Revista Expatriados

Laos: autopsia de una monarquía asesinada (2)

Por Tiburciosamsa

El 28 de diciembre de 1974 ambas partes firmaron el “Programa de Edificación de la Paz, la Independencia, la Neutralidad, la Democracia, la Unidad y la Prosperidad del Reino Laosiano”, más conocido como el Programa de los 18 Puntos. Sobre el papel se trataba de aplicar los acuerdos de paz del año anterior. En la práctica se trataba de una vuelta más de tuerca para convertir el país en una democracia popular.
Una lectura somera del documento permite ver quién era el que había arrimado el ascua a su sardina. La capital de Vientiane y la capital real de Luang Prabang serán neutralizadas; pero esa neutralización no se predica de Samneua, bastión del NLHX. Se habla de luchar contra el “neocolonialismo americano”, pero no hay referencias a Vietnam del Norte que por esas fechas sí que tenía tropas en territorio laosiano. Se dice que habrá elecciones… sobre la base de la legislación electoral que está preparando el CPCN, que ya sabemos bajo el control de quién estaba. 
Tras la firma del Programa de los 18 Puntos, la comunistización del país se aceleró. Desde comienzos del año, los estudiantes, convenientemente atizados por los agitadores del NLHX, empezaron a manifestarse en las capitales provinciales. Sus manifestaciones servían de excusa para apartar a los elementos derechistas de las posiciones de autoridad y para que el NLHX asumiese de facto el poder. En abril, las fuerzas del Pathet Lao rompieron la tregua y lanzaron un ataque en toda regla contra una posición clave para las comunicaciones terrestres entre Vientiane y Luang Prabang. La acabaron ocupando. En lo sucesivo, la “banda de Vientiane” tendría que hacer uso de aviones para poder desplazarse de una ciudad a la otra. 
En abril, con quince días de diferencia, Phnom Penh cayó en poder de los khmeres rojos y Saigón en manos de Vietnam del Norte. Muchos de la “banda de Vientiane” se preguntaron si la siguiente en caer no sería Vientiane. Los Ministros derechistas se dijeron que había que reaccionar en lugar de dejarse llevar como corderos al matadero. Pero el momento de luchar había pasado. Ahora era el momento de la huida, el momento en el que los más precavidos, los más clarividentes o los más comprometidos con la derecha empezaron a abandonar el país. 
Entre mayo y junio las Fuerzas Armadas Reales serán tan desmoralizadas que casi dejarán de contar. El primer golpe fue la salida precipitada del país del Ministro de Defensa Sisouk na Champassak y del Jefe del Estado Mayor y comandante de la región militar de Vientiane, el general Kouprasith Abhay. Poco después, los altos oficiales serán “invitados” a retiros para estudiar el Programa de los 18 Puntos. Los retiros serán un lavado de cerebro “light” del que los participantes regresarán con vida y, si acaso, un poco humillados y desmoralizados. Nada que ver con los retiros que se producirán a partir de finales de 1975. Hay muchos oficiales que todavía no han regresado de ellos. 
Los retiros para los oficiales fueron acompañados de una creciente movilización de la población. Se la invita a reuniones, en las que se habla del Programa de los 18 Puntos, se cantan himnos patrióticos y se esparce la incómoda sensación de que la vida puede hacerse muy difícil para los que discrepen. La policía real es progresivamente reemplazada por milicianos del Pathet Lao. Cualquier reunión multitudinaria no sancionada por el NLHX se vuelve sospechosa. 
El 22 de agosto la radio anuncia sorpresivamente que al día siguiente se celebrará la “liberación” de Vientiane. La comunistización se acelera. Los miembros neutralistas del Gobierno ya no ejercen ningún poder y el NLHX cada vez hace menos esfuerzos por disfrazar esa realidad. El 4 de septiembre se constituye un tribunal penal supremo para procesar  a losministros y generales reaccionarios fugados al extranjero y oficialmente cesados de sus funciones (…) acusados de alta traición.“ Los bienes de estas personas son confiscados. Los neutralistas que quedan en el país han entendido el mensaje y “todo el mundo juega a disfrazar sus pensamientos o a simular sus intenciones, no pudiendo confiar ya en nadie, ni tan siquiera en su propia familia, algunos de cuyos miembros pueden estar tentados de delatarlos”. Cuando alguien desaparece, uno no sabe si es porque se ha escapado a Thailandia o porque se lo han llevado a un campo de reeducación.
