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Aunque este artículo lo escribí el pasado domingo, hoy estoy volviendo a España tras tres meses y medio en la ciudad de Lima, lo publico hoy. Un tiempo de trabajo duro, muy duro, y casi sin descanso. Un tiempo de conocer y conocerme en otro lugar, con otras responsabilidades y rodeado de otras personas que en general no pertenecen a mi ámbito normal.El balance es bueno, el primero porque profesionalmente ha sido inspirador, el segundo porque he sido capaz de soportar esta soledad de gatos rodeada de gentes, no digo que solo por mi mismo pero siempre conmigo mismo, el último condigno es que he cambiado mi pensamiento y mi sensación sobre algunas cosas: a veces el estar lejos y el tener la mente ocupada permite una claridad epifánica ya que el vértigo diario no lo permite. Un horizonte apodíctico entre el ruido y el rumor del domestico cada día.En el reverso de esta moneda, la ya indicada soledad, pastosa, pulvígena, convirtiéndose en la materia propia del reloj de arena que trasladaba su transcurso al caer del grano de manera lentísima, desesperante. También el ver como las personas se dividen fundamentalmente en dos tipos las personas que no quieren ser problemas para los demás y los que se enciscan en alimentar su ego a base de crear problemas, estos últimos llamémosles "los malos" porque el egoísmo casi desde su génesis crea un "mal" vecinal, espurio, de bajo vuelo moral que acaba vistiéndose, sin mucho crecimiento, en muertes, robos, genocidios o hambres. Con esa vinagre salada me he desayunado siete de siete, pero como un San Jorge cansado he cabalgado por encima de su cabeza y su espita de fuego poco interesante.¿Y que más me queda? Conocer un poco más de un país, El Perú, en el que he pasado seis meses, en varios viajes, en este 2010. Un país con un Nobel recién estrenado, con múltiples desigualdades, donde la clase y la raza se entremezclan, donde la amabilidad y respeto de esas personas nos hace volver a convertirnos, a los españoles, en aquellos barbudos, rudos y malencarados soldados que llegaron para fundar Lima en 1535. Un país con un futuro prometedor pero, también, condenado por su propio sino o destino, descreerse, dejar de ser para querer otra cosa, en un ejercicio de otredad imposible. Pero, al fin y a la postre, un país que nos acoge a los españoles con una amable bienvenida a la que no siempre somos acreedores.¿Que me depara la vida en el futuro?, pues sinceramente más de lo mismo, sinsabores, algún triunfo pirotécnico, por lo corto y fulgurante, brillos de rutilo que se opacan rápido, tristezas y soledades que se agarran como garrapatas: "pies fríos y cabeza caliente" y aburrimiento, mucho aburrimiento. Y la sensación cada día más pesada de que el "ganarás el pan con el sudor de tu frente" no solo es una maldición escrita en el Génesis sino una realidad que nos convertirá en polvo, y no polvo enamorado, sino polvo aburrido en un flujo interminable de entropía hacia la nada, el fin: los montes pulverulentos que veía en mis ojos cada mañana. Como dice la sentenciosa frase del eterno y eslavo Tolstoi, en una metáfora que cae como un ancla sobre un buzo sumergido: "La felicidad es una alegoría, la desdicha una historia". Eso es lo que cuento la etérea alegoría y la tocable desdicha del estar, el ser y también del no estar y no ser.Y poco más, un resistir partisano, con escasas armas, una total conciencia del tiempo que pasa, ya incluso incipientemente manifestado en mi cuerpo, de la iniquidad de las personas, y la grandeza de las personas, evidentemente diferentes, del ser humano como cronología y cartografía de la historia de los sentimientos y las cicatrices del tiempo como recuerdo de esas cuchillas que en mi, en todo y en todos marca indicando lo querido y lo desquerido, lo cercano y lo lejano, lo necesario y lo superfluo.Un viaje por un mar griego que al final, me devuelve, ahora mismo vuelo, a la Ítaca de mi corazón pero, también, de parte de mis amarguras.Yo, otra vez yo, siempre yo, aburridamente yo. Recuerdos del día de mañana.Nota última: entresaco del último libro que he podido leer: "Kafka en la orilla", mi mente ni mi cuerpo estaba en esa sintonía, la sentencia de Tolstoi y de Goethe .Despierte el alma dormida, avive el seso e despierte. A fin de cuenta sino pensamos y vivimos para que queremos estar. Los pensamientos de hoy son recuerdos del mañana que tenemos hoy.
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