Y los castillos no fueran grises, ni las miradas peligrosas, Yo no temería caer como hoja, en el invierno surgido de tus labios rojos, en la hora fatal de tu despedida. Si no mojara la lluvia, y sin sonido murieran las olas, Y las montañas dejaran de rasgar los cielos, y los halcones de cazar palomas, Yo no sería más un hombre de otoño, y mi pecho llevaría solo el peso de tus recuerdos. Pero temo caer como hoja, que me tumben los recuerdos, Y en el pecho llevo el peso del invierno, en tu ausencia no tolero las horas, Los vacíos inmensos entre mi alma y las cosas, son santuarios eternos de soledad dolorosa. He sacrificado ángeles en esta espera, arrancando pétalos, arrancando alas, Como si los querubines fueran una hoja cualquiera, rehenes de la imagen añorada, La aurora vendrá una mañana, traerá sus colores, me recordara tus ojos, el pétalo dirá si me amas. Y el castaño que añoro, no estará aquí, y la aurora que veo será solo niebla, Pero si hablaran las flores y sintieran las rosas, y las montañas siguieran rasgando el cielo y los halcones cazando palomas, Seguiré temiendo caer como hoja, en el invierno del olvido, en los vacíos inmensos de la soledad dolorosa. Acaso no es el último refugio del hombre común la palabra, la casa del espíritu rebelde, el fuerte del oprimido y la propaganda del opresor. Decir que decir algo está mal, está mal. Las palabras no golpean, aunque duelan en el alma, ni matan, ni toman posesiones, no violan las palabras y no socavan más que el orgullo y la moral. Pero es nuestro último refugio la palabra, el insulto, él te amo y el gracias, todas, todos, somos palabras.
Y qué sentido tiene vivir si no se puede decir lo que se quiere, no vale más morir si hay que reprimir los sentimientos en las cárceles de marfil, la lengua es un prisionero inquieto que se escapa, que se traiciona a sí mismo, que ofende, que perdona, que se equivoca, pero que a la hora de expresar un pensamiento nunca falla.
Y si ahora hay que respetar la fe ajena, musulmán, budista o cristiana, han de saber que volveríamos a la edad media, que perderíamos lo que tantas vida costo, traicionaríamos a nuestros ancestros y daríamos un paso atrás, traicionando también a las generaciones del mañana. Los verdaderos límites de libertad de expresión no son el respeto a la fe, sino a la vida privada.