Las Chicas Gilmore no es el tipo de serie que más me gusta a mí, pero ante la insistencia de varias amigas en que era chupiguay, al final acabé dándole una oportunidad, y al darme cuenta de que era una serie que se dejaba ver muy bien, entretenida, pero que no te daba quebraderos de cabeza, ideal para cuando "estás a otras cosas" o para tardes de domingos de resaca, decidí seguir adelante con ella.
Hemos tenido nuestros altibajos, periodos de tiempo en los que me encontraba bastante enganchada a las cotidianas aventuras de esta madre moderna y su hija ejemplar, y largos meses en los que me aseguraba a mí misma que esta serie era demasiado regulera y me estaba quitando tiempo de ver otras que me podrían gustar más.
Lo cierto es que entre Las Chicas Gilmore y yo se ha generado una relación amor-odio, y después de haber puesto fin, por fin, a su extensa lista de capítulos, tengo que decir que, aunque en algún momento he disfrutado e incluso me ha apetecido seguir adelante con los capítulos de manera compulsiva, mi opinión general, ahora que la serie ya ha acabado, es que no es más que una serie de sofá, manta y lluvia en los cristales.
Eso no la convierte ni en peor, ni en mejor, simplemente no es el tipo de serie de televisión que me va a mí. Entrañable pero ñoña, divertida pero muy simplona, Las Chicas Gilmore no se han ganado el huequito en mi corazón que parece que sí tienen en el de otra mucha gente, por eso se quedan las pobrecitas en el ojete de monico.