Revista Educación

Las 10 peores tragedias de los pisos compartidos

Por Borradelblog

¿Quieres emanciparte pero tu sueldo de prácticas como tornero fresador community manager no te da ni para el abono del metro? Entonces seguramente estés considerando la opción de compartir piso. Antes de embarcarte en semejante aventura, has de saber que estás entrando en terreno minado. Por suerte para ti, en Playground estamos elaborando la “Guía Definitiva Para Compartir Piso En El Siglo XXI”, futura biblia para precarios jóvenes y ya-no-tan-jóvenes del mundo. Basta un vistazo a nuestra guía, y un montón de valium, y ya tendréis todo lo que hace falta para navegar más plácidamente por las turbias aguas de la convivencia doméstica. Si el otro día os hablábamos de las especies más habituales de compañeros de piso, esta vez entramos a cuchillo en las situaciones críticas más comunes, esas que te harán poner los ojos en blanco y bufar por la nariz como un caballo de carreras y maldecir el día en que te hiciste mayor. Y mejor que vayas prevenido: si compartes piso no vas a poder evitarlas.

¿Quieres emanciparte de una vez del domicilio familiar? Bien por tí. Pero antes, que sepas que te metes en territorio peligroso, y que te vas a tener que enfrentar a situaciones críticas. Aquí algunas de las más comunes.

01. El punto de inflexión

Las leyes evolutivas del compartir piso lo dicen: todo va bien hasta que deja de ir bien. Las primeras semanas en un nuevo hogar suelen ser placenteras. Los compañeros miden las distancias y son razonablemente simpáticos. Se establecen unas reglas de convivencia y se cumplen. Te vas haciendo tuyo el nuevo espacio. Pero con los días y el desgaste, SIEMPRE, llega un momento en el que te das cuenta de que las cosas no son como las imaginabas. El simpático es un guarro, la exigente es una quejica, y tú no eres tan buena persona como te crees. Don’t panic: si lográis mantener la calma, con un poco de trabajo todo irá bien. Si no, lo siguiente que sabrás es que tu pisito se ha convertido en una versión urbana de El Señor de las Moscas, con pinturas tribales y cerdos empalados incluidos.

02. El Mato Grosso en la ducha

Las 10 peores tragedias de los pisos compartidos

El lugar más innombrable de cualquier piso compartido (además de la parte trasera de la nevera) es sin duda el desagüe de la ducha. Es también un punto de la casa que concentra mucho mal rollo, y que tiene muchas papeletas para hacerte empezar a sentir lo que comentábamos: todo lo contrario al amor por tu hogar. Agachado sobre el desagüe, metiendo los dedos en una mezcla indefinida de material humano y colonias de bacterias, te encontrarás a ti mismo ideando formas nada agradables de degollar al guarro que nunca jamás limpia los pelos después de la ducha. Para cuando acabes de limpiar, te habrás acordado de la niña podrida de The Ring y te estarás preguntando por qué somos tan defectuosos.

03. El Jenga de la basura

El Jenga es ese juego en el que hay que ir quitando maderitas de una torre y evitar que se caiga. Quien la tira, pierde. Con las basuras del piso pasa exactamente lo mismo: se aplica el principio de “tonto el último”. Los desperdicios se van acumulando hasta que la física te dice que ya no se puede más. El pringado al que le finalmente se le cae la montaña tiene que aguantar el escarnio de ser el que saca la basura al contenedor. Da lo mismo que mucho antes de que eso pase las ratas se hayan hecho fuertes entre la pila de inmundicia, o tener un cangrejo ermitaño viviendo dentro de la cubeta de KFC que te comiste la semana pasada. Este es un juego de resistencia y habilidad. Que gane el mejor.

04. El grupo de Whatsapp

Las nuevas tecnologías nos hacen mejores, y enriquecen la convivencia doméstica. Lo que antes se resolvía dejando notas pasivo-agresivas por la casa, ahora se resuelve con mensajes irónico-agresivos por el móvil. Algo así como “Última vez que lavo los platos sucios de alguien, je je. Prometo partir piernas”. De esta manera, la rabia latente, que es la energía de la que se nutren todos los pisos compartidos, pasa de ser individual y discreta a colectiva y chillona. Y multimedia: no olvides la posibilidad de hacer fotos de cada guarrada que te encuentres por la casa. A tus compis les encantará. Además, la mensajería instantánea permite que cualquier discusión idiota se alargue horas y se malinterprete hasta el absurdo. Mucho mejor así, dónde va a parar.