Para octubre el poder real ya está firmemente en las manos del CPCN y sólo queda saber cuándo se firmará el acta de defunción del Gobierno de unidad nacional. El acta de defunción se firmará el 1 de diciembre con la inauguración del Congreso del Pueblo salido de las elecciones (por llamarlas algo) de noviembre. El futuro Ministro de Información, Sisana Sisane, inauguró el Congreso con estas palabras ominosas: “Estamos aquí por la voluntad del pueblo y a petición del pueblo que, cansado de la crueldad y de las injusticias de los reaccionarios de derecha, lacayos de los imperialistas americanos y liquidadores del país, ha solicitado a los dirigentes del NLHX que asuman los destinos del país y convoquen en un congreso nacional extraordinario a todos los electos para decidir sobre el porvenir de la patria…” Poco después fue el turno del Primer Ministro Souvannaphouma de comparecer para presentar su dimisión y la de su gobierno y el del Príncipe heredero Vong Savang para la abdicación de su padre, el Rey Sri Savang Vatthana. A continuación Souphanouvong declaró el cese del CPCN. ¿Mano tendida al otro bando con vistas a una auténtica reconciliación y colaboración? ¡Eso sería no conocer a los comunistas! Simplemente que ya eran los dueños de la situación y no necesitaban de más disfraces. En la sesión del día siguiente Kaysone Phomvihane emergió como el verdadero hombre fuerte del NLHX y anunció el establecimiento de la República Democrática Popular de Laos.
Tras el establecimiento de la RDPL, el control policial aumentó y también aumentó el éxodo de las élites y las clases medias. Los antiguos oficiales y altos funcionarios que queden serán llevados a campos de reeducación. Tal vez por el recuerdo de la experiencia de los campos de mayo-junio, muchos irán sin mayores recelos. Pero esta vez será distinto. Muchos no regresarán. Al final del libro hay una lista de nombres de figuras del régimen anterior y cuál fue su suerte. La lista incluye al Rey y al Príncipe heredero: “El Rey Sri Savang Vatthana: obligado a trabajar en el jardín, a pleno sol, de 11.30 a 14.00 horas, faltándole comida y medicamentos, hambriento y agotado, se apaga a mediados de marzo de 1980 (…) El Príncipe heredero Vong Savang que se ha dejado barba como un eremita, sometido a presiones físicas y psicológicas muy fuertes, cayó gravemente enfermo y no pudo salir del edificio durante dos semanas. Murió en enero de 1980…”
Mangkra tuvo la sabiduría de entender que en Laos no se le había perdido nada y a finales de diciembre de 1975 se escapó clandestinamente a Thailandia cruzando el Mekong.
La parte final del libro está dedicada a la suerte de los laosianos en el extranjero y a relatar las miserias de las querellas intestinas entre ellos. Que si unos crean la regencia laosiana en el extranjero, otros montan un Frente Unido de Liberación Nacional de Laos y unos terceros un Comité Laosiano para la Defensa de los Derechos Humanos. Precisamente uno de los capítulos dedicados a estas cuestiones se titula muy adecuadamente “Estos combates quiméricos que acaban con nosotros”. En este relato de querellas estúpidas uno que no queda demasiado bien parado es el controvertido general Vang Pao, que pertenece a la etnia hmong y que siempre ha tenido la tendencia a hacer la guerra por su cuenta, nunca mejor dicho. 
Otro tema que Mangkra aborda de pasada en las páginas finales y es una pena que no lo trate más a fondo es el de la segunda generación de laosianos y el esfuerzo porque no pierdan contacto con sus raíces. Uno siente que, como suele ocurrir con esas segundas generaciones, no tomarán el testigo. Se integrarán en las sociedades de acogida y verán relatos como el del Príncipe Mangkra como batallitas del abuelo Cebolleta.
“Laos. Autopsia de una monarquía asesinada” trata del período más dramático de la Historia reciente de Laos. Por desgracia, el Príncipe Mangkra carece del más mínimo don narrativo. No sabe crear tensión dramática, ni resaltar lo importante de lo accesorio. En su relato, el cumpleaños del Rey puede tener el mismo peso que la violación del alto el fuego por parte del Pathet Lao en Sala Phou Khoune. Tampoco es un fino observador psicológico. Sus descripciones de los principales protagonistas son escuetas, si es que las hay. Aunque él los trató personalmente, nos quedamos sin saber cómo eran Souphanouvong o el Rey Sri Savang Vatthana en la distancia corta. Asimismo, aunque por su posición Mangkra hubiera debido estar al cabo de la calle de las motivaciones y planes de muchos personajes, sobre todo del bando de Vientiane, apenas hay indicaciones al respecto. Puede que no diga todo lo que sabía por discreción o puede que no lo diga, y esto es lo que me temo, porque era un poco obtuso y no llegó a enterarse. 
En fin, que terminé el libro con decepción. He leído el relato de alguien que vivió los hechos y descubro que me he enterado menos que cuando leí “Histoire du Laos moderne (1930-2000)” de Phou-ngeum Souk-Aloun, que no alardea de haber sido testigo presencial.

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