desató con una introducción muy inspirada. Se venía del racconto de Halt!, en el que Jonas Kaufmann dejó una buena muestra de su saber decir, de sus cualidades como artista cuando el canto se vuelve narrativo. Tras el excelente final de Ungeduld, el recital gana enteros con la delicadeza con que aborda Morgengruss y Des Müllers Blumen. Aquí ambos intérpretes se fundieron en un rubato muy compenetrado y en una forma de decir y narrar cautivador.

Jonas Kaufmann se movió durante todo el recital en los territorios fronterizos entre la media voz y el falsettone, el falsete reforzado que siempre amenaza con perder color y afinación. Sigue utilizando la gola para esos efectos que tanto gustan al público pero no sabemos si también a la voz. La gama la completó con agudos rotundos y vigorosos. Lo cierto es que al tenor muniqués le ha venido muy bien el sosiego de este parón forzoso. Tras varios problemas recurrentes que le obligaron a cancelar varios compromisos, pudo abordar con garantías y buenos resultados Die tote Stadt en la temporada de ópera regular y durante la pandemia decidió "descansar" la voz con el lied y grabar un nuevo disco.

El ciclo abreva en el la mayor de Tränenregen para retomar el tempo vivo de Mein!, sin tiranteces. El modo menor de Der Jäger y Eifersucht und Stolz hermana dos lieder que se abordan como unidad y que se abren con un tempo endiablado. Die liebe Farbe transcurre como una marcha en el que Kaufmann retoma el uso de la media voz para finalizar este bello lied evocador. Más tarde, Trockne Blumen se convierte en el lied más redondo del recital, el mejor cantado por profundidad y recursos, y Der Müller und der Bach, en un delicioso diálogo en sol menor entre el molinero y el arroyo. Concluye con Des Baches Wiegenlied, una nana del caminante en mi mayor con el tenor alemán convertido en la verdadera voz del arroyo. Aborda la última estrofa como si fuera un compendio de todo el ciclo, del pianissimo al forte, y les dice a sus paisanos, sentados con tanto espacio entre ellos, que allí se queda él fluyendo en el paisaje hasta que todo vuelva a despertar.

Hubo un aplauso prolongado y entusiasta, que reconoció la labor de unidad que la pareja de intérpretes desplegó toda la noche. Cerró nada menos que con tres propinas, todas de Schubert: Der Jüngling an der Quelle, Der Musensohn y una especialísima e intimista, ya para despedirse, Über allen Gipfeln ist Ruh'.

Foto: Wilfried Hösl

Publicado por Felipe Santos

La voz del arroyo

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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