Revista Opinión
Ayuntamiento de Madrid
Hace unos días, en el transcurso de una entrevista, el escritor Fernando Vallejo eligió de su armería verbal sus lanzas más afiladas y relumbrantes. Como Don Quijote enfilando su lanza contra los molinos de viento, Vallejo, el melancólico, el atrabiliario, el deslenguado, se alegró de la quiebra financiera que los ineptos gobiernos provocaron en la crematística de la nación ibérica. La mala leche, o mejor dicho, la maledicencia –ese subgénero literario practicado por las plumas más ínclitas de la lengua como Quevedo y Lope de Vega–, se diría, es una de las mayores herencias de la literatura hispánica.
«Estoy feliz de ver a España quebrada», dijo Vallejo. Sacar las palabras de contexto siempre es peligroso. Haciendo deconstrucción del discurso del escritor antioqueño, su rabia verbal puede deberse a que España, la misma que nos dio la lengua en la que Borges, García Márquez, Rulfo, Mejía Vallejo, Cortázar y Octavio Paz escribieron: «ignora a esa América que descubrió, colonizó y tiranizó». La génesis de esta nueva rabieta de Vallejo, como la de su pariente "Mayiya" en El Desbarrancadero, cuando escuchaba la palabra mágica, se daba golpes de cabeza contra el piso del patio de su casa haciéndola retumbar como un inmenso tambor, fue el retiro del visado en 2001 a los colombianos para su ingreso a España, durante el gobierno de José María Aznar.
En el sentido de las manecillas del reloj: Héctor Abad Faciolince, Darío Jaramillo Agudelo, Fernando Vallejo, William Ospina, Alvaro Mutis, García Márquez y Fernando Botero.
Pero esa España cerril y tinterilla que Vallejo señala con su verbo deslumbrante, ha cambiado doce años después desde la remota y equivocada medida aplicada por un gobierno miope, que ignoró que los giros del destino, golpea tanto a las personas como a los países. España, maltrecha como un miura herido en franca lid, con un índice de desempleo e inflación jamás visto, espera reponerse de una crisis financiera no buscada. Huelga decir que por regla general, lo que dicen los gobernantes en representación de sus gobernados, no siempre se corresponde a lo que estos piensan.
En esa oportunidad, un grupo de siete escritores firmaron una nota de protesta contra el gobierno español. Los poetas Álvaro Mutis, Darío Jaramillo Agudelo, el pintor Fernando Botero y los escritores Héctor Abad Faciolince, William Ospina, Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo, plasmaron su rúbrica en el documento del 2001. El 15 de marzo de ese año un consejo de ministros de la Unión Europea, con abstención del vicepresidente Mariano Rajoy, aprobó incluir a Colombia en el índice prohibido de naciones, so pena de presentación de visado para el respetivo ingreso al país de sus ciudadanos. «Con la dignidad que aprendimos de España –rezaba el texto firmado en conjunto y propuesto inicialmente por Abad Faciolince– no volveremos a ella mientras se nos someta a la humillación de presentar un permiso para poder visitar lo que nunca hemos considerado ajeno». La Unión Europea sin embargo no está contenta con Rajoy en su intención de retractarse. Cuando la carta original iba en camino, el único de los siete firmantes que quiso dar marcha atrás fue Vallejo:
–Si los colombianos acabaron con Colombia –se justificó–, no tienen el derecho de acabar también con España.
Todos los firmantes, desde Mutis quien viajó a España a recibir de manos de Juan Carlos I el premio Cervantes; Fernando Botero, quien dijo que un pintor como él, no podía vivir sin ver las Meninas de Velázquez en el Prado de Madrid; y García Márquez que en 2005 retornó a Barcelona discretamente, diciendo que «nadie pidió permiso nunca para visitar la casa de la madre», fueron arrepintiéndose poco a poco de haber firmado.
«Quizá un día nosotros (en ese riquísimo territorio donde ustedes y nosotros hemos trabajado, sufrido y gozado) tengamos también que abrirles a los hijos de España las puertas, como tantas otras veces ha ocurrido en el pasado», continuaba la indignada carta de protesta.
De esta teatral rabieta, ha quedado la palabra de Vallejo estoica en la tormenta. Sin embargo, las personas y los países cambian y sería injusto, tanto para los colombianos que echan raíces en España, como para los españoles que desean hacer lo propio en tierras de Colombia, pedir una infame visa para entrar a un país donde se habla, se sueña y sobre todo, se escribe en la misma lengua.