Si preguntáramos por la calle cual es el símbolo que mejor representa a los médicos y a la medicina, la inmensa mayoría de la gente nos diría sin dudarlo que el estetoscopio. No deja de ser curioso que un instrumento que cumple este año dos siglos de vida, haya pasado a estar tan vinculado a una profesión que tiene milenios. Más curioso aún es que todo esto se deba a una sola persona.
Pocas veces puede decirse que un hombre haya conseguido cambiar la medicina de forma radical y revolucionaria, pero hoy hablamos de una de esas personas. Justo cuando se cumplen 235 años de su nacimiento y 200 de la creación su creación más importante.
Los médicos que no reconocían a sus pacientes Es un hecho poco conocido que el reconocimiento médico es una práctica muy reciente. Resulta divertido descubrir que la insistencia en el reconocimiento físico comienza a aparecer en los manuales de medicina a mediados del siglo XIX. Esto se explica por dos motivos: el primero son las teorías médicas que se manejaron durante muchos siglos y que no se planteaban la posibilidad de que los sonidos internos pudieran tener algún interés médico. O si lo hacían, ese interés no solía pasar de lo anecdótico.
El segundo motivo es que servían de poco. Hipócrates ya recomendaba aplicar la oreja al tórax del paciente e incluso fue capaz de identificar dolencias gracias a ello, pero al final su utilidad era muy limitada. La 'auscultación directa' era demasiado inespecífica y solo sirvía para cosas muy concretas. No obstante, algunos médicos supieron intuir su potencial y, por ejemplo, el brillante experimentador inglés Robert Hooke decía ya en el siglo XVII
"He podido escuchar muy claramente el latido del corazón de un hombre. Quién sabe, digo, si fuese posible descubrir los movimientos de las partes internas de los cuerpos [...] y por ese medio saber qué instrumento o motor está descompuesto"
Pero aún tendrían que pasar muchos años, hasta que un joven y virtuoso médico francés tuviera la idea de crear un instrumento que le permitiera escuchar mejor todo lo que ocurría bajo la piel. Y lo mejor es que, según cuenta la leyenda y el propio Laënnec, la idea que redimensionó la medicina le vino casi por casualidad.
Laënnec, el pudor y el estetoscopio
René Laënnec nació en Quimper, en la Bretaña francesa hacia 1781. E influido por su tío, comenzó a estudiar medicina en la Universidad de París a los 19 años. Debió de ser un estudiante brillante porque en seguida pasó a estar bajo la tutela de Jean Nicolas Corvisart, el médico personal de Napoleón. De Corvisart, precisamente, aprendió los rudimentos de la percusión y la auscultación médica. Para 1816, Laënnec ya había sido nombrado jefe en el Hospital Necker de París.
Ese mismo otoño, mientras se dirigía al trabajo, vio a unos niños jugando con el tronco de un árbol. Mientras uno golpeaba un extremo del tronco, el otro pegaba el oído a la madera y trataba de adivinar cuantos golpes había dado su compañero. Al llegar al Hospital, Laënnec se encontró con una mujer joven y rolliza que parecía tener algún tipo de problema cardiaco. La cantidad de grasa hacía que la percusión no sirviera y la juventud y el sexo de la paciente desaconsejaban, por puro decoro, acercar la oreja a su pecho.
Pero de repente, se le ocurrió una idea y, recordando a los niños, hizo un tubo de papel y trató de escuchar con él. No se escuchaba el corazón, sino que se oía mucho mejor que mediante auscultación directa. Sorprendido y animado por el éxito, ese mismo día mandó a hacer el primer estetoscopio del mundo: un tubo de madera de unos 30 cm de largo por 4 de diámetro, con un canal central de 5 mm y los extremos en forma de cono.
Lo más probable es que la historia no sea cierta y que Laënnec, especializado en enfermedades pulmonares, simplemente desarrollara el dispositivo para conseguir mejor calidad de sonido. Por haber, hay historiadores que dicen que el cacharro se inventó, en realidad, en el Antiguo Egipto. Pero vamos, eso es lo de menos: más importante que la invención del estetoscopio, fue la publicación de su Tratado sobre la auscultación mediata. En él, no solo hacía una descripción detallada de los sonidos que se podían escuchar en el tórax, sino que defendía la importancia central de la observación en la práctica médica. Esa, y no otra, seguramente sea la mayor aportación de una de las mentes más dotadas de la historia de la medicina: haber enseñado a los médicos a escuchar nuestro mundo interior.