05. La lista de la compra

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La alimentación es fuente inagotable de conflictos desde que el mundo es mundo. Lo era en el paleolítico y lo es en tu apartamento de 60 m2. ¿Cómo se gestiona el dinero común, y en qué se gasta? “¿Compramos brócoli o Phoskitos?” “¿Avena, o pizza de salami?” “¿Quién ha traído diez paquetes de galletas de chocolate rebozado y se ha olvidado de comprar café?” “En la lista ponía agua con gas, no aguarrás.” “Los huevos son para comer, no para tirárselos al vecino.” “¿Te has comido tú mis espaguetis?”, “No” “Tienes la cara llena de tomate.” “Bueno, estaban en mi estante del frigorífico.” “Eso que señalas no es el frigorífico, es la tele”. Y así hasta el infinito.

06. Cosas que desaparecen vs. Cosas que no deberían estar allí

Un piso compartido es como un universo paralelo: las leyes de la física común no se aplican. Al ya conocido fenómeno de los calcetines fantasma, tienes que sumar unas cuantas personas con sus respectivas ideas de orden, que en algunos casos son peores que el paso de un ciclón y un maremoto juntos. En un piso compartido es fácil acabar encontrando las zapatillas de alguien en el cajón del pan, y a la vez perder cosas que nunca imaginaste poder perder en casa como tu portátil o a tu perro. Nuestro consejo ante estas situaciones es actuar con la frialdad mental del detective. Las cosas siempre acaban apareciendo, pero para ello tienes que aprender a pensar a la inversa. ¿Todo lo que creías saber de la lógica del mundo? Olvídalo.

07. El rollo de papel ninja

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Una variante de estos fenómenos inexplicables que merece un punto y aparte tiene que ver con los rollos de papel higiénico del baño. Te darás cuenta poco a poco que alrededor del lugar donde deberían colocarse, el típico aplique al lado del inodoro, parece haber un extraño campo de fuerza que repele los rollos nuevos y atrae los gastados. Es la única explicación que podrás encontrar al hecho de no encontrar nunca un rollo nuevo colocado en su sitio. Los verás por todas partes, pero NUNCA donde tienen que estar. Tu mente poco entrenada no acabará de entender qué clase de magia negra impide hacer un gesto tan sencillo como quitar-poner. No te esfuerces mucho, siente el flow. Tu salud lo agradecerá.

08. La fiesta en la que nadie es tu amigo

Alguien ha montado una cena y no os ha avisado. Por tanto llegas tu casa y te la encuentras llena de desconocidos que hacen ruido, meten las narices en tu comida y toquetean tus libros. Seguramente eso pasa el mismo día que tenías unas ganas locas de estar tirado en el sofá viendo alguna de Jennifer Aniston. Ante algo así, en primer lugar deberías replantearte tus gustos cinematográficos. En segundo, tienes dos opciones. Una es quedarte en un rincón del salón, viendo tu película caiga quien caiga y echando miradas acusadoras a toda esa gente que pasa de ti MUY FUERTE. Otra mucho más efectiva aunque potencialmente peligrosa, es unirte a la fiesta y hacer y decir tantas cosas inapropiadas que tu amigo quede en evidencia y sus colegas nunca más quieran volver a vuestra casa. Quien no juega, no gana.

09. Los novios retarded

Deberían inventar un “impuesto por novio”. Que estuviera en el BOE. O mejor, escrito en piedra en tablas bíblicas. Si quieres meter a tu novio en casa, y el tío es un tarado social y sólo come bacon con mermelada, pagas una cuota. A mayor grado de gaseosa cerebral, más pagas. Así la gente se andaría con más ojo antes de introducir elementos disruptivos en ambientes que ya son de por sí bastante volátiles. Ojo que esto también se aplica a novias. Y de hecho también se aplica a novios que nos caen bien y que son buenísimas personas. Maldita sea, ¿no veis que vuestra feliz vida conyugal interrumpe nuestro Vietnam amoroso? Un poco de respeto.

10. Algo se ha roto

Admitámoslo: muchos de nosotros somos unos incompetentes en lo doméstico. Puede que nos sepamos el nombre de todos los personajes de The Wire, o que podamos manejar cuatro cuentas de Twitter a la vez, pero nuestra confortable educación del primer mundo no nos ha hecho ser especialmente espabilados cuando se trata de resolver problemas. Por eso cualquier pequeño desastre casero se convierte por arte de magia en una situación Defcon 2. Nadie sabe a quien llamar, ni qué hacer. Los problemas se parchean hasta que son irresolubles, mucho más caros de arreglar y peligrosos para toda la comunidad de vecinos. Esta es la prueba definitiva, el momento en que se separan los adultos de los niños. Los primeros se arman de valor y resuelven la movida como pueden, es decir, llamando a sus padres. Los segundos hace rato que han decidido que “como en casa en ningún sitio”, y están sentados a la mesa de la abuela, comiéndose un buen cocido.

¿Quieres emanciparte de una vez del domicilio familiar? Bien por tí. Pero antes, que sepas que te metes en territorio peligroso, y que te vas a tener que enfrentar a situaciones críticas. Aquí algunas de las más comunes.

